Qué haremos cuando resucite Hitler
Según el Barómetro de Corrupción de Transparencia Internacional, los partidos políticos son las instituciones más deshonestas a nivel global, 68% de las personas encuestadas lo cree así; les siguen la administración pública y el Poder Legislativo, percibidos como instituciones corruptas por el 63 y 60%, respectivamente. Ecuador es el país con los políticos más corruptos seguido por Argentina, Perú, India, Bolivia, Brasil, Costa Rica y México. Claro que la encuesta no se realizó en todos los países, de aquí ausencias notables como la de Cuba.
Según la presidenta de Transparencia Internacional, en América Latina, que tiene unos 240 millones de pobres, más de un tercio de los países obtuvieron menos de 3 puntos en la escala del 1 al 10 en transparencia, significando que la corrupción se percibe como fuera de control. Esta región tiene, además, la más grande desigualdad en el mundo. El 10% más rico se queda con el 48% del ingreso total, mientras que el más pobre tiende a ganar solo 1,6%, de acuerdo al Banco Mundial. Un 10% del PIB se pierde por causa de la corrupción, según el Banco Interamericano de Desarrollo.
Insólitamente Latinoamérica tiene los jefes de gobierno más populares del mundo. Empezando por el sindicalista Lula que en Brasil mantiene, terminando su segundo mandato, el 80% de aprobación. Michelle Bachelet en Chile y Tabaré Vázquez en Uruguay se fueron con un nivel de popularidad similar. En Bolivia, cuando Evo Morales fue reelecto a fines del 2009, tenía un nivel de aprobación de 65% y Uribe, en Colombia, termina su segundo período con 70%.
Mientras que la popularidad del militar Chávez baja desde el 50% hasta hace un año al 30% de hoy, su amiga Cristina Kirchner no llega ni a eso. Increíblemente, Alan García tiene su popularidad por el piso a pesar de que Perú es el país de mayor crecimiento de la región. En América Central, Martinelli de Panamá, Funes de El Salvador y Chinchilla de Costa Rica también tienen una popularidad cercana al 80%. Mientras que en México, Calderón mantiene un nivel de aprobación superior al 50%.
Fuera de la región, Obama, quien al asumir tenía 72%, al año ya había bajado al actual 46%. En Europa, el nivel de aprobación promedio de los jefes de gobierno no llega al 40%, esto antes de que recrudeciera la crisis de Grecia. Merkel era la mejor posicionada, pero la crisis griega parece haberla desacreditado aún más. La popularidad de Putin, en Rusia, bajó bruscamente durante 2009, quedando en 44%. En Asia, los gobiernos de Japón y Corea del Sur tienen niveles de aprobación más bajos que los de América Latina.
Casos insólitos como la bajísima popularidad de Alan García, que encabeza el mayor crecimiento en la región, o la relativamente alta de Evo Morales que está literalmente destruyendo su país, no tienen explicación sino es por el perverso mecanismo del estatismo que promueve la pobreza, la corrupción, la desigualdad y el mesianismo.
Cuando el Estado conforma una estructura piramidal, al estilo militar e interviene en todas las actividades, provoca pobreza al coartar la capacidad productiva y creativa de las personas. Como consecuencia directa, sobreviene la desigualdad ya que el poder de los burócratas es aprovechado por los amigos y los poderosos. Desigualdad, que viene de la mano de la corrupción, de los "arreglos" entre los "capitalistas" y los funcionarios.
Muchos dictadores han surgido de elecciones "libres", no es ninguna novedad. El ejemplo más sintomático es Hitler quien ganó "libérrimas" elecciones, en un país desarrollado de la antigua y culta Europa. Esto porque, otra consecuencia del estatismo, es que los políticos adquieren suficiente poder como para comprar votos con dádivas, con puestos en el gobierno, con una feroz propaganda ya que manejan o presionan a muchísimos medios de información y, finalmente, abusan de la "educación" que más se parece a un lavado de cerebro.
Así, mientras el estatismo y su correlato el populismo estén vivos, la posibilidad de que Hitler resucite existe, y no hay manera de prevenirlo.
El autor es miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity en el Independent Institute de Oakland, California.
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