Obama y su juego de palabras
Después de la aprobación de la ley de reforma sanitaria, de pronto, ante los ojos de los ciudadanos americanos emergió una imagen más detallada del hombre que Estados Unidos había elegido como presidente en noviembre de 2008. Sin prisa pero sin pausa, la opinión pública finalmente está comenzando a darse cuenta lo que la elección de Barack Obama realmente significa: Una redefinición de Estados Unidos en todos los aspectos de la vida americana, desde lo militar, social, económico, científico, cultural hasta lo político. Una de las iniciativas más recientes del presidente transformacional refleja su afán para infundir el prometido “cambio”. Y esta vez tiene que ver con el planteamiento que hace acerca del terrorismo.
Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre, parecía que Estados Unidos se había tomado el yihadismo global en serio. La Estrategia Nacional para Comabtir el Terrorismo de 2003 era la respuesta de gran estrategia al 11-S y marcó el lanzamiento de la guerra global contra el terror. Y la Estrategia de Seguridad Nacional de 2006 era una clara continuación de esa misma línea: “La lucha contra el radicalismo islámico militante es el gran conflicto ideológico en los primeros años del siglo XXI”. Pero el documento también indicaba muy enfáticamente que “los terroristas a los que nos enfrentamos hoy en día explotan la digna religión islámica para ofrecer una visión política violenta”. La Doctrina Bush nunca hizo del problema un asunto de “nosotros versus el islam”.
Pero con la mayoría de los occidentales sufriendo mortalmente de corrección política y pacifismo utópico, fueron muchas las voces que se levantaron en protesta cuando el documento estableció claramente lo que impulsaba ideológicamente al enemigo y la naturaleza del mismo. El presidente Bush había dado en el clavo en este asunto aunque se pudiera estar de acuerdo o no con sus soluciones al problema. Pero, no le quepa la menor duda, a pesar de la actual gimnasia semántica sobre el yihadismo, a estas alturas la opinión pública ya tiene bastante claro quién es el enemigo.
El yihadismo global es la expresión vigente del terrorismo y el desafío existencial de nuestros días. Incluso aquellos que no comparten este apremio entienden que el terrorismo es un peligro mortal que no se puede ignorar. La disuasión no funciona con los yihadistas puesto que el martirio a través del suicidio es su objetivo final para así hacer progresos en favor de su “justa” causa en la tierra y al mismo tiempo ganarse un lugar en el cielo. Estamos metidos en un conflicto que es ideológico a la vez que de seguridad porque el yihadismo es una ideología tanatofílica y se sabe que sus totalitarios agentes buscan nuestra aniquilación.
Un aspecto importante que los estrategas deben tomar en consideración es la naturaleza del enemigo. La mayoría de la gente asume que el gobierno lo hace, determinando racional y correctamente la naturaleza del enemigo y tomando las mejores decisiones para enfrentarse a él. Se supone que todas las administraciones cuentan con muchos asesores y expertos altamente cualificados que pueden aportar soluciones e ideas en defensa de los intereses nacionales. Sin embargo, los responsables políticos y sus asesores a menudo equivocan sus análisis al dejarse arrastar por supuestos idealistas y muy poco anclados en la realidad sobre el ser humano.
El renombrado y muy sensato experto en terrorismo Walter Laqueur logró capturar en pocas palabras y con brillantez nuestra realidad cuando escribió que: “El terrorismo es la manifestación contemporánea del conflicto y, por lo que se ve, el conflicto no desaparecerá de la faz de la tierra hasta que la naturaleza humana haya experiemntado un cambio fundamental”. Quizá creyendo en la perfectibilidad de la naturaleza humana, el actual inquilino de la Casa Blanca se nos revela como el nuevo Adán americano, aparentemente listo para erradicar del mundo tal y como lo conocemos la plaga del radicalismo islámico. Los idealistas del Departamento de Estado constituyen el complemento perfecto para la agenda quimérica de este presidente. Pero al igual que con Jimmy Carter, el precio para pagar por esta aventura quijotesca será muy alto.
