El Nuevo Herald
El actual debate migratorio en Estados Unidos me recuerda mucho la obra de teatro Esperando a Godot. En la obra de Samuel Becket dos hombres esperan infructuosamente a un tal Godot que nunca llega. Es igual que en la cuestión migratoria: llevamos años esperando por una legalización que tampoco llega.
Una de las razones que citó la gobernadora de Arizona, Jan Brewer, al firmar la ley más antiinmigrante de todo el país (SB 1070) es que los políticos en Washington no han hecho nada para resolver la situación de 11 o 12 millones de inmigrantes indocumentados que hay en Estados Unidos. Y eso es cierto.
Pero para contrarrestar ese vacío legal, la gobernadora Brewer aprobó varias medidas que son potencialmente discriminatorias. Es un delito estar sin papeles o identificación en Arizona. Es un delito ayudar o transportar indocumentados. Y la policía actuará como agente migratorio y podrá detener a cualquier sospechoso de ser indocumentado. Es la persecución del más débil. Big Brother en Arizona.
Pregunta: ¿cómo se ve un indocumentado? Yo hablo inglés con acento y tengo la piel morena. ¿Me pueden detener en el aeropuerto de Phoenix por eso? ¿Y qué pasa si no viajo con mi pasaporte? ¿Me podrían llevar a la cárcel o multar? Sí.
El congresista demócrata Luis Gutiérrez tiene las mismas dudas que yo. «Soy puertorriqueño, nací en Chicago y los miembros de mi familia han sido ciudadanos norteamericanos por varias generaciones'', dijo hace poco. «Pero vean mi cara y escuchen mi voz y me podrían arrestar por eso. ¿Es esto lo que queremos para Estados Unidos?''
La legalización del racismo se da en Arizona porque las actuales leyes para lidiar con los inmigrantes en todo Estados Unidos no sirven. Llevamos más de dos décadas esperando una reforma. Es la espera interminable.
La última reforma migratoria ocurrió en 1986 cuando, gracias al presidente Ronald Reagan, se legalizaron 3 millones de indocumentados. Fue una reforma generosa pero incompleta: no incluía un plan efectivo para la entrada ordenada de nuevos inmigrantes. Ya para el año 2000 había 6 millones de indocumentados en el país.
Las promesas de un cambio migratorio comenzaron poco después. El 16 de febrero del 2001, en una entrevista en San Cristóbal, México, el presidente George W. Bush me dijo que una comisión binacional iba a estudiar cómo ayudar a los indocumentados que ya estaban en Estados Unidos. Pero por años no pasó nada.
Cuando un impopular Bush trató de legalizar a millones de indocumentados en el 2007, su capital político era tan pequeño que la propuesta ni siquiera pasó un voto en el Senado. Ahí murió todo.
Barack Obama rescató el tema migratorio en su campaña para conseguir el voto latino. Casi 7 de cada 10 hispanos votaron por él. Pero la promesa que les hizo a los latinos –en una entrevista que tuve con él el 28 de mayo del 2008– tampoco se ha cumplido. Garantizó una propuesta migratoria en su primer año de gobierno y ya llevamos más de 15 meses sin nada.
En la comunidad latina hay una creciente molestia con el presidente Obama. Primero, por no cumplir su promesa. Y segundo, porque muchos creen que si el Presidente peleara por la reforma migratoria con las mismas ganas con que ganó, por ejemplo, la reforma de salud, la historia sería distinta y lo de Arizona no hubiera pasado.
La nueva ley migratoria en Arizona significa que el racismo tiene raíces muy profundas en la sociedad norteamericana. Significa que el llamado «poder latino'' no es tan poderoso como creíamos. Significa que los republicanos que aprobaron la medida antiinmigrante, incluyendo a la gobernadora, no han aprendido la lección y que los hispanos seguirán votando contra ellos.
o único bueno que ha surgido por la firma de la nueva ley en Arizona es que el tema migratorio se posiciona a nivel nacional con una inusual urgencia. Al ver lo que ocurre en Arizona, la reacción de inmigrantes y antiinmigrantes es la misma: urgen soluciones a largo plazo.
Uno de los personajes de Beckett dice al final de la obra: «seguro que Godot viene mañana''. Eso mismo dicen muchos sobre la reforma migratoria; que ya viene. Y no es que quiera lloverles en su fiesta, pero Beckett publicó su obra en 1952 y Godot todavía no ha llegado.