Comemos lo que fotografiamos
Lo leí en el New York Times (NYT), pero desde hacía meses conocía el fenómeno sin alcanzar a comprender la dimensión del asunto. Hace unos días me llamó la atención un artículo titulado "Primero la cámara, luego el tenedor'', sobre la moda cada vez más extendida de "colgar'' en la Red fotos de las comidas que nos preparamos. Se trata de cientos de miles de imágenes, desde los platillos más elaborados a un simple bol de cereales, que los usuarios difunden en Twitter, Facebook o Flicker.
Aunque la noticia no deja de ser en extremo curiosa, lo cierto es que no me sorprendió, porque desde hace tiempo mi hija mayor me ha estado enviando e-mails con instantáneas de lo que suele comer diariamente: nada elaborado, sino sándwiches, ensaladas, algún pescado al horno, un muslo de pollo en una sartén. Al principio me lo tomaba a broma, pues las fotos tenían un aspecto forense, más de laboratorio que el concepto de un sensual bodegón. Luego vislumbré que era una manera de mostrarme trozos de su vida diaria, ahora marcada por la lejanía y la creciente independencia; y qué mejor forma para ella que hacerlo vía Internet, el medio de comunicación natural para su generación.
Una vez más he comprobado que no debo subestimar los modismos que adopta esta hija mía, porque es infinita su capacidad de ser la trendsetter de la familia. No es la primera vez que ocurre. Las zapatillas más estrafalarias que ha podido hallar aparecen poco después en las revistas de moda. Los cortes de pelo más imposibles que moldean su cambiante caballera se han convertido en la última moda. Cuando me preguntó si ya había probado la nueva red social del chatroulette (para cuando quiera explorarlo seguramente ya estará passé ), se estaba adelantando a una tendencia que poco después se impuso; y ahora me desayuno con la compulsión culinaria de unos internautas que no se acuestan sin publicar su menú del día, algo de lo que ella ya me había avisado con sus fotos de bocadillos y las sobras de la noche anterior.
En el escrito del NYT se menciona al filósofo Anthelme Brillat-Savarin, quien en 1825 escribió «Dime lo que comes y te diré quién eres''. O sea, lo que nos metemos en la boca dice mucho de nuestra persona. Los alimentos que nos seducen son el reflejo de nuestras querencias. Y hoy, ante esta corriente de exhibir a todas horas del día lo que engullimos, los sicólogos apuntan a que se debe a una necesidad de mostrar un aspecto íntimo de nuestra existencia. La comida en fotos es una suerte de diario alimenticio que muestra estados de ánimo, carencias, gustos, debilidades, altibajos.
Me resulta simpático recibir los retratos que mi hija de cuando en cuando me envía de un pedazo de carne, una patata asada o una bandeja con quesos. Tal vez debería preocuparme porque, si me guío por su álbum virtual, es evidente que no se alimenta demasiado bien; pero es joven y está claro que está más interesada en fotografiar lo que come que en los alimentos que ingiere. Brillat-Savarin se quedaría un poco perplejo en la actualidad, al comprobar que ya no importa tanto lo que somos, sino lo que parecemos ser en este universo Avatar que día a día erigimos en las nubes de los I Phones, el novísimo I Pad y las minúsculas pantallas de los móviles.
Mi hija me manda la instantánea de un aguacate pelado sobre fondo blanco. Naturaleza muerta en el ciberespacio. Yo me limito a contarle por teléfono que he comido tomate y mozarella, aderezado con aceite y orégano. Son dos formas de abordar la vida. Eso sí, ninguna de las dos morirá de hambre. Eso me tranquiliza.
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