Sin culpa por Elián
En los treinta años que llevo escribiendo para este periódico, muy rara vez, si alguna, he discrepado públicamente de la opinión de un colega de esta página; sin embargo, la columna de Alejandro Armengol del pasado lunes –que repite todos los lugares comunes con que se culpabiliza al exilio cubano por el caso del niño Elián González, a diez años de su traumático secuestro a manos de las autoridades norteamericanas– me obliga a quebrantar lo que ha sido para mí casi una norma.
Creo que la mayoría de nuestro exilio tuvo razón, frente al resto de la opinión pública y a la actitud obsecuente del gobierno de Estados Unidos, en rehusar devolver a Elián a Cuba, aun cuando su padre tuviera todo el derecho natural a ese reclamo. Invalidaba ese derecho el ambiente al que Juan Miguel González, obrando como un enviado del tirano de Cuba, quería devolver al niño so pretexto de que hacía valer sus derechos de padre.
El interés que Fidel Castro y todo su aparato propagandístico habían puesto en el retorno de Elián debían haber servido de argumento suficiente para negarle al señor González la patria potestad sobre su hijo. Todos los días en Estados Unidos centenares de niños son arrancados de sus hogares y de la custodia de sus progenitores por mandato de un juez que pone en primer lugar los derechos del menor, cuyo bienestar y seguridad son de primera importancia, paramount como se dice en inglés. ¿Cómo si un niño no puede vivir al amparo de sus padres en un burdel, puede ser enviado de vuelta, por mucho que el padre lo reclame, a ese burdel gigantesco en que Cuba se ha convertido? ¿Cómo puede un juez privar a un padre de la custodia del hijo al que utiliza con fines lucrativos en un circo y permitirse que una criatura, por cuya libertad murió su madre, sea devuelta como primera marioneta a un gigantesco circo montado por Castro?
Mi colega dice que no le resultó agradable ver la imagen del adolescente convertido en un cadete comunista, ni saberlo viviendo sometido en la sociedad totalitaria a la que fue devuelto luego de unos breves meses de libertad; pero esa afirmación no pasa de ser la figura retórica de la concesión, que luego le permitirá justificar el hecho abominable y poner la culpa sobre los hombros de todos los que apoyamos la permanencia del niño en Estados Unidos, en compañía de su padre si éste así lo hubiera querido.
Pero el señor Armengol va más lejos cuando se pregunta si a Elián le hubiera ido mejor en Miami que en Cuba, reduciendo las ventajas de la vida en Estados Unidos a los simples bienes materiales, para luego equiparar las escuelas militares cubanas con la de un delincuente del exilio. La sola comparación es maliciosa. No se pueden negar los defectos y peligros de muchos centros de enseñanza en este país, pero resulta infinitamente más lesivo para la salud emocional de un individuo el que sea sometido al adoctrinamiento masivo a que se ha visto sujeto Elián, con el particular tutelaje de un Estado totalitario. Que Juan Miguel González estuviera dispuesto a que su hijo cayera en las garras de ese aparato, era razón suficiente para su descalificación: ciertamente el bienestar del menor no le importaba.
En el fondo queda la tradicional debilidad de los gobiernos demócratas frente al régimen de Castro. Pese a que los republicanos han sido igualmente incapaces de resolver la crisis permanente de Cuba, al menos han coincidido con nosotros en la satanización del castrismo: una tiranía intrínsecamente malvada que no merece los fueros de un país civilizado. Los demócratas a veces le han concedido, implícitamente, esta última categoría. El secuestro a mano armada de Elián fue un gesto hacia el régimen de Cuba y una deliberada humillación de nuestro exilio, algo que nosotros tendríamos que tener siempre presente a la hora de votar.
Es indiscutible que los factores políticos primaron por encima de los nexos de familia, pero gracias a la artera intervención de la tiranía que emponzoñó una relación familiar que hasta entonces había sido normal. Que tanto las abuelas del niño como su padre rehusaran reunirse con sus parientes de aquí en obediencia a los dictados de La Habana y que el gobierno de Estados Unidos lo tolerara revela precisamente la mala fe de una de las partes y la complicidad de la administración.
iez años después de los hechos, no creo que los que nos opusimos al regreso de Elián González tengamos nada de qué arrepentirnos: quisimos que ese niño simpático viviera en libertad, que es un bien fundamental sin el cual el desarrollo de un ser humano siempre será raquítico. Y el verlo ahora convertido en portavoz de ese régimen decrépito no sólo nos entristece, sino que sirve para darnos la razón. De haberse quedado aquí, pocos se acordarían hoy de él y tal vez ni haría titulares en la prensa; pero sería una persona más libre y más íntegra. Esta opinión, que muchos de mis lectores comparten, no nos convierte en avestruces que, por demás, es falso que escondan la cabeza cuando soplan las tormentas de arena.
(C)Echerri 2010
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