El verdadero Hermano Mayor
Hace unos 60 años que la novela política titulada 1984, de George Orwell, desveló a Occidente con su siniestra exposición del Hermano Mayor, una especie de estado totalitario-omnipotente cuyo refrán, "el Hermano Mayor te vigila'', sirve para subvertir pensamientos independientes, originales o disidentes. Todo acto que pueda retar a la autoridad central: los cuatro ministerios que controlan mediante la tortura y la represión, es castigado por la policía del pensamiento.
Considerado uno de los libros más influyentes del siglo XX, su desolador panorama basado en los peligros insidiosos que representan los regímenes totalitarios, ha calado profundamente en la conciencia y en el léxico popular de las generaciones que lo estudiaron. La frase "Hermano Mayor'', o en inglés Big Brother, ya es suficiente para que la mayoría entienda la referencia.
Mucho se ha comparado la sociedad electrónica actual, y el futuro que pudiera desencadenar, con la distopía orwelliana; ya que cada día satisface una mayor cantidad de sus necesidades con los recursos rápidos de la Internet. Si todo lo que poseemos nos posee, entonces las aparentes infinitas posibilidades que ofrece la Internet para servirnos eventualmente pudieran convertirnos en sus siervos.
Hay quienes todavía se resisten a los encantos electrónicos, el pago de balances por la red, por ejemplo, para evitar el robo de identidad y de cuentas bancarias. Quienes no pertenecen a redes sociales por lo mucho que facilitan compartir ideas, fotos, vídeos y cualquier información personal que vaya creando patrones, dejando huellas; imborrables en un nebuloso mundo de análisis robóticos compuestos de algoritmos diseñados para identificar, precisamente, a todo tipo de consumidor.
A todo este grupo de rebeldes sediciosos, miembros de la resistencia electrónica iluminada, les tengo una noticia sobria: ¡El Hermano Mayor los vigila por igual! Peor aún, ustedes accedieron gustosamente a convertirse en su presa y hasta pagan su cuota mensual para que les acechen, y no sólo a ustedes, sino a casi todos los miembros de su familia. Cada paso que dan, desde que se levantan hasta que se acuestan es rastreable. No hay escapatoria. ¿O sí?
La población mundial se acerca ya a los 7 mil millones de personas. De ellas, cerca de 5 mil millones tienen acceso a un teléfono celular. Las diminutas maquinitas, que la mayoría porta en su persona a diario, no sólo contienen un banco de datos importantes para el estudio de la conducta humana sino que en sí, se convierten en localizadores del paradero de quienes lo tengan consigo.
Así lo ha comprobado el profesor Laszlo Barabasi, de la Universidad Northeastern, en Boston. El utilizó las cuentas de una compañía europea de teléfonos móviles para analizar los patrones de movimiento de sus usuarios. Descubrió, sin tener acceso a nombres o números específicos, que la mayoría de ellos son predeciblemente rutinarios y faltos de espontaneidad en sus excursiones. Un 93% repite habitualmente su ubicación y se traslada entre 5 y 10 kilómetros diarios, en promedio. Los menos predecibles frecuentaban los mismos lugares 80% de las veces, en el estudio que fue publicado por la revista Science.
Las ramificaciones de esta investigación abren de par en par una puerta, a un mundo hasta ahora sin límites, para el uso de nuestra información privada sin nuestro consentimiento. Es reconfortante saber que la empresa que colaboró con Northeastern no es estadounidense, aunque eso no quiere decir que las nuestras no participarían. Pese a que este tipo de información pudiera ser beneficiosa en relación con decisiones gubernamentales sobre tránsito y transporte, claramente se presta para la explotación. Como lo demuestra el telemercadeo no solicitado que ya reciben muchos portátiles.
Los llamados teléfonos inteligentes, aquellos que se comunican con la Internet, funcionando como computadoras, cada día son más atractivos, baratos y ofrecen aplicaciones fabulosas que mejoran nuestras vidas. Por eso nos hemos habituado a ellos sin considerar las consecuencias. Por ahora, únicamente los móviles prepagados, o los que funcionan con las tarjetas que se compran por minutos en tiendas de descuentos, aunque sean inteligentes, logran permanecer anónimos. Los demás representan al Hermano Mayor al que se refiriera Orwell. Son casi un chip que complacientemente nos hemos implantado, con el potencial de dejar utilizar nuestra información personal en contra de nosotros mismos.
mercedesventz.blogspot.com
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