Una ley de arizona y el destino de los venezolanos
El pasado viernes la gobernadora del estado de Arizona, Jane Brewer, promulgó una ley de inmigración. El sistema federal, que rige la unión de estados norteamericanos desde que esa nación se hizo independiente, hace posible que leyes estadales normen situaciones particulares de cada estado. La ley, apoyada por el partido republicano al que pertenecen la gobernadora y la mayoría de los legisladores estadales, ha desatado una enorme polémica y un rechazo mundial en sectores que se oponen a la criminalización de los inmigrantes indocumentados. El presidente Obama calificó la ley de equivocada y mal encaminada. Sectores políticos de México y organizaciones de derechos humanos, han hecho sentir sus protestas fuertemente: en Arizona viven unos 460 mil mexicanos indocumentados y el 30% de la población total del estado es de origen mexicano.
Arizona limita al sur con el estado mexicano de Nuevo México, por su frontera ingresa un número indeterminado de inmigrantes a través de una peligrosa y mortal travesía por el desierto: se estima que 3 mil personas han perdido la vida intentando cruzar durante los últimos cinco años. A los inmigrantes los conduce casi siempre un “coyote”, especie de baqueano, traficante de seres humanos, que cobra en dólares por cada individuo. Son abundantes las crónicas, los reportajes, libros y canciones que relatan el duro camino de millones de personas, por esas vías, en busca del llamado “sueño americano”.
La ley SB 1020 de Arizona, que los mexicanos han llamado Ley Antiinmigrante, criminaliza a los indocumentados que permanezcan en ese estado, a los que los transporten y a los que los contraten para trabajar. Autoriza a las fuerzas policiales a privar de la libertad a cualquier indocumentado por una “sospecha razonable” y autoriza a los ciudadanos a emprender acciones legales contra las autoridades que desacaten o sean negligentes en la aplicación de la ley. En resumen, y por sus efectos, se puede decir que, de acuerdo a esta ley, un extranjero indocumentado en Arizona es un delincuente, sin que haya ejecutado, planificado o haya intentado un acto delictivo. Esto por sí solo es un enorme retroceso histórico y legal, y comporta un cataclismo en el llamado Derecho Humanitario, heredero del Derecho de Gentes.
A falta de una ley federal que trate el espinoso asunto de los extranjeros indocumentados que viven en Norteamérica, muchos temen que otros estados hagan lo que Arizona hizo. El asunto se pone peor cuando uno considera que 12.000.000 de extranjeros ilegales habitan en Norteamérica. A eso se suma que la crisis económica que vive esa nación y el desempleo (expertos estiman el desempleo real en 27.000.000 de personas) amenazan el famoso “modo de vivir norteamericano”. En ese clima que Arizona ha provocado es válido conjeturar que podríamos estar a un paso de descaradas manifestaciones xenófobas en el único país del mundo que tiene a la democracia en su partida de nacimiento. Pienso que la histórica y singular capacidad autocrítica que tiene aquella sociedad no permitirá que la cosa pase a mayores. Sin embargo el asunto no es fácil, importantes sectores de la derecha de aquel país, abiertamente, son partidarios de una hipótesis revivida, reduccionista, que dice que la declinación del poderío e imperio norteamericanos son consecuencias de la presencia multitudinaria de extranjeros, concretamente hispanos, haciendo vida y ciudadanía dentro de sus fronteras, igual que ocurrió, supuestamente, durante la declinación y caída del Imperio Romano. De allí al racismo y a la xenofobia no hay distancia.
El tema es amplio, pero la ley es un enorme retroceso en el campo de los derechos fundamentales. Es un asunto digno de seguimiento porque el tema de la inmigración, de los desplazados por distintas causas y de los refugiados dominará las discusiones de los derechos humanos hasta bien entrado este siglo XXI.
Para nosotros los venezolanos y latinoamericanos es un tema doloroso. ¿Por qué millares de latinoamericanos abandonan sus países de origen cada año? ¿Acaso este no era el Nuevo Mundo, la cuna de la utopía, el Paraíso Perdido? ¿Por qué aquí no germinan ni la democracia ni la prosperidad? ¿Por qué tanto gobernante latinoamericano se siente un semidiós, un salvador, un iniciador de la historia? ¿Por qué nos cuesta tanto diferenciar al Estado, al partido y al propio bolsillo e intereses? ¿Por qué tanto gobernante ladrón y gente pegada al poder sólo para robar? ¿Por qué la exclusión y la pobreza no son lo primero en las agendas políticas?
El destino nuestro no está en otra parte sino aquí, pero hay que luchar por él cada día. Luchar por la democracia, por la vigencia operativa de los derechos fundamentales y la Constitución; contra la tiranía populista con tintes cubanos. Luchar por la prosperidad y contra la exclusión social en democracia. Irse de Venezuela es la peor salida, afuera no nos quieren mucho. Resistir, luchar y triunfar es nuestra salida, nuestro único destino.
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