Recursos finitos
Libertad Digital, Madrid
Juan López de Uralde, director de Greenpeace España, fue objeto de una interesante entrevista a cargo de Víctor Rodríguez en El Mundo. Esquivó el fraude del Climagate, afirmando, contra toda evidencia, que la ciencia respalda sin fisuras las proclamas ecologistas. Incurrió también en una clásica reacción totalitaria, al sostener que los críticos de los ecologistas no tenemos opiniones sino oscuros intereses. Como economista me atrajo en particular esta declaración: "El propio paradigma del capitalismo, basado en el crecimiento continuado, tiene el problema de que la base física sobre la que se asienta es finita: los recursos naturales son finitos. La ecuación falla… el capitalismo puro, con el mercado por encima de todo, es incompatible con la vida en la Tierra a largo plazo".
Descartemos primero esta última ficción, porque el capitalismo "puro", como toda pura abstracción, no existe en la realidad, y "el mercado por encima de todo" es una expresión sin sentido, porque el mercado estriba en la contratación voluntaria de los ciudadanos con sus libertades y propiedades. Resulta absurdo concebir esa relación como algo coactivo o arrasador: en el mercado nadie puede estar por encima de todo, porque eso comportaría necesariamente negar la voluntariedad de la otra parte contratante, su libertad y su propiedad. (Y entre paréntesis resulta entrañable la insistencia de los ecologistas en el pérfido capitalismo, como si el socialismo hubiese cuidado con mimo las posibilidades de la vida en la Tierra a largo plazo, o incluso a corto).
Consideremos ahora el otro diagnóstico de don Juan. Parece que hay un problema con el "crecimiento continuado". Es un nombre llamativo que significa que las mujeres y los hombres suelen querer mejorar su propia condición de modo continuado. Desde que la tecnología y la libertad permitieron que eso sucediera a gran escala, digamos, desde hace dos siglos, una y otra vez los profetas del apocalipsis insistieron en que eso era malísimo, y una y otra vez hostigaron a las dos fuerzas que lo hacían posible. Rodeados de una prosperidad inédita, y que por vez primera incluía a secciones crecientes de la población más modesta, esos profetas no han dejado de condenarla. Uno de sus argumentos más antiguos es precisamente el del señor López de Uralde, a saber, que el bienestar de los seres humanos está limitado por una base física, que al ser finita impone una insalvable frontera material a la meta de mejorar nuestra propia condición. Ya lo dijo Malthus en 1798.
Es un argumento notable, porque si algo sugiere la historia económica de los últimos siglos es justamente lo contrario, a saber, que el crecimiento económico no está limitado físicamente, porque no depende de unos recursos físicos ya existentes sino de la imaginación de los seres humanos, no sólo para aprovechar esos recursos y utilizarlos cada vez mejor sino para inventar nuevos. Eso explica que la base física de la agricultura haya sido capaz de alimentar a una población creciente representando una proporción del PIB cada vez más pequeña. Los economistas que lo apuntaron, como N. W. Senior en el siglo XIX o J. Simon en el XX, tuvieron siempre más razón que éxito político y mediático.
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