El velo islámico como perversión
Lo sé. Nada más escribir el título, ya me imagino a algunas mujeres musulmanas asegurándome que el velo es una opción personal, que están encantadas y que nuestra mirada occidental no puede entender tanta grandeza. Sin ir más lejos, este periódico publicó un magnífico reportaje titulado Catalanas de Alá donde exponía la historia de catalanas convertidas al islam. Y gracias a Dolors Bramon, conocemos la lucha de algunas mujeres para poder ser imanes. Sin embargo, más allá de las anécdotas que podríamos explicar, y que tienen que ver con la peculiaridad vital de cada cual, la categoría de la cuestión es mucho más sórdida, ahonda en una severa falta de libertad y bebe de las fuentes de un machismo feroz, escudado en una lectura malvada de la religión. El velo islámico casi nunca es una opción, sino una imposición social, legal y penal.
El rostro forzadamente escondido de una mujer amaga ideologías fundamentalistas que basan, en su opresión, una concepción antimoderna de la sociedad. Ayer mismo, Lidia Falcón abundaba en ello. Millones de personas nacidas mujer en el islam sufren todo tipo de atropellos, desde la negación de su libertad hasta violencia física, pasando por el desprecio profundo a su condición humana. Hoy, en el mundo, no existe el racismo institucional –no existen las Suráfricas– pero existe un racismo sexista que condena al ostracismo a un ser humano por su condición sexual, y ello ante la impunidad absoluta, ante la más absoluta indiferencia.
Como último botón, la muestra de la polémica surgida en el viaje del ministro López Aguilar a Arabia Saudí. El ministro se negó a visitar la Universidad Imam de Riad porque no permitían la entrada de las periodistas. Pero ese mismo ministro había permitido, previamente, la indignidad de tapar hasta los pies a esas periodistas, nacidas libres y eventualmente esclavizadas por exigencia del fascismo saudí. ¿Habría permitido el progresista Gobierno de Zapatero una visita a la Suráfrica de Pieter W. Botha?
Resulta evidente que, en términos de derechos fundamentales, es peor nacer mujer que nacer negro. Por supuesto, las dos condiciones juntas multiplican la discriminación. Lo cierto es que la cuestión de la mujer en el islam es una de las vergüenzas más serias de la carta de derechos humanos, y la indiferencia del mundo respecto a este drama profundo, que crea un inmenso dolor y que consolida concepciones esclavistas de la sociedad, es un suicidio para la libertad. No olvidemos que detrás de una mujer esclava hay un hombre que ha sido educado en el desprecio a su madre, a sus hermanas, y ello se convierte en la piedra angular de una sociedad enferma. Una sociedad que, con la opresión a la mujer, acepta y aplaude ideologías de opresión.
El velo es la metáfora de esta opresión, y por ello se ha convertido en la bandera del fundamentalismo islámico en los países occidentales. Más allá de las películas que nos expliquen cuatro catalanas que han visto la luz de Alá, lo cierto es que las niñas de 14 años musulmanas salen de las escuelas cuando les llega la regla, lo cierto es que en los barrios musulmanes, la presión sobre las mujeres llega al punto de asfixia, que hay carnicerías halal, por ejemplo en Santa Coloma, donde hacen descuento a las mujeres que se tapan, y lo cierto es que la mayoría de mezquitas en nuestro país alimentan un discurso antioccidental, antidemocrático y claramente antimoderno, entendida la modernidad en su acepción ilustrada.
Lo cierto es que, en Occidente, los tentáculos de la concepción totalitaria del islam están bien asentados, usan inteligentemente nuestros recursos democráticos, y están ganando la partida, frenando con eficacia la influencia de la cultura democrática.
El ejemplo de una recluta, en Scotland Yard, que se ha negado a dar la mano a Ian Blair, el máximo jefe del cuerpo, y exige ir tapada, es muy ilustrativo. Y no tanto por el reto de la mujer, militante extremista, sino por la debilidad de la sociedad retada. ¿Qué ha hecho Scotland Yard? Se lo ha permitido, y hoy la tenemos asignada a una comisaría patrullando con velo.
¿Tocará a un delincuente cuando tenga que detenerlo? Y aún más claro: ¿aceptaríamos a un policía que por sus creencias se negara a dar la mano a un homosexual o a un negro? Es evidente que no. Sin embargo, cuando se trata del islam nos tiemblan las piernas, nos entra un ataque de paternalismo progresista y aceptamos auténticas perversiones del derecho democrático, bajo la excusa de la religión.
No olvidemos que el reto del integrismo islámico para con la democracia, se reviste de cuestión religiosa, pero es un reto ideológico. En Barcelona tuvimos el ejemplo de la fiesta del cordero que montaron algunas entidades paquistanís. Aplaudimos la fiesta, la coreamos, la enseñamos por TV-3, y nos quedamos tan anchos cuando supimos que las mujeres tenían prohibida la entrada. Lo cual no solo es una vergüenza, es una derrota de la democracia.
El velo no es una cuestión menor. Es la punta de lanza de un planteamiento antidemocrático que basa, en el ostracismo de la mujer, su principal baza. Detrás del velo no solo hay machismo religioso y esclavitud. Detrás del velo palpita una ideología que le ha declarado la guerra a la libertad.
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