La banalidad del populismo
El tiempo va pasando y no sucede nada en la administración del presidente Mauricio Funes. El gobierno cada vez tiene menos peso específico, su impacto sobre lo que acontece en el país es cada vez menor, lo que el presidente y sus asociados hablan se va desvaneciendo progresivamente en la total irrelevancia.
Los gestos dramáticos del presidente (como regañar a su vicepresidente, a sus ministros y al FMLN, o el vetar leyes sin ninguna razón coherente), que al principio parecían símbolos de la filosofía que el gobierno iba a aplicar en el manejo del país, se han quedado como eso, como puros gestos, mates orientados a dar la impresión de que el gobierno tiene ideas muy claras de lo que quiere hacer cuando no tiene ninguna.
En realidad los factores comunes que han caracterizado las acciones del gobierno en los meses desde que fue electo, son la banalidad de declaraciones de principios que nunca se aplican, los juegos de palabras que no tienen sentido alguno en la realidad de los ciudadanos comunes, los pleitos bizantinos entre las dos partes que parieron al gobierno, los mates que no tienen efecto sobre la vida de los ciudadanos. En medio de estas operetas, el presidente y su gobierno se divorcian cada vez más de la realidad.
Este divorcio es la consecuencia lógica del concepto populista que ha capturado nuestro país: la idea de que lo que importa en política son las apariencias y no las realidades, las imágenes y no los hechos. Esta idea nos está llevando de mal en peor. Un gobierno inoperante, basado en gestos, fotografías y palabras y no en acciones es siempre malo para un país. Es trágico cuando el país está en una situación de marcado deterioro en prácticamente todas las dimensiones de la vida de la sociedad, que es el caso en El Salvador.
Los problemas peores los tenemos en el área de seguridad. El crimen se extiende con cada vez mayor rapidez en todos los círculos del país. La iniciativa en la lucha contra el crimen la tienen los criminales. El gobierno no logra responder ni siquiera en una pequeña minoría de los casos. Si alguna contribución ha hecho, ésta ha sido negativa: expulsar de la policía y del Organismo de Inteligencia del Estado al personal calificado, para reemplazarlo con personas cuyas únicas calificaciones son pertenecer al FMLN y estar dispuestas a llevar adelante a cualquier costo los objetivos políticos de éste.
Igualmente negativa era la intención del presidente Funes de evitar a través del veto el aumento a las penas en casos de criminales juveniles, que se han convertido en una plaga en el país, intención que no logró realizar porque la Asamblea estaba clara de que en este tema el pueblo no quiere gestos vacíos sino castigos para los criminales.
Igualmente depresivo es el ambiente económico, que cada día está más decaído, produciendo menos y dando menos empleos. Como en el tema de la violencia, el gobierno ha vertido muchas palabras en este tema. Pero lo único que ha hecho es deprimir más el consumo y la inversión con la sensación de inseguridad que transmite a todo el mundo. A casi un año de haber tomado el poder el gobierno no ha podido producir un programa de gobierno razonable. La Reforma Tributaria de fines del 2001 no ha recaudado más impuestos, pero sí ha complicado y encarecido las operaciones de las empresas, principalmente las pequeñas, volviendo más difícil la recuperación económica.
La situación es similar en salud, en donde las plagas nos están dominando de una manera cada vez peor. Esto era lo que podía esperarse después de que el gobierno del FMLN despidió a los expertos en plagas para sustituirlos con fieles servidores del FMLN, que han mostrado que de plagas no saben nada. Los hospitales están sin medicinas, las colas de la gente para curarse son cada vez más largas, la salud de la ciudadanía está cada vez más deteriorada.
Y la gobernabilidad se le está saliendo de las manos al presidente. La sociedad no había estado tan dividida en los últimos veinte años.
Es esta realidad tan dura la que vuelve banales los gestos dramáticos del presidente y trágica la falta de capacidad para gerenciar la cosa pública que evidencia su gobierno. El peligro más grande es que nos acostumbremos a esto, que pensemos que esto es lo usual, que confundamos la mediocridad con la normalidad y que buscando un falso equilibrio pensemos que lo mejor es no hacer olas en medio del naufragio.
No debemos acostumbrarnos porque mientras el gobierno se dedica a los gestos y las banales grandilocuencias, la criminalidad avanza, las plagas matan y causan sufrimientos a miles de personas, la economía está cada vez peor, el desempleo cada vez mayor, la política cada vez más caótica. Como ciudadanos debemos manifestarnos y exigir diariamente que el gobierno cumpla con sus obligaciones más primarias.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 28 de marzo, 2016
- 29 de mayo, 2015
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