Acierto de Friedman con el euro
La irresuelta crisis de Grecia dejó al desnudo las fisuras de lo que probablemente fue el experimento político-económico más ambicioso de la era moderna: el euro. Estas fisuras ya no son monetarias o fiscales, sino políticas. Subyacente a este experimento estaba la premisa de que la implantación de una moneda única con el tiempo reforzaría la unión política del continente.
Como ya señaló alguien, esta premisa tiene algo de la idea marxista de que la infraestructura económica define la estructura político-social. Los eventos de Grecia y las tensiones crecientes en otros países de la eurozona demuestran que eso no ocurrió, sino todo lo contrario. El problema actual es que el electorado alemán no quiere pagar pora la indisciplina fiscal de los griegos, y los griegos no quieren pagar el costo del inevitable ajuste que deben hacer.
Debate
La crisis griega se convirtió en la crisis del euro. El verdadero debate ya no es sobre cómo rescatar a Grecia, sino si la eurozona va a poder sobrevivir en su conformación actual. Hay opiniones para todos los gustos. Hay economistas que piensan que nada va a cambiar, y otros igualmente serios que sostienen que el euro está condenado a desaparecer (es interesante notar que el bando de los euroescépticos está compuesto mayormente por anglosajones). Últimamente, está de moda reflotar las ideas de economistas muertos para interpretar los serios desafíos que enfrenta el mundo. Quizás esto sea consecuencia de que, en su mayoría, los economistas vivientes no previeron la profundidad y la severidad de la crisis de 2008, incluso cuando la evidencia era clara. El principal beneficiario de esta moda fue John Maynard Keynes, cuyas ideas han sido revividas luego de décadas de ostracismo y han inspirado los planes de estímulo de EE.UU. y Europa. Sin ellos la economía global probablemente se hubiera hundido en una profunda recesión (aunque también es cierto que la intervención gubernamental en gran medida contribuyó a originar la crisis). Pero como Keynes murió mucho antes de la creación del euro, no tenemos el beneficio de su opinión. Sin embargo, dejó bien claro su oposición a un régimen cambiario rígido en The Economic Consequences of Mr. Churchill, su crítica a la reimplantación en Inglaterra del patrón oro a su paridad de preguerra en 1925.
Aunque ignoramos la opinión de Keynes sobre el euro, conocemos la de su rival intelectual más formidable: Milton Friedman. Fallecido a fines de 2006, Friedman fue testigo del nacimiento y la infancia del euro. Y desde el inicio se mostró muy escéptico sobre su supervivencia a largo plazo. «Yo creo que Eurolandia se va a encontrar en grandes dificultades. Esto es así porque son países diferentes con idiomas diferentes, poca movilidad entre ellos y son afectados por eventos externos de manera diferente», explicó en un reportaje hace casi una década. «Por ejemplo, ahora a España e Irlanda les va muy bien, pero por otro lado a Alemania y a Francia les va muy mal. La pregunta es si la misma política monetaria es apropiada para todos ellos, Alemania y Francia por un lado, y España e Irlanda por el otro. Es muy dudoso que sea así. Por eso vamos a ver cada vez más problemas en el grupo de Eurolandia». Irónicamente, la situación se revirtió desde entonces. Ahora son España e Irlanda los países que enfrentan problemas. En aquel entonces, Grecia ni siquiera formaba parte de la eurozona.
Como bien señalaba Friedman, un tipo de cambio flexible permite a una economía absorber shocks externos o internos. Al implantar el euro, los países europeos básicamente estaban descartando este mecanismo de ajuste. «Quizás tengan suerte», aventuraba Friedman en 1998, poco antes del lanzamiento de la nueva moneda. «Puede ser que los eventos de los próximos 10 o 20 años sean comunes a todos los países, que no haya shocks y que el desarrollo económico afecte a las diferentes regiones de Europa de manera simétrica. En tal caso, se llevarán bien y quizás cada uno de estos países flexibilice su economía y la haga más adaptable». Sin embargo, en su opinión era más mucho más probable que los shocks afectaran a los países de la eurozona de manera asimétrica. «Eso significará que el único mecanismo de ajuste para enfrentarlos será fiscal o (con) el desempleo,» explicaba Friedman. «Es decir, presión sobre los salarios y presión sobre los precios. No hay otra salida». Y como bien señalaba, en un régimen de convertibilidad, como el que funcionaba entonces en Hong Kong y en la Argentina, coexistían dos monedas. En última instancia, estos países podían abandonar la convertibilidad, que es lo que hizo la Argentina. Para reforzar su punto, Friedman planteaba un escenario donde Italia entraba en crisis. En tal caso, ¿cómo podía salirse del euro? «Si la lira ya no existe, es una apuesta muy fuerte». ¡Por esta razón recomendaba a los italianos que no destruyeran las planchas para imprimir liras! La pregunta que se hacía Friedman es la misma pregunta que hoy se hacen Merkel, Sarkozy, Papandreou con respecto a Grecia.
Escepticismo
Friedman estaba convencido de que el euro no sobreviviría su primera gran crisis. Aunque durante una década pareció que se había equivocado, mantuvo su escepticismo hasta el final. Los eventos recientes en Grecia demuestran lo acertado de su análisis. Sin embargo, es muy improbable, por no decir imposible, al menos en el corto plazo, que el euro desaparezca. Lo que sí es muy probable es que a mediano plazo el marco político-institucional que lo sostiene cambie de manera fundamental como resultado de la presente crisis.
Según Martin Feldstein, uno de los euroescépticos más escuchados, la eurozona tiene dos defectos fundamentales. Primero, impone la misma tasa de interés y el mismo tipo de cambio a países con una realidad económica muy diferente. Segundo, al combinar una moneda única con presupuestos nacionales independientes, promueve la indisciplina fiscal. La solución a ambos problemas requiere una integración política y económica mucho más profunda que la actual.
El autor es economista.
- 28 de diciembre, 2009
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- 21 de noviembre, 2024
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