La discrepancia tolerante
La Hora, Guatemala
Admitir el derecho del prójimo a creer en aquéllo que, según él, es verdadero, y que según nosotros, es falso, y respetar su creencia tanto como pretendemos que él respete la nuestra, es un acto de discrepancia tolerante. Empero, no admitir el derecho del prójimo a tener una creencia discrepante, y hasta pretender que nadie tenga una creencia semejante, es un acto de discrepancia intolerante.
La discrepancia tolerante no necesariamente es el acto humilde de quien teme que su creencia puede ser refutada. Puede ser también el acto sensato de quien sabe que la convicción no es una prueba de la verdad. ¿Acaso no puede ser falsa una creencia de cuya verdad estamos profundamente convencidos? La discrepancia tolerante tampoco es necesariamente el acto cobarde de quien rehúsa defender su propia creencia. Puede ser también el acto valiente de quien refuta, con razonamientos inspirados en la pura búsqueda de la verdad, la arrogante creencia discrepante del prójimo.
Hay razones del género más diverso en favor de la discrepancia tolerante. Hay una razón gnoseológica, que consiste en que cualquier creencia, incluida aquélla de la cual pretendemos que es absolutamente verdadera, puede ser falsa; y aunque hubiera una verdad absoluta, no tenemos la certeza igualmente absoluta de que la poseemos. Hay una razón jurídica, que consiste en que ningún ser humano tiene derecho a imponer una creencia que, según él, es verdadera. No tiene derecho a imponerla, aunque realmente sea verdadera, y aunque esa verdad fuera absoluta. Hay una razón ética, que consiste en que todo ser humano debe tener la libertad de creer en aquéllo que, según él es verdadero, y libertad de no creer en aquéllo que, según él, es falso. Hay una razón pragmática, que consiste en que ningún ser humano intolerante puede estar seguro de que no será víctima de la intolerancia. Los intolerantes del presente pueden ser los intolerados del mañana.
La discrepancia tolerante puede no ser un acto placentero, particularmente si las creencias que discrepan de las nuestras nos parecen repudiables, o irresponsables, o amigas de la superstición y enemigas de la ciencia, o residuos de la ignorancia y vergüenza de la sabiduría, o ejemplos ofensivos de flagrante imbecilidad. La discrepancia tolerante hasta puede ser un acto doloroso si, con abusiva arrogancia, pretendemos que nuestra creencia es un engendro maravilloso de la verdad y de la inteligencia, y que la creencia que discrepa de la nuestra es un engendro monstruoso de la falsedad y de la estupidez. Empero, sea o no sea la discrepancia tolerante un acto placentero, sin ella es imposible convivir pacíficamente en la sociedad. Y ella es especialmente benéfica en el caso de creencias que, por suscitar emociones, pasiones o sentimientos, son propicias para el conflicto; por ejemplo, creencias teológicas, religiosas, políticas, ideológicas, económicas o filosóficas.
En casos patológicos, la discrepancia intolerante se regocija de que, quien tiene una creencia discrepante, sea condenado a prisión para evitar que exprese su creencia; o sea torturado para que desista de su creencia, o sea condenado a muerte para disuadir a quienes tengan o puedan tener la misma creencia. Ese regocijo enriquece la miseria moral del mundo.
Post scriptum. La discrepancia tolerante ha fomentado el progreso intelectual del género humano. La discrepancia intolerante lo ha obstaculizado y hasta lo ha detenido
- 23 de julio, 2015
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