El llamado a la violencia de Chávez
La historia, esa gran educadora y maestra de los pueblos, nos cuenta que muchas revoluciones han nacido al amparo de los más grandes ideales, pero que pronto se desbarrancaron en el más profundo caos salpicado de violencia y sangre. Así pasó con la Revolución Francesa, elaborada por los más grandes filósofos y humanistas de aquellos tiempos, pero cuyo epílogo fue uno de los más inicuos y bárbaros de la era moderna. Lo mismo ocurrió con la Revolución Rusa, que se devoró a sus más conspicuos mentores, como Trotsky y tantos otros, luchadores e idealistas de la primera hora, desencadenando uno de los episodios más tenebrosos y lúgubres de la nomenclatura sádica y criminal, con más de 20 millones de mártires, no solo disidentes, sino también amigos cercanos del tirano Stalin.
Lo mismo ocurrió en tiempos de Hitler donde la mayoría de los alemanes justificaron sus desafueros diciendo: ¿no es este acaso el hombre providencial que resolvió todos los problemas heredados de la decadente democracia de Weimar? ¿No es este, Hitler, acaso el gran demócrata que ganó las elecciones limpiamente impulsado por una gran euforia popular por haber prometido puestos de trabajo a los desocupados y la reivindicación y exaltación del orgullo nacional? No hace falta recordar cómo terminó este ensayo de racismo y delirio nacional socialista, cuyo mentor había sido el creador de la figura del “superhombre”, asesino de Dios, que terminó sus días en un hospicio para enajenados mentales: Federico Nietzsche.
Con la Revolución Bolivariana puede pasar lo mismo. En efecto, desde hace un tiempo el comandante Chávez viene hablando de guerra, de milicias populares, de guerrilleros comunicacionales, con adolescentes armados en las calles que mucho nos recuerdan a las tristemente celebres camisas negras y pardas, del fascismo y del nazismo respectivamente… del pueblo armado para defender la revolución, de proyectiles ideológicos, de la destrucción de la burguesía y como corolario final de una guerra civil en el caso de que se atreviesen a atentar contra su vida.
Este lenguaje sumamente belicista tensa las fibras más íntimas de toda la ciudadanía poniendo un sello preocupante y dramático, de una bravuconada puesta en escena todos los días, con una multitud de episodios surrealistas, saturados de consignas delirantes y agresivas que en cualquier momento pueden emerger a la superficie, con consecuencias insospechadas.
Este es el método que han adoptado los demagogos de todos los tiempos para desviar la atención pública de los múltiples problemas de toda índole que hoy aquejan y preocupan diariamente a ricos y pobres. Y, por sobre todas las cosas, este es el procedimiento para justificar la implementación de una Constitución paralela, autocrática, totalitaria y militarista, que ya nada tiene en común con aquella que aún rige en teoría, y que fuera sancionada y promulgada en 1999.
Chávez dijo, recordando aquel golpe de Estado frustrado y malogrado en que asumiera la presidencia el poco idóneo e incapaz Carmona, que “ya no es el pendejo del 2002 que salió de la tumba y levantó el crucifijo”, para agregar, parafraseando al evangelio cristiano: “ahora ya no seré cándido como las palomas sino agresivo como las serpientes”.
“Socialismo o muerte” es la consigna de los viejos tiempos que hoy vuelve a tener plena vigencia en Venezuela, ¿pero qué clase de socialismo? ¿Aquel diseñado científicamente por Marx en su gabinete de trabajo, donde no tenían cabida el voluntarismo político ni el subjetivismo del caudillismo que pregona hoy Chávez? ¿O el socialismo de Trotsky que era eminentemente internacionalista? ¿O el chovinismo folclórico fascista del caribe? ¿O el socialismo de Gramsci que hablaba de una revolución cultural que pudiera impregnarse en todas las capas sociales antes que la revolución política y militar?
Antes de hablar de revolución violenta Chávez debería explicar cuál es realmente la doctrina que lo sustenta y, en vez de proclamar el uso de sus proyectiles ideológicos con las bayonetas caladas, debería tratar de convencer racionalmente al electorado que votará a sus legisladores dentro de pocos meses. Ahí se verá el éxito o el fracaso de su “revolución bolivariana”.
- 23 de julio, 2015
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