Sobre la irrelevancia latinoamericana
En mi opinión, uno de los trabajos más oportunos y valiosos que he leído en los últimos tiempos ha sido un artículo del embajador Juan Larraín publicado hace unos días en “Diario Las Américas”. Su título “América Latina ¿Irrelevante?” sirve de introducción a una respuesta breve, pero enjundiosa, a la pregunta y nos conduce a otra interrogación sobre nuestra historia regional: “¿Cuántas [décadas] hemos perdido en estos dos siglos de vida independiente?” En lo personal me ha hecho regresar mentalmente a los días en que trabajaba para el volumen VII de la “Historia General de América Latina” dedicado a la formación de los estados nacionales. De nuevo una pregunta que nunca me ha abandonado: ¿hemos aprendido algo los latinoamericanos?
Además de lector del embajador Larraín he seguido su participación como panelista en el muy prestigioso programa “A mano limpia” del amigo Oscar Haza en el Canal 41. El tema que escogió para este artículo lo considero no sólo importante sino fundamental para este momento en la región. La América Latina, a la cual yo preferiría llamar Hispanoamérica o Iberoamérica, tiene ante si un enfrentamiento con una realidad acerca de la cual quizás muchos de sus líderes y gobernantes no estén plenamente concientes. El señor embajador nos da a entender que se trata de un asunto con raíces que vienen de lejos, en el tiempo y el espacio. Pasando a mis propias consideraciones, me llama la atención el dato siguiente: algunos esperan que Estados Unidos resuelva los problemas, mientras que otros se dedican a promover la imagen falsa de que tiene pretensiones imperiales, tema que puede considerarse como obsoleto y pasado de moda.
En una época más lejana, el antiespañolismo de algunos llevó a una política basada en recuentos de los episodios negativos del período llamado colonial y en evocar constantemente los viejos capítulos de las luchas por la independencia, todo lo cual puede considerarse como de valor histórico, pero debe situarse dentro de una perspectiva caracterizada por el equilibrio en los estudios rigurosos acerca de los pueblos y las naciones. De ahí una curiosa anécdota del ilustre escritor español don Salvador de Madariaga, en una visita a la hermosa ciudad de Lima.
Una distinguida dama limeña, con evidentes rasgos españoles, le preguntó por los “horrores cometidos por sus antepasados”– se refería a los de Madariaga – en la conquista y colonización de América. El notable historiador y biógrafo de Cristóbal Colón, Hernán Cortés y Simón Bolívar, le dejó saber que ella se estaba refiriendo probablemente a sus propios antepasados ya que los de Madariaga se habían quedado en España y no tenían relación directa con la conquista y colonización del Perú y de América. La sangre española corre por las venas de los hispanoamericanos y los capítulos en cuestión son los de un pasado bastante distante.
Algo parecido, aunque no en aspectos genealógicos, ocurre con las relaciones entre Estados Unidos y la región. Si se acude a la expansión territorial sería difícil encontrar una nación importante que no haya intentado o logrado expandir sus fronteras. No hemos sido extraños a esas cuestiones en América Latina y muchos países han sido objeto de reclamaciones por parte de naciones hermanas. Ahora bien, las guerras por la independencia terminaron hace casi dos siglos y la guerra entre Estados Unidos y México ocurrió en 1846-1848.
Un respetado escritor cubano, don Manuel Márquez Sterling, diplomático, secretario de Estado y presidente provisional en 1934, el autor de “Los últimos días del Presidente Madero”, advirtió que para enfrentar la ingerencia extranjera era necesaria la virtud doméstica. Nuestra región inició su vida independiente dividiéndose en una veintena de naciones después de enfrentamientos hasta entre sus heroicos libertadores, para continuar con guerras civiles, golpes de estado, revoluciones, dictaduras, gobernantes con poderes omnímodos, fraudes electorales y todo lo demás. Alguno de esos casos pudiera atribuirse a una embajada estadounidense, pero sobre ambiciones domésticas no puede decirse: “made in USA”. También Estados Unidos ha tenido y tiene problemas comparables, pero ha logrado una estabilidad envidiable a pesar de su cruenta Guerra Civil y otros fenómenos, como la actual polarización política que no conducirá a algo positivo si no es aliviada por la intervención de elementos responsables dentro del país.
El continente es relativamente joven, pero sus líderes deben plantearse situaciones verdaderas del período actual, caracterizado por la globalización y el avance tecnológico, pero también por realidades que no podrán enfrentarse con discursos “bolivarianos” artificiales en pleno siglo XXI, apelaciones racistas disfrazadas de indigenismo y llamados a la lucha de clases cuando el modelo comunista sólo permanece en pie en la retórica de regímenes alucinantes que pretenden quizás repetir, aunque con etiquetas socializantes, el autoritarismo latinoamericano al estilo del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia “el supremo” gobernante paraguayo y sus imitadores del pasado y el presente.
Hizo muy bien el embajador Larraín al explicar cómo la situación lamentable de muchos de nuestros países y los conflictos creados por sus propios líderes han hecho que Estados Unidos prefiera acuerdos bilaterales ante el fracaso de una verdadera aproximación regional, imposibilitada en parte por nuevos experimentos de “cooperación” cuyo incierto futuro tiene relación directa con la duración de proyectos utópicos. Pretender que Estados Unidos, comprometido en dos frentes de guerra e intentando resolver sus propios problemas internos como una polarización política intensificada, va a situar a todos y cada uno de los países latinoamericanos en su lista de prioridades sería perder el tiempo. Y además de todo eso, no nos ponemos de acuerdo ni siquiera para negociar.
Si sumamos a las contradicciones del llamado “capitalismo salvaje” y al desastre de los experimentos socializantes y populistas, a los que se refiere el señor embajador, otros problemas como el narcotráfico y la violencia que agobian a naciones enteras, entenderemos fácilmente algunas razones que nos alejan de la lista de prioridades de importantes agencias gubernamentales de EU aunque no de todas. Lo anterior no es una glorificación automática de la política exterior norteamericana o extranjera, caracterizada generalmente por reacciones a situaciones específicas en la región vecina, pero permite entender un poco mejor algunas razones de nuestra vieja irrelevancia.
El notable artículo del profesor Larraín impresiona por la valentía de sus afirmaciones. Al preguntarse acerca del tiempo “perdido en estos dos siglos de vida independiente”, no nos invita simplemente a un ejercicio literario como en aquella célebre obra de Marcel Proust: “La búsqueda del tiempo perdido” que leímos de jóvenes, sino que envía un claro mensaje, casi similar al recibido por el bíblico profeta Elías: “…largo camino te resta”. Es hora de intentar montarnos en el tren de nuestro tiempo y de recorrer toda la ruta, como han hecho otros.
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