Estados Unidos versus la democracia hondureña
La imagen de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, con lo que parecía un gigantesco martillo en sus manos mientras encabezaba una turba de legisladores por el Capitolio el día de la votación de la reforma del sistema de salud es material propio de una pesadilla. No obstante, también es instructiva. Como metáfora de cómo los demócratas ven su poder, la pose de Pelosi con el martillo no podría ser más perfecta.
Sólo pregúntele a Honduras.
El año pasado, EE.UU. trató de forzar la restitución del depuesto presidente, Manuel Zelaya. Cuando el intento falló y el equipo de Obama parecía como un grupo totalmente incompetente, envió una delegación a Tegucigalpa para negociar un acuerdo.
Los participantes de esas negociaciones dicen que Dan Restrepo, director senior para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU. (NSC), dejó entrever que el interés de ese país tenía más que ver con la política interna. Los republicanos, afirmó, estaban usando el respaldo del gobierno de EE.UU. a Zelaya, un aliado del presidente venezolano Hugo Chávez, contra los demócratas. No va a funcionar, les habría informado Restrepo a los otros negociadores, porque "nosotros tenemos el poder" y lo mantendrían por mucho tiempo.
No pudo haber sido reconfortante para los hondureños enterarse de que mientras su país atravesaba una crisis monumental, alimentada por la política estadounidense, la preocupación de Restrepo era el poder de su partido. Un vocero del NSC señaló que "Restrepo no dijo eso". Mis fuentes, sin embargo, son más creíbles teniendo en cuenta lo que ha sucedido desde entonces.
Cuatro meses después de la elección presidencial, informes provenientes de Honduras sugieren que el gobierno de Obama sigue obsesionado con reparar su imagen en política exterior volviendo a tomar la iniciativa. La muestra de cruda arrogancia colonialista es tan pronunciada que los locales se refieren al embajador estadounidense, Hugo Llorens, como "el procónsul".
La intimidación de Washington es a dos frentes. En primer lugar, existe una determinación maníaca de castigar a los que estuvieron involucrados en la destitución de Zelaya. El segundo es un intento de forzar a Honduras para que permita a Zelaya, quien ahora reside en República Dominicana, regresar sin que enfrente repercusiones las medidas ilegales que provocaron su salida. Ambos objetivos están dañando la relación bilateral, al polarizar a Honduras y aumentar el riesgo de un resurgimiento de la violencia política.
EE.UU., tal y como lo ha estado representando Llorens, ha estado en el centro de la crisis de Zelaya desde el inicio. Fuentes familiarizadas con los acontecimientos que condujeron al arresto de Zelaya el 28 de junio, dicen que si el embajador estadounidense no hubiera actuado tras bambalinas para bloquear una votación en el Congreso para destituir al presidente unos días antes, la dramática deportación nunca habría tenido lugar.
El Departamento de Estado de EE.UU. niega la acusación, pero varias fuentes sostienen que la interferencia de Llorens permitió que Zelaya siguiera adelante con un referendo inconstitucional. Temiendo que Zelaya recurriría a la violencia para pisotear el estado de derecho —como ya lo había hecho— la Corte Suprema tomó cartas en el asunto. Zelaya fue arrestado, despachado a San José y depuesto del cargo por una votación en el Congreso el mismo día.
Honduras había desafiado al Tío Sam y EE.UU., liderado por Llorens, decidió que debía aprender una lección. Se puso la manopla y trató de deponer al presidente interino, Roberto Micheletti, y restituir a Zelaya en el poder.
Honduras no dio su brazo a torcer y ahí es cuando Restrepo viajó a Tegucigalpa con una delegación estadounidense. El acuerdo alcanzado incluyó el reconocimiento de EE.UU. de la elección de noviembre. Por un momento, pareció que las cosas podrían volver a la normalidad.
Los estadounidenses, sin embargo, tenían cuentas pendientes. Washington ya había cancelado decenas de visas a funcionarios y empresarios como castigo por incumplimiento de su política pro Zelaya. Luego, unos días antes de la toma de poder del presidente Porfirio Lobo en enero, los hondureños calculan que les retiró las visas a por lo menos otros 50 partidarios de Micheletti. Las visas no han sido devueltas y los hondureños dicen que Llorens continúa fomentando un clima de intimidación con su poder de quitar visas.
No se ha limitado a las visas. A principios de marzo, organizó una reunión con partidarios de Zelaya del Partido Liberal y su ex candidato presidencial, Elvin Santos, en la Embajada de EE.UU. Unas 48 años más tarde, los zelayistas del partido y la facción de Santos, votaron para destituir a Micheletti como jefe de la agrupación política. Rigoberto Espinal Irías, asesor legal del Ministerio Público, que es independiente, se quejó de que "esa reunión ha generado mucho malestar en la sociedad civil hondureña" porque "se percibe que tiene propósitos de intervenir en la política nacional hondureña".
Ahora se están gestando más problemas. El presidente de El Salvador, Mauricio Funes, ha dicho, según informes de la prensa, que Lobo hizo una promesa, frente a la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, y Funes de que Zelaya podría volver "sin temor a ser perseguido políticamente". Lobo posteriormente anunció que Zelaya es libre de ingresar al país. A cambio, se espera que se reanude el flujo de ayuda externa a Honduras. El ministro de Seguridad, sin embargo, sostiene que si Zelaya vuelve, será arrestado.
Cuesta imaginar lo que EE.UU. piensa que puede lograr con una política que divide a los hondureños mientras fortalece la mano de un chavista. Venganza y poder me vienen a la mente. Sea lo que sea, no puede ser bueno para los intereses de seguridad nacional de EE.UU.
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