La conservación, el conocimiento y el futuro
Los Fundamentos de la Libertad, por Friedrich Hayek, se publicó 10 años antes de que se celebrara el primer Día de la Tierra, ideado por el senador Gaylor Nelson. Este evento político y mediático llevó a la aprobación de importante legislación ambiental, como la Ley del Aire Limpio. Unas décadas después, la fecha recobró fuerza al nivel internacional; tanto es así, que el año pasado se adhirió a ella la Organización de las Naciones Unidas. ¿Pudo Hayek prever, antes de 1960, que los calendarios escolares alrededor del mundo marcarían la fecha, para aleccionar a las nuevas generaciones? No, pero sus intuiciones deberían interesar a las personas con conciencia ecológica.
Su lenguaje es passé y algunas frases ofenderían la corrección política de hoy, pero Hayek valida la preocupación por la conservación de los recursos naturales y contribuye tres ideas que no han perdido vigencia. Una idea es que cada proceso productivo tiene un impacto distinto sobre el entorno. No es lo mismo talar en los Alpes que en una granja forestal. Su voz prudente contrasta con el ambientalismo extremo y “antihombre”. Nos exhorta a evitar las generalizaciones, como por ejemplo que nunca es deseable pescar o extraer minerales del subsuelo. Hay que evaluar cada caso por separado.
La segunda idea es que debemos medir los costos y beneficios, pues ciertos esfuerzos de conservación pueden empobrecer a las comunidades sin obtener el resultado deseado, aportando escasos beneficios.
Tercero, Hayek anticipó que los gobiernos querrían dirigir los esfuerzos de conservación basando su pretensión en dos falacias, pues aducirían poseer más información y una mayor preocupación por el futuro que los ciudadanos. No es cierto, responde Hayek, que las personas se desentiendan del mañana, y tampoco se las debe “eximir de la responsabilidad por el futuro”. Al contrario, las personas solemos ser previsoras. Somos capaces de valorar necesidades futuras y actuar según esta valoración.
En cuanto a la información, Hayek aplica aquí su teoría del uso del conocimiento en la sociedad. El Gobierno sí podría llegar a poseer conocimientos superiores que un ciudadano corriente, sobre cuestiones técnicas o científicas, por ejemplo. Sin embargo, siempre existe un conocimiento específico de tiempo y lugar que sólo los lugareños poseen en forma dispersa; éste no es susceptible de ser concentrado en una única autoridad. Se debe hacer a las comunidades partícipes del conocimiento especializado del gobierno, ya que transferir el conocimiento de abajo hacia arriba resulta imposible. Esta información influirá en los cambiantes precios de las cosas, reflejando su relativa escasez (actual y futura). Los propietarios de los distintos recursos entonces tomarán decisiones acertadas respecto del bien, e incluso optarán por conservarlo, que en términos económicos es una forma de inversión.
Además, el libre flujo de esta información invita al descubrimiento de bienes sustitutos y otras innovaciones para no agotar totalmente un recurso en particular.
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