“Ridi Pagliacci”
SALAMANCA. En la ópera “Pagliacci” (Payasos) de Leoncavallo (1858-1919), el protagonista acaba de descubrir que su mujer le engaña con otro hombre. Pero es el momento de salir a escena y hacer su número. Es cuando canta aquella famosa aria sobre la vida que deben llevar: “Ridi pagliacci, / sul tuo amore in franto / Ridi del duol che / t’avvetena el cor” (“Ríe payaso / sobre tu amor destrozado /Ríete del dolor / que te envenena el corazón”) para concluir con una risa que se convierte en llanto.
Después de haber escuchado esta obra, me pregunto continuamente qué hay detrás de la risa de la gente. Porque si los payasos deben esconder sus dramas personales haciéndonos reír, pues toda risa nos resulta ya sospechosa. O, por lo menos, capaz de lograr otra interpretación.
Por ejemplo, cada vez que aparece en la prensa una fotografía de Fernando Lugo al lado de su colega brasileño “Lula” Da Silva, ambos están riéndose, mostrando toda la dentadura como el geométrico teclado de un piano. ¿De qué se estarán riendo? Desde hace tiempo he venido desarrollando una teoría al respecto y espero que no resulte muy extraña a la realidad. Veamos.
"Lula” Da Silva, no tengo lugar a dudas, se ríe de las pillerías que acaba de hacer. Digo “pillerías” pues reacciona como un chico que no ha sido sorprendido en falta. Por el contrario, ha sido tomado muy en serio. La cosa le va tan bien que se ha convertido en uno de los jefes de Estado mejor conceptuados no solo en América sino también fuera de ella. Ha cumplido el sueño de todo brasileño: ser “o melhor do mundo”.
Pero las fotografías a las que me refiero son aquellas en las que aparece al lado de Fernando Lugo que también ríe. Pero la de él no es la risa de un niño que acaba de cometer una pillería y disfruta por adelantado de los resultados que pueda obtener. Su risa es más bien ingenua y posiblemente un poco chabacana por la forma desmedida en que abre la boca y muestra la dentadura. No nos deja lugar a dudas de que lo atiende un buen odontólogo.
Se me ocurre entonces que “Lula” Da Silva pensará: “¿Y este de qué se ríe?”, con lo que su alegría aumenta. “Lula” le ha dicho sí a todo, le ha prometido todo lo que Lugo quería que le prometiese, total, y eso lo ha dicho entre dientes para que no resulte muy evidente, todo debe ser aprobado por el Congreso brasileño. Pero Lugo ríe, ya que con sus dotes de estadista de la izquierda bolivariana ha logrado de “Lula” mucho más de lo que se esperaba, con una facilidad que a él mismo le sorprende.
Cuando la Convención Nacional Constituyente de 1992 estuve como miembro de la bancada del Partido Liberal Radical Auténtico. Durante la campaña proselitista pues me tocó reunirme con los grupos de artistas, intelectuales y otros integrantes del ramo. En una de esas reuniones, compartía la mesa con un convencional colorado. Cada uno expuso sus ideas y, en el momento de las preguntas, un actor de teatro se puso se pie y exigió, a viva voz, que en la nueva Constitución figurara la obligación, por parte del gobierno, de promover las actividades teatrales. Yo intenté explicarle que ese no era un tema propio de una Constitución. Tan terco era mi interlocutor que llegó un momento en el que, en mi interior, tenía ganas de tirarle a la cabeza un pesado cenicero de cristal que habían puesto allí.
A su momento, el convencional colorado le dijo que entendía su propuesta, que compartía sus ideas, que le parecía estupenda, que haría todo lo posible por incluirla y que si el actor tenía una propuesta escrita de cómo debía ser dicho artículo, que se la hiciera llegar. Entonces fue cuando comprendí que nunca podría ser político.
Para ser político hay que aprender a reírse como se ríe “Lula” Da Silva en el momento de hacerse la fotografía de rigor. Esa risa que le sale de lo más profundo de su ser porque se pregunta a sí mismo, en silencio: “¿Y este de qué se reirá?” refiriéndose a su acompañante.
Mientras el acompañante ríe como el personaje de la ópera sin saber que, a corto o largo plazo, la risa se transformará en trágica carcajada o en lamentable llanto mientras el coro, todos a una, grita: “Nos han engañado”. En realidad tendría que ser: “Nos hemos dejado engañar”, que no es la misma cosa aunque suene igual.
Les propongo que sigamos con este juego, indagando qué puede haber atrás de cada risa. No solo se divertirán, sino que se llevarán impresionantes sorpresas.
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