En Argentina el intervencionismo resultó ser un mal negocio
El problema que se presenta cuando uno delega a los gobiernos el poder para intervenir en el mercado genera un riesgo mucho más grande que el de tener que competir.
Tal vez el valor de las empresas en Argentina nunca haya sido tan endeble como en la actualidad. La incertidumbre en las reglas de juego, las disposiciones arbitrarias del gobierno al momento de permitir exportar, la imposición de precios de venta y demás medidas intervencionistas han terminado por generar una profunda saturación en el mundo empresarial. No son pocos los empresarios o directivos de empresas que temen hablar en público marcando sus diferencias con el gobierno, y los pocos que lo hacen sienten el rigor del Estado. Hoy el valor de cualquier empresa en Argentina depende de los caprichos del gobierno. Pero al mismo tiempo que los accionistas de las empresas son víctimas reales o potenciales de las arbitrariedades del gobierno, al mismo tiempo una parte nada despreciable del mundo empresarial cree en las bondades del intervencionismo estatal, como ocurre en muchos otros países del mundo. En rigor, a casi nadie le gusta competir. Todos preferimos tener un mercado cautivo gracias a las restricciones que puede establecer el gobierno, un dólar caro que nos proteja de los competidores extranjeros, créditos subsidiados y demás medidas del estilo. Esta preferencia tiene el problema de pensar solo en el corto plazo y no ver el largo plazo. Podríamos decir que hay dos grandes modelos de organización económica. Una basada en ganarse el favor del consumidor fundado en el riesgo empresarial y el otro intentar obtener utilidades mediante la intervención de los burócratas. En principio luce más cómodo y un buen negocio depender de las decisiones de los burócratas para ganar dinero que del incierto resultado que puede ofrecer una inversión basada en la competencia. Y cuando digo competencia lo digo en el más amplio sentido de la palabra, esto es, incluye la apertura de la economía. El problema que se presenta cuando uno delega a los gobiernos el poder para intervenir en el mercado genera, a mi juicio, un riesgo mucho más grande que el tener que competir. ¿Por qué? Porque todos suponen que puede haber burócratas buenos que no serán arbitrarios al momento de tomar alguna medida intervencionista. Y aquí está el error, siempre que se le otorgue a los burócratas ese poder de intervenir, por definición su comportamiento va a ser arbitrario porque estará modificando artificialmente la estructura de precios relativos a favor de unos y en perjuicio de otros. Y modificar arbitrariamente los precios relativos implica crear rentas artificiales en unos sectores y producir pérdidas en otros. Si uno tiene en cuenta que los precios del mercado no son otra cosa que las valoraciones que expresa la gente respecto a los bienes y servicios que se ofrecen en el mercado, es obvio que las medidas intervencionistas no responden a las valoraciones de la gente si no a los deseos del burócrata. Por otro lado, basta con leer un poco de historia económica para advertir que una intervención lleva a otra intervención hasta paralizar la economía. Los controles de precios que comienzan con 3 o 4 productos, es considerada inofensiva, pero luego ese control va extendiéndose a otros sectores hasta descontrolarse. ¿La razón? Los controles de precios se establecen cuando hay inflación y la inflación es generada por el Banco Central mediante la emisión monetaria. Al actuar sobre los efectos y no sobre las causas, el control de algunos productos finales no sirve de nada. El burócrata tiene que terminar interviniendo en toda la cadena productiva, desde el precio de los bienes finales hasta los insumos para producir esos bienes finales y también los precios de los insumos para producir insumos y así sucesivamente. Hasta aquí las razones de por qué los controles de precios no funcionan, así como tampoco lo hacen infinidad de otros mecanismos de intervención en el mercado. Ahora bien, el problema adicional es que el burócrata va adquiriendo cada vez más poder en detrimento de las libertades. Un burócrata con poder de fijar precios puede mandar a la quiebra a una empresa mediante el simple trámite de no autorizarle, a determinada empresa, incrementos de precios. Puede mandar a la quiebra a una empresa o sector prohibiéndole exportar sus productos. Puede mandar a la quiebra a una empresa impidiéndole importar insumos vitales. En definitiva, bajo un sistema dirigista, el burócrata tiene en su poder la supervivencia de cada una de las empresas. De esta manera, ni siquiera hace falta mandar las fuerzas de choques que los gobiernos populistas suelen usar para liquidar a una empresa o tener al ente recaudador inspeccionándolo permanentemente. Solo con resoluciones de un secretario el empresario está muerto si se opone a los caprichos del gobierno de turno. Viendo las andanzas de Moreno, que no son otra cosa que los deseos de Kirchner, debería preguntarse el mundo empresarial si esto de apoyar el intervencionismo estatal no se transformó, finalmente, en un arma mortal. Porque siempre partieron del supuesto que el intervencionismo no es malo ni corrupto, solo basta con poner en la función pública a un intervencionista bueno y honesto para tener el negocio asegurado. El drama es que una vez que se abrió la puerta para la arbitrariedad del intervencionismo, no solo se sufren sus efectos negativos, sino que, además, las empresas dejan de ser propiedad de los accionistas ya que estos se limitan a ser simples mandatarios de los burócratas. La propiedad privada desaparece de hecho. Solo figura la propiedad privada en los papeles. En síntesis, creo que el mundo empresarial debería realizar un profundo debate estrictamente económico para determinar si apoyar el intervencionismo para tener mercados cautivos es mejor negocio que trabajar en un contexto de libre competencia. ¿Cuál de los dos mecanismos es más peligroso para su supervivencia? ¿La existencia de competidores o el poder omnímodo de los burócratas? Viendo al extremo que ha llegado el kirchnerismo mediante el uso del intervencionismo, todo parece indicar que la experiencia debería ser lo suficientemente aleccionadora como para nunca más apoyar, consentir y menos aplaudir medidas intervencionistas, por más que en el corto plazo parezcan un buen negocio. Me imagino que más de un empresario argentino debe ahora estar maldiciendo el momento en que aplaudió el famoso dólar competitivo, las restricciones a las importaciones y demás medidas que parecían males menores. Porque hoy son víctimas del poder destructivo que puede llegar a tener un estado intervencionista. Una última reflexión. Me causa gracia cuando, por defender las ideas de libertad económica, me acusan de trabajar para los intereses de los empresarios. Y me causa gracia porque la mayoría de los empresarios grandes, medianos y pequeños prefieren a los consultores que dicen no hacer pronósticos basados en la ideología y no les gustan los economistas que basamos nuestros análisis en el funcionamiento de la libertad económica. Puesto en otros términos, los economistas que defendemos la libre competencia no somos del agrado de esos empresarios porque nuestro pensamiento no es afín al negocio que persiguen. No obstante, como quienes defendemos la libertad económica lo hacemos porque sabemos las distorsiones y problemas que trae aparejado el intervencionismo, damos menos números inventados y más fundamentos a los análisis. Al entender el proceso económico en su profundidad podemos formular tendencias con más precisión. Pero claro, muchas veces a buena parte de los empresarios no les gusta escuchar la cruda realidad y prefieren vivir en el mundo de ficción de los supuestos analistas que no se dejan influenciar por las ideologías, porque al igual que muchos empresarios, políticos y sindicalistas, basan su negocio de consultoría en decir lo “políticamente correcto” y esto es no decir nada inconveniente contra el gobierno de turno mientras mantenga popularidad. Luego pueden cambiar fácilmente de orientación si el viento modific Digo todo esto porque así como hay empresarios, políticos y sindicalistas veletas, también en nuestra profesión hay de todo. No vaya a ser cosa que además me acusen de corporativo. |
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