Ensalada griega ¿con pupusas?
En efecto, considerando que El Salvador tiene un régimen monetario que le exige una disciplina fiscal de la que carecieron los mencionados países, y teniendo en cuenta que tal régimen le niega la posibilidad de emitir dinero, resulta más que oportuno reflexionar acerca de las experiencias fallidas de Grecia y de la Argentina. Para no repetirlas en tierra cuscatleca.
El veredicto fácil, pero falaz, pues condena sin previo análisis económico, decreta que la rigidez monetaria es la culpable de todos los males. Dicho dictamen probablemente sirva para calmar las afiebradas patologías pseudo-ideológicas de algunos, pero resulta absolutamente inútil si lo que se pretende es encontrar las raíces del problema económico. Es decir, sus verdaderas causas.
Grecia no puede emitir dinero para financiar el déficit de su tesoro, pues carece de moneda propia: forma parte de la unión monetaria del euro, administrada por el Banco Central Europeo. Una limitante similar tenía la Argentina (1991-2001) con la convertibilidad, ley que si bien técnicamente no le impedía emitir moneda propia, sólo la habilitaba para hacerlo ante el ingreso neto de divisas estadounidenses. Es decir, en vez de "patrón-oro" regía un "patrón-dólar". En este sentido, la restricción salvadoreña es análoga a la griega.
Grecia tiene una deuda pública del orden de los 400,000 millones de dólares, cifra que por ser mayor a su PIB hace que la relación deuda pública/PIB sea superior al 100%. La deuda pública de la Argentina en el año 2001, justo antes de la hecatombe, era de 144,000 millones de dólares. Representaba "apenas" el 54% de su PIB.
¿Apenas el 54%? Ciertamente se trata de un porcentaje relativamente bajo comparado con los que actualmente exhiben muchos países desarrollados. Y está en el orden de magnitud del que ostenta El Salvador, lo cual no implica que aquí inevitablemente se avecine un desastre financiero similar al argentino.
Para ello deberían cometerse, además, sus otros errores, propios de un populismo trasnochado del cual esperemos que las autoridades salvadoreñas sepan mantenerse distantes. Como por ejemplo abandonar la disciplina monetaria (derogando la dolarización) o despreciar la disciplina fiscal (aumentando el gasto público).
El Salvador carece, siempre es bueno recordarlo, de recursos naturales capaces de financiar las torpes borracheras de despilfarro fiscal, tan habituales en Sudamérica ante cualquier escalada en los precios internacionales de las materias primas que sus países venden: petróleo, soja, trigo, carne, cobre, etc. El Salvador no tiene billetera para tales delirios. Sus autoridades lo saben.
Pero El Salvador sí tiene en común, por ejemplo con la Argentina, una "intolerancia a la deuda" significativamente mayor que la de los países desarrollados. Tal expresión, acuñada por los economistas Carmen Reinhart y Ken Rogoff, refleja que pertenecer a una región con baja seguridad jurídica hace que las señales de alarma se disparen antes: no es lo mismo que la deuda pública sea el 54% del PIB en estos arrabales del planeta a que lo sea en Francia. Nos guste o no, así funciona el mundo. Y es lógico.
En un reciente artículo de opinión Alberto Benegas Lynch (h) hacía un oportuno énfasis en lo paradójico que resulta que "en la tierra de Sófocles, donde en boca de Antígona nace la idea del derecho como anterior y superior a los aparatos estatales, se entroniza el omnipotente Leviatán que invade todas las esferas privadas".
Es que la batalla contra el intervencionismo estatal y su hijo inevitable, el autoritarismo, nunca estará ganada: en Grecia funciona un sistema de privilegios que favorece a grupos de presión, se trate de sindicatos o de pseudo-empresarios que lucran con prebendas. Nada que no se haya visto en nuestros países.
Porque las verdaderas causas son siempre las mismas.
Hasta la próxima.
El autor es ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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