Viudas del socialismo soviético
Palidecen de emoción ante las palabras de Vladimir Vladimirovich. En su alma de revolucionarios de pacotilla, siguen marchando los ejércitos del socialismo soviético, con la inacabable emoción de sus himnos con olor a pólvora.
El primer ministro ruso vino hasta nuestra América y hechizó los corazones de los románticos del socialismo real. Las viudas vistieron sus mejores galas, se perfumaron el cutis y sonrieron con Carlos Marx en la búsqueda de la senda que vuelva a darle minutos de existencia, al esqueleto guardado en el sarcófago rojo de los lamentos. Sus mejillas se hicieron surcos de copiosas lágrimas, en medio de las grietas del dolor los quejidos por las reminiscencias del imperio soviético devenido en cenizas.
La historia no renuncia a sus verdades. La madre Rusia siempre fue inferior a sus adversarios. Nunca pudo resplandecer con la brillantez de Francia, jamás alcanzó equipararse en grandeza con Inglaterra. Igualmente, sus penurias fueron criticadas ácidamente por una Alemania encargada de ponerla en los puestos secundarios.
Cuando se transformó en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, padeció ante el poder norteamericano. Hasta rendirse frente al capitalismo que hoy auspician para poder sostenerse de alguna manera. Contó en sus memorias el ex presidente estadounidense Ronald Reagan, de cómo en su último encuentro con su par ruso Mijail Gorbachov, éste le manifestó la posibilidad de conservar el estado soviético con sus diecisiete repúblicas. Reagan con la fortaleza de haber quebrado a su oponente, le indicó que una salida honrosa era desmontar el aparato y rendirse ante la libertad. Los hechos posteriores ratificaron la verdad de la cita de Moscú.
Ahora las viudas presidenciales sollozan ante el sarcófago. Anhelan el renacer de la hoz y el martillo, que vuelvan los cohetes con ojivas nucleares capaces de atemorizar a las principales ciudades de Europa. Oran con profusión de fe para que surja del fondo del ataúd el cadavérico esperpento de las ideologías marchitas. Son tan grandes sus mentiras que la invocación no resuelve sus problemas de materialización corpórea. Al socialismo totalitario lo aplastó la abrupta caída del muro de Berlín. Aquel pueblo atemorizado rompió las cadenas a mandarriazos. No le importaron los tanques y sus amenazas de fuego. Todo un sistema basado en el sometimiento brutal cayó de manera dramática. Ese golpe los tiene veinte años después, en la lona. Por más que algunos ilusos con ínfulas de algo grande quieran sobrevivir al difunto.
En la mirada extraviada de Wladimir Putin el código de su verdad. Vino a Venezuela a tomar su ración de la torta petrolera. Se notaba sorprendido ante las alabanzas ignorantes de unos dirigentes latinoamericanos que no entienden que Rusia en una nación desbaratada en el alma. El capitalismo le rompió los huesos de su columna vertebral. En Bolivia la viuda antiplana clamaba por el retorno de la patria roja.
Dos viudas con sus girasoles. Dos mandatarios que siguen creyendo que el adversario se aplasta por pensar distinto. Se fue Putin con los bolsillos llenos y el alma burlona al ver que todavía existen ilusos que creen que es posible el comunismo.
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