La agencia Associated Press informó recientemente que: “Los asesores del presidente Barack Obama planean quitar términos como ‘radicalismo islámico’ del documento que especifica la Estrategia de Seguridad Nacional y usará la nueva versión para hacer hincapié en la idea de que Estados Unidos no ve a las naciones musulmanas a través del prisma del terrorismo”. El presidente Obama busca no alienar a las naciones musulmanas por usar el vocabulario equivocado. El portavoz del Departamento de Estado P. J. Crowley intentó quitar hierro a la controversia diciendo que: “Sí, nos estamos enfrentando a un movimiento global de terroristas, de extremistas violentos… pero no todos son islámicos”. Vale, no todos, sin embargo la realidad dice que la mayoría de los atentados terroristas en nuestros días se han perpetrado en nombre del islam y las sociedades musulmanas se han llevado la peor parte con la mayor cantidad de víctimas mortales. Obama no debería hacer de la vista gorda ante esta realidad a la hora de decidir la política a seguir para combatir a un enemigo que no conoce límites geográficos ni morales. Este enemigo representa una amenaza no sólo para Occidente sino también para el mundo islámico.
El gran estratega militar Sun-Tzu nos enseñó que, para garantizar la victoria, debemos saber dos cosas: quiénes somos y quién es el enemigo. Pero la nueva doctrina exhorta a olvidarnos de Sun-Tzu y su consejo de eficacia comprobada para cambiarlo por una terminología más disimulada y menos franca. Al parecer, es una política en ciernes; no obstante, el adoptar una fraseología más neutral, anodina si se quiere, para referirse al enemigo será parte fundamental del enfoque poco ortodoxo de Obama que pronto nos presentará.
Al darse semejante trabajo, es obvio que la administración entiende muy bien la impotancia que tienen las palabras. Las definiciones son importantes porque transmiten claridad al describir con palabras el carácter fundamental de algo. Cuando la administración se pierde en disquisiciones lingüísticas y llama al terrorismo “desastre causado por el hombre” o la lucha contra terrorismo se convierte en “operación de contingencia en el extranjero”, la opinión pública empieza a sospechar que esa ambigüedad es intencional y siempre con el fin de acallar la necesidad de hacer juicios de valor sobre el terrorismo. Eso sienta un terrible precedente cuando la claridad es fundamental para desarrollar una estrategia ganadora ante un enemigo tan resoluto. También refleja que hemos acabado tragándonos la retórica yihadista y que indirectamente apoyamos su ridículo alegato de que Occidente está en guerra con el islam. En cambio, esos mismos enemigos no tienen problema alguno en reconocer abiertamente su objetivo final: La destrucción de nuestra civilización. Estos individuos van, literalmente, a por todas. La culpa será toda nuestra si nos negamos a prestar atención a lo que nos dice el enemigo. Es una vuelta a la mentalidad del 10-S.
Mientras que los acercamientos diplomáticos de Obama al mundo musulmán son positivos en sí como una forma de poner a trabajar en beneficio de la nación la influencia estratégica de Estados Unidos, el intento de enmascarar la verdadera naturaleza del yihadismo y el negarse a admitir que detrás de su motivación hay un impulso teológico es como querer tapar el sol con un dedo. El yihadismo postula que sus seguidores cumplen con la misión divina de emprender la guerra contra cualquiera que no acepte su interpretación purista del islam y que la reinstauración del califato como la única forma aceptada de organización política debe imponerse en el mundo entero. Ninguna frasecita nueva ni gestos simpáticos pueden cambiar esa realidad. Si, según las propias palabras del presidente Obama para justificar la guerra de Afganistán, “estamos en guerra contra al-Qaeda” ¿por qué tenemos que hacerle el caldo gordo al enemigo con este juego de palabras?
Los americanos no le dan mala fama al islam. De eso se encargan perfectamente los yihadistas.
Miryam Lindberg es asesora política de la Fundación por la Defensa de las Democracias, institución americana dedicada al estudio del terrorismo y del islamismo.
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