¿Error humano o advertencia a Obama?
El jueves pasado, a poco más de una hora del cierre, el pánico se apoderó de Wall Street cuando el Dow Jones se derrumbó casi 1.000 puntos (un 9%). Las pérdidas se cuantificaban por más de u$s 200.000 millones. La crisis europea colaboraba a acelerar la caída. Se comenzó a hablar del mayor crash desde 1987. Pero los mismos operadores no entendían lo que estaba pasando. Los precios de algunas acciones pasaban de u$s 70 a menos de un centavo. Algunos pensaron que era un ataque ciberterrorista.
Hasta que surgieron rumores sobre un posible «fat finger», que es cuando un broker comete un error tipográfico. La historia oficial cuenta que desde la CNBC apuntaron a un operador posiblemente del Citigroup (aunque el banco lo negó) que por error marcó una orden de venta sobre las acciones de Procter & Gamble en el sistema con la B (billions) en lugar de la M (millions) y vendió u$s 15 billones en acciones. Esto desató una reacción en cadena de órdenes de venta automáticas en todas las máquinas. Precisamente, cuando el volumen es tan elevado, son las computadoras las que toman el control. Por eso se habló de efecto Terminator más que de ciberterrorismo. Minutos después se recuperó la calma y la operatoria, y los precios volvieron a los niveles previos.
Los expertos señalan que entre el 50% y el 75% de la negociación se realiza por programas de trading de alta frecuencia, incluso muchos de ellos están implementados vía hardware mediante circuitos impresos contra los que resulta muy difícil a un trader competir en velocidad. Además, dicen desconocer plataformas profesionales de trading que admitan letras en lugar de números para poner las cantidades.
Crac del 87
Ahora bien, esto no ocurrió, aparentemente, por falta de mecanismos de control para evitar estos errores. Tras el crac de 1987, la Bolsa de Nueva York tiene ciertos límites de caída que dependen de las horas de negociación. De modo que, si se produce una caída del 20% en el Dow antes de las 13 (hora de Nueva York), la operatoria se detiene durante dos horas. Si ocurre entre las 13 y las 14, se cierra la negociación durante una hora, y si se produce después de las 14, el mercado cierra directamente. En el caso de que la caída del Dow llegara al 10%, antes de las 14 mantendría cerrado el mercado durante una hora; si es entre las 14 y 14.30, el mercado para media hora, y si se produce después de las 14.30 el mercado continuaría abierto. Cabe señalar que, llamativamente, no existen límites de movimiento para los valores individuales.
Más allá de que los operadores deben tener sus propios sistemas de control de riesgos cuando introducen una orden, que los alertaría en caso de intentar ejecutar una operación de gran volumen, ese jueves nada de todo esto funcionó o se activó.
Otro ingrediente curioso de esta historia fue que las máquinas fueron muy cuidadosas para no superar la caída del 10% de forma casi milimétrica. Encima, al cierre, sorpresivamente tanto el NYSE como el NASDAQ anunciaban que cancelaban todas las operaciones realizadas entre las 14.40 y las 15 y que tuvieran una variación superior al 60% en relación con el valor que tenían las acciones a las 14.40.
Ayer, la SEC dijo que aún no resolvió el misterio (ver aparte).
Para los especialistas, está claro que lo ocurrido ese jueves no lo provocó un trader novato errándole a una tecla; y pocos albergan esperanzas de que se esclarezca finalmente.
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Los grandes bancos de Wall Street, escudados detrás de Goldman (que semanas atrás, precisamente, fue acusado de fraude y de conspiración en el caso del maquillaje estadístico de Grecia) y sus aliados republicanos parecen haber puesto un as en la mesa advirtiendo: «Aquí estamos nosotros y veremos si siguen adelante con la reforma». Y si esperaban el momento oportuno para lanzar la advertencia, sin duda, es día fue el jueves pasado con el debacle de los mercados mundiales, que potenció el miedo entre los inversores. O sea, fue una buena pantalla para transmitir el mensaje a Washington.
Habrá que esperar entonces qué carta jugarán Obama y sus aliados.
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