Liberalismo y desintegración social
En un artículo anterior adelanté lo que en muchas ocasiones se admite como “la tesis de Houellebecq”: la tesis que vincula liberalismo con individualismo, e individualismo con desintegración social y sentimental. Más que discutir si, analizada la obra de Houellebecq en su conjunto, puede decirse que efectivamente este autor tiene sólo una tesis fundamental y que es precisamente ésta (cosa que pongo muy en duda), me parece más apropiado para este foro analizar la tesis en sí, que además está muy arraigada en el imaginario literario y sociológico contemporáneo (Houellebecq, Don DeLillo, Giddens, Bauman, Sennet, Lyotard, Beck, Lipovetsky, etc.).
No quiero trasmitir la sensación de que todos estos autores, o la actual reflexión sobre la modernidad/postmodernidad, comparten un mismo diagnóstico y una misma receta. De hecho, el panorama es bastante rico y heterogéneo, y por supuesto no se puede meter a todos los pensadores en el mismo saco simplemente porque no se declaren liberales o individualistas metodológicos (y me refiero al saco de los excesos especulativos que poco bien hacen a las ciencias sociales). Por ejemplo, la crítica que se le puede hacer a Bauman (la de que traza causalidades de una manera más que discutible, o la de que se aísla de la ciencia económica) no se le puede hacer en absoluto a Giddens, aunque frecuentemente se apele a estos dos autores conjuntamente para sostener un mismo tipo de argumentos.
La mejor manera de tratar brevemente la cuestión de la desintegración social y sentimental es, seguramente, seguir la línea lógica: contingencia y causalidad. En primer lugar: ¿verdaderamente hay desintegración social y sentimental? (¿y en qué consiste?). En segundo lugar, si consideramos la desintegración como un efecto, ¿cuál es la causa? O dicho de otra manera: ¿hay “liberalismo” que pueda señalarse como causa, como se argumenta, o más bien el liberalismo que pueda haber forma parte de un fenómeno más amplio, multidimensional, uno de cuyos componentes sí puede señalarse como causa de la hipotética desintegración?
Primera cuestión: descripción y observación. Es difícil delimitar qué es desintegración social y sentimental y qué no lo es. Frecuentemente se asocia a términos como: pérdida de vínculos duraderos y/o incondicionales, desaparición de proyectos comunes y consenso, pérdida de identidad fija o de pertenencia a grupos fijos y específicos, fragmentación, incertidumbre, anomia, relativismo moral…
Y aún más difícil es detectar inequívocamente de manera empírica la plasmación concreta de este fenómeno en los individuos, ya que nos topamos, de nuevo, con el problema de interpretar la posible causalidad.
Por ejemplo: el aumento de los divorcios ¿es negativo, porque indica ruptura e inestabilidad, o es positivo, porque indica autonomía, evolución y capacidad responsable de canalizar conflictos y cambios? El aumento de la soltería, ¿es negativo, porque indica soledad y fragmentación, o es positivo, porque indica que las personas tienen expectativas más altas y están dispuestas a renunciar a compañías insatisfactorias por cumplirlas? El aumento de la industria de la auto-ayuda o ayuda psicológica y psicoterapeuta, ¿es negativa, porque significa que ahora hay más problemas, traumas y frustraciones que tratar, o es positiva, porque significa que las personas toman las riendas de su identidad y se responsabilizan de su bienestar? Es difícil decirlo. Posiblemente son dos caras de la misma moneda, como veremos.
Uno de los indicadores más comunes (aunque, evidentemente, hay que complementarlo con otros) es el de la confianza interpersonal (“¿Confía usted en la gente?”), la cual (aunque tenemos datos desde hace sólo dos-tres décadas para el caso español) no parece ser muy alta (menos del 40%); sin embargo, la cuestión de si ha aumentado no puede abordarse empíricamente, sólo teóricamente, y en este sentido no hay una respuesta unívoca pues chocan dos tendencias de signo contrario. Por una parte, el hecho de que hayan aumentado los contactos “en ausencia” (la interdependencia de millones de individuos anónimos, que no vemos ni tocamos pero cuyo lugar en la división mundial del trabajo nos afecta profundamente), por aquello de “la compulsión de la proximidad” de Boden y Molotch, tendría una incidencia negativa en la confianza interpersonal. Pero por otra parte, desde como mínimo principios del s.XXI y posiblemente desde la misma consolidación de los Estados de Bienestar, somos socializados de manera tal que se nos inculta la confianza en la ciencia, la técnica y la burocracia. No podríamos soportar tanto anonimato si no experimentáramos relativamente pocos fallos y si, además, no sintiéramos que las regulaciones del Estado del Bienestar, mal que bien, nos amparan.
En definitiva: si ya es una tarea compleja teorizar la desintegración social y sentimental, todavía lo es más tener que falsarla. Y sucede algo curioso y de mucho interés para el análisis sociológico: uno de los indicadores que cabría considerar como imprescindibles de la desintegración/fragmentación sería el de la conflictividad social. No obstante, ésta es mínima en los Estados de Bienestar: primero, por condiciones materiales objetivas como son el aumento de la riqueza y de las clases medias; segundo, por condiciones políticas/jurídicas como son los colchones estatales de subsidios y subvenciones; tercero, porque se da en los bordes, esto es, en el llamado “tercer vagón” (que es precisamente el que estaría marginado del Estado del Bienestar y por lo tanto del hipotético liberalismo/modernidad que se señala como causa de la desintegración/fragmentación).
El fenómeno curioso es que el conflicto se desplaza, por lo tanto, de lo material/grupal a lo postmaterial/individual (como ya explicó en su día Inglehart), que, insisto, no sabemos bien cómo medir; aunque el discurso de la soledad y de la sociedad del riesgo y la inseguridad ontológica (Giddens) y el imperio de lo efímero y la sociedad del vacío (Lipovetsky) sí ha calado notablemente en nuestro imaginario y en nuestra manera de interpretar la velocidad y la intensidad de los cambios. De hecho, desintegración, fragmentación e inseguridad ontológica bien pueden ser considerados conceptos, para esta problemática, prácticamente sinónimos.
En el próximo artículo analizaré la segunda cuestión: la causalidad. ¿El fenómeno de la desintegración/fragmentación/inseguridad ontológica es inequívocamente negativo y tiene un claro culpable, “el individualismo en auge”? ¿O más bien tiene dos caras y es provocado mayoritariamente por la consolidación de otro tipo de corrientes filosóficas? Con Giddens, Inglehart y Maslow, parece mucho más plausible esta segunda opción.
- 23 de julio, 2015
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