Venezuela: Bicentenario sin independencia
El que nuestro país llegue al bicentenario con satrapía militarera, hipoteca petrolera, violencia campeante, descalabro económico y coloniaje cubano, equivale a un bicentenario sin independencia. Y es que Venezuela entra en el ciclo bicentenario de su emancipación, sumida en una tragedia de proporciones históricas que la está dejando postrada ante los desafíos del siglo XXI.
Ni siquiera seguimos siendo una república independiente, puesto que las decisiones más gruesas que nos afectan se toman en conciliábulos habaneros, y el colapso de nuestra capacidad productiva nos ha hecho subordinados del comercio brasileño, la usura sino-nipona y las mafias de medio mundo, desde Moscú hasta Teherán.
La revolución bolivarista en su afán depredador ha empeñado hasta la Faja Petrolífera del Orinoco, amén de haber multiplicado la deuda pública a niveles siderales. El desarrollo endógeno terminó siendo una economía de contenedores, y por ello el barril de petróleo por encima de los 70 dólares no alcanza para que no siga cundiendo la escasez de alimentos, medicinas, luz eléctrica, agua y combustibles.
Salvo Haití por razones sísmicas, y Cuba por su comunismo, el país de la región con mayores niveles de carestía es la Venezuela petrolera y bicentenaria. Y no hay derecho a eso…
Los 200 años del 19 de abril, en el que se produjo un cambio tectónico sin que se disparara un tiro, encuentran a Venezuela devenida en una de las sociedades más violentas del mundo. Cómo será la cosa, que en todo el año pasado se registraron en Nueva York 580 asesinatos, y sólo en la reciente semana santa caraqueña se perpetraron 107 homicidios.
¿Independencia económica? No puede haberla con la producción nacional en picada y la sujeción petrolera más crítica de los anales. ¿Independencia social? Tampoco, con la imposición de un militarismo desfasado y la confiscación de la soberanía popular en manos de un mandamás.
¿Independencia política? Menos aún, con el control neo-colonial que ejerce el castrismo sobre el Estado venezolano. “Somos la misma cosa”, confiesa orondo el general Raúl Castro Ruz. Dominio y usufructo de nuestros recursos, a lo que debe agregarse la denominada “regaladera internacional” o los chorros financieros del ALBA para mantener a otros desgobiernos afines.
El oficialismo gasta millardos en conmemorar el bicentenario y las obras públicas están paralizadas en casi todo el país. Se le reducen drásticamente los recursos a las universidades nacionales y se incrementan los de compras de armamento de guerra. Escasean las divisas para servicios de educación y tecnología, y sobran para la propaganda política sobre las “maravillas” de la revolución.
La principal de todas, por cierto, es estar transmutando a la patria venezolana en una caricatura de república, esclavizada del petróleo, sin soberanía económica, con su infraestructura destartalada, prisionera de la violencia delictiva y, por si fuera poco, regida por saurios antillanos. Venezuela merece un bicentenario con democracia, libertad, justicia y desarrollo, y para ello necesita que renazca su independencia.
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