Migrantes: Sueñan ilusiones, viven pesadillas
El Heraldo, Tegucigalpa
Luis fue asaltado, golpeado y humillado por tener la ilusión de ayudar a su familia en Guatemala.
Desempleado y viendo a sus hijos aguantar hambre, resolvió aventurarse viajar hacia el norte, trayendo consigo a Mariana, su hija quinceañera. Se montaron en el techo de un tren junto a cientos de centroamericanos que buscan así el "sueño americano".
Para estas personas la travesía hasta llegar al destino puede tardar meses, porque tienen que cruzar dos fronteras, la de México y después hacia Estados Unidos.
En el trayecto desafían penosos obstáculos como el vivido por Luis. Él sobrellevó la tortura personal, pero lo destrozó la infamia contra su hija abusada por policías federales.
Luis dice que recuerda haberse encontrado en el camino a un hombre bueno que le advirtió sobre estos riesgos, pero la ilusión de darle un mejor porvenir a su familia no lo dejó distinguir el peligro.
Se refería a José Alejandro Solalinde Guerra, un sacerdote católico que construyó el albergue Hermanos en el Camino en Ciudad Ixtepec, en el estado de Oaxaca, México, donde Luis y su hija comieron y pasaron un par de noches antes de seguir el peregrinaje.
A Solalinde lo conocí cuando realicé un reportaje sobre su labor social. Esta semana me escribió para denunciar nuevos atropellos contra inmigrantes que pasan por Chiapas y Oaxaca.
Él es testigo de múltiples injusticias por parte de forajidos como "Los Zetas", paramilitares del narcotráfico, que montaron un negocio alterno robando a inmigrantes. Pero también son perseguidos por las autoridades.
El miércoles 21 de abril pasado, en la región de Chahuites, Oaxaca, la Policía Federal detuvo el tren que traía alrededor de 350 personas sobre los vagones, la mayoría indígenas Mam de San Marcos, Guatemala.
De acuerdo al padre Solalinde, los agentes bajaron a los viajeros, los amenazaron e insultaron, dispararon al aire y los asaltaron. No es la primera vez que ocurre este abuso.
Por defender a los inmigrantes, Solalinde ha sido secuestrado y amenazado. Sin embargo, él continúa la misión cristiana sin rendirse pero con miedo, porque este sentimiento es difícil de espantar.
Con frecuencia escuchamos noticias sobre la muerte de inmigrantes bajo el calor del desierto, avanzando en el último trayecto, pero cientos más desaparecen antes. Decenas caen de ese tren que usan para escapar de la miseria o son asesinados por ladrones o mueren en peleas por comida y agua.
Si logran sobrevivir se enfrentan a la peor caza de la historia en Estados Unidos. Los gobernantes ahora legislan contra la inmigración ilegal, a pesar de la gran contribución de la mano de obra extranjera.
La nueva ley de Arizona, promulgada hace una semana, los criminaliza por pedir empleo, caminar en la calle o hablar español. Lo peor es que esta ley será clonada por otros estados, que muestran su racismo sin vergüenza.
Está bien que arresten a los delincuentes, pero está mal que generalicen.
El guatemalteco Luis vive ahora en la Florida y su hija tiene un novio que la quiere y la respeta. Tratan de olvidar las desgracias de su viaje, aunque en sus corazones persiste el dolor porque ellos idealizaron ilusiones, pero ahora solo sueñan pesadillas.
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