Carta a un creyente
La Vanguardia, Barcelona
Estimado Aleix. Estos días son importantes para ti, como lo son para toda la comunidad de creyentes cristianos. Sabes que soy una descreída incorregible, y que tu fe no casa con mi razón, pero ello no impide ni el amor que te profeso, ni la enorme admiración que siento por muchos de vosotros.
Recordaré siempre tu gran día en Montserrat, acompañándote en tus definitivos pasos de vida monástica, feliz en tu elección. ¡Qué bello día de libertad! Además, tengo debilidad por algunos de los sabios que habitan en tu monasterio, gentes como Cebrià Pifarrer, que dedican sus tiempos a legar grandes obras para el conocimiento. No te escribo esta carta como el impúdico ejercicio de nostalgia, de una mala amiga que nunca tiene tiempo de visitarte. La escribo como si fuera una voz en alto, inspirada por estos días de sobrecarga religiosa. Querido amigo, esto de la fe es extraño. Puede mover montañas pero también destruirlas, puede completar humanidades pero también aniquilarlas, puede mejorar el mundo y, a la vez, embrutecerlo.
Críptico concepto, este de Dios nacido para liberar al ser humano de sus dudas, y, sin embargo, capaz de esclavizarlo en sus dogmas. Libertad y cárcel, según como se viva y se use. Te confieso que en días así tengo un sentimiento ambivalente. Permíteme que te cuente. Mirando las procesiones y los diversos actos católicos, me rebelo ante tanta exhibición de fanatismo colectivo. Ya sé que muchas de estas celebraciones están más cercanas al uso consumista de la tradición que a la fe, pero vengo de una identidad que ama vivir sus emociones con más discreción, y estos pasos exagerados, cargados de mítica del dolor, con sus cadenas, sus encapuchados, sus heridas al viento, me producen un rechazo profundo. Prefiero las monjas de mi escuela, que me enseñaban un Dios de amor, a ese Dios terrorífico, como el de los Legionarios, que inspira terror y culpa. ¿Por qué tiene que estar tan enraizado el dolor con la trascendencia espiritual? Me resulta incomprensible. Al mismo tiempo que tengo este sentimiento de rechazo, me causa una gran admiración lo que la fe es capaz de inspirar en algunos seres humanos. A través de ti, pues, y abusando de tu comprensión, aprovecho para dedicar la carta a estos seres con luz.
A los que creen, pero no imponen. A los que usan a Dios como instrumento de amor y no de odio. A los que encuentran la felicidad en la entrega a los demás. A los que sufren, y la fe les da aliento. A las víctimas de los que usan el nombre de Dios en vano. A los que denuncian el delito, y no lo esconden. A los que entienden, y no juzgan. En definitiva, querido amigo, te lo dedico a ti, ejemplo de tantos que han convertido a Dios en un motivo para ser mejores personas. Para los que lo usan para el mal, mi profundo desprecio. Que seas muy feliz en tu Semana Santa. Besos.
- 23 de enero, 2009
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