Sudamérica o el fallido de que sólo existen enemigos
Hay una mutación subterránea que quizá pinte de otro modo esta parte de Latinoamérica, y que parece suceder aún por encima de las estridencias de los dueños del poder. No sirve calificar inmediatamente como bueno o malo ese cambio. Sino precisar si se trata de una nueva etapa y, en tal caso, si anticipa estructuras políticas nuevas que relevarán o mejorarán las actuales.
La primera dificultad de una visión que intente obtener un resultado de laboratorio en la región es que el escenario es extremadamente heterogéneo y no todo lo que se parece lo es en verdad. Pero ese giro del compás tiene varios puntos de inicio con tonalidades similares. Va hacia atrás con la derrota legislativa del experimento oficialista argentino el año pasado y antes, en el fracaso ¿luego ganado en un nuevo polémico llamado¿ del intento del bolivariano Hugo Chávez de eliminar los límites a la reelección, Y sigue hasta el complejo resultado de las elecciones regionales de Bolivia, dos semanas atrás, en las que los votantes oficialistas sufragaron en contra de su propio liderazgo en bastiones centrales como La Paz.
Ese proceso de la mudanza de votos desde el oficialismo a la oposición rigió también en los otros casos apuntados y es un dato que ha venido a jugar para quedarse. De ahí que, hacia adelante, son aquellos antecedentes los que multiplican la atención sobre elecciones cruciales como las parlamentarias del 26 de setiembre en Venezuela, que medirán la vitalidad del proceso chavista, once años después de su inauguración. En la región hubo también elecciones en Chile y Uruguay y las habrá luego, en Brasil. Pero para estos países, ni siquiera la finalización de 20 años de gobiernos de la Concertación en Chile, implicó un giro radical. No lo ha sido porque las mayores fuerzas de esa alianza no se dieron de frente, en el terreno más sensible de la economía, con los postulados que enarbola el nuevo mandatario. Es cierto, sin embargo, que en Chile surge una debilidad: a la fortaleza que la experiencia dio a la coalición entre democristianos y socialistas la sustituye un gobierno improvisado, rehén de sus pactos electorales, que explican un gabinete sostenido por hilos que serán cada vez más tensos.
En Uruguay acaba de suceder con el socialista Pepe Mujica la misma adecuación pragmática que en el Brasil del sindicalista Lula da Silva, donde las elecciones de octubre, gane el opositor José Serra o la oficialista Dilma Rousseff, difícilmente alimenten alguna sorpresa respecto al rumbo. La incógnita queda en los modos en que sea transitado ese mismo camino, entre una dirigente enérgica y fiel a la línea que ella contribuyó a diseñar y un socialdemócrata obligado a conformar a los poderes que ampararán su postulación.
Argentina, Bolivia o Venezuela tienen características adicionales respecto a esos ejemplos. En estos países se dio con mayor virulencia un liderazgo de estilo hegemónico y salvacionista, presentado como de izquierda, que es consecuencia del daño social que generaron las experiencias ultraliberales previas. En el ejercicio de la consolidación del poder de estos emergentes políticos, otro aspecto común, particularmente claro en Venezuela pero no solo allí, ha sido la ruptura como método de los márgenes institucionales asumiendo el Ejecutivo como espacios propios los otros poderes del Estado.
Es un clásico que la ruptura de los límites cause dos de varias derivaciones inevitables. La primera, una desconfianza patológica en las ideas contrarias y naturalmente en los mensajeros de esas ideas, de ahí la carga desmedida contra la oposición y la prensa y la inclinación a los controles para construir un cerrojo de opinión; y, segundo, la deriva personalista adoptando formas y comportamientos comunes de espacios con modos fascistas. Es la noción de que el líder no debe ser incomodado con rutinas republicanas formales o que discutan las verdades que solo se advierten desde las alturas. Hay ejemplos de esas formas oportunistas en la Italia berlusconiana o la Rusia autoritaria de Putin. Lo que la reciente Internacional Socialista llamó en Buenos Aires "democraduras".
El efecto en las masas de estos comportamientos comienza a ser sorprendente. Evo Morales logró su reelección en diciembre pasado con 64% del voto debido a un buen desempeño de la economía y aún pese a lo acotado de la distribución prometida. Pero en las regionales de este mes, el oficialista Movimiento al Socialismo bajó escalones y perdió en 7 de las 10 principales ciudades. En La Paz, con el mayor padrón electoral, el Movimiento sin Miedo, una agrupación socialista que rompió con el MAS, ganó con el 48% pese a la andanada de repudios, o quizá debido a ello, que le dedicó Morales a ese partido fundado por el acalde saliente, Juan del Granado. El enojo de los votantes, que lo eran del propio presidente, nace de la desazón por la imposición a dedo de los candidatos. Y se multiplicó por la amenaza de enviar a la cárcel a Del Granado, un político prestigioso apilado ahora por el gobierno en la ultraderecha y la mafia, y amenazado con acabar preso por supuesta corrupción, ejemplo de hasta donde la disciplina debe derrotar a cualquier autocrítica. La amenaza del calabozo no es trivial: hay 36 líderes políticos bolivianos detenidos o prófugos.
Esa política de engrillar a los opositores es una práctica común en el páramo venezolano. Pero el problema ahí es una economía con una evolución de miedo, que produjo una caída del PBI de casi 3% en 2009 y dejó un arrastre inflacionario para este año que elevaría el nivel del costo de vida a un piso de 30%. Chávez visualiza que en setiembre esas cifras pueden desnudar el agotamiento de un esquema que él prometió que lo dejaría en el poder otros once o, tal vez, 22 años. El acoso a la oposición o "las guerrillas comunicacionales" para que la propaganda releve a la información, son formas de retrasar ese desenlace y quizá hasta tengan éxito.
África es el continente en el cual el imaginario social reconoce a ciertos modelos autoritarios como indiscutidos. Esa idea refiere a líderes sociales que devinieron en virtuales emperadores rifando incluso aquello que los hizo posibles. Quizá no sea sólo un espejismo lejano.
- 23 de enero, 2009
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