Liberalismo y desintegración social (II)
En el anterior artículo analizamos en qué consiste la famosa desintegración social y sentimental (invocada apocalípticamente por determinados autores) y comenzamos a esbozar posibles causas y posibles lecturas de su complejidad, pues, como sabemos, los fenómenos sociales multidimensionales no tienen signo y dirección únicos.
Una vez hecha la descripción, pasemos a la segunda cuestión: causalidad. Supongamos a efectos dialécticos que tenemos el fenómeno de la desintegración perfectamente operacionalizado y falsado, lo cual es, como hemos visto, suponer demasiado. Aún así, quedaría sin resolver la gran cuestión: ¿es esta desintegración social y sentimental fruto del llamado “auge del individualismo” –a su vez, supuestamente, principal plasmación cotidiana del orden capitalista-? ¿O es el efecto de otro fenómeno, o de una dimensión de un mismo fenómeno? Ya he adelantado que, en mi opinión, puede percibirse como una primera cara de una misma moneda: la moneda sería la modernidad; la segunda cara sería la autonomía personal.
Para entender esta cuestión tenemos que empezar por aceptar que la realidad es impura. Es impura en el sentido de que, inevitablemente, no se doblega ante los moldes teóricos (los tipos ideales) que queramos utilizar para entenderla. Todo análisis que renuncie a trazar causalidades múltiples y, por lo demás, discontinuas, está incapacitado de raíz para comprender mínimamente qué ocurre y por qué.
Los autores contemporáneos utilizan los términos “modernidad” y “postmodernidad” para referirse habitualmente al mismo objeto: “lo que está pasando hoy”. ¿Desde cuándo? Los que ven una cierta continuidad (una cierta exacerbación, una cierta intensificación) entre el hoy y lo que comenzó a finales del s.XVII (sintetizando: la legitimidad de la razón), prefieren el término “modernidad”. Los que consideran que el cambio entre los s.XX y XXI (históricamente hablando) es lo suficientemente profundo como para hacer la distinción (que se sitúa en la caída del muro de Berlín), prefieren el término “postmodernidad”. Son, en cualquier caso, conceptos muy complejos con numerosas dimensiones. El problema, en no pocas ocasiones, surge cuando alguien confunde la parte con el todo, que es precisamente el problema de la cuestión que nos ocupa.
Parece evidente que los Estados del Bienestar no son el punto medio entre los bloques capitalista y comunista, si es que no olvidamos el peso y protagonismo de las libertades personales. La caída del bloque soviético vino a empezar a culminar un proceso de desmitificación y descreimiento que, si puede adjetivarse, lo que más es (antes que “negativo” o “positivo”), es realista.
Por decirlo de alguna manera: el liberalismo (no económico únicamente, sino integral, en todas sus facetas, especialmente la política y social) es un marco de convivencia tolerante con las distintas opciones que dentro de él puedan darse, pero el hecho de permitir la tolerancia y la competencia, ya es un punto a favor de la desmitificación de lo platónico. Observar y experimentar la diversidad de opiniones, culturas, proyectos, etc. redunda en la interiorización de un cierto escepticismo que estalló (o se recuperó) en la modernidad.
En otras palabras: la hipotética inseguridad ontológica (y también ideológica) es inevitable cuando se avanza en el laicismo; entiéndase laicismo aquí en el sentido cioraniano, esto es, en el rechazo del espíritu religioso no sólo imputable a las religiones como tal, sino también a las pseudo-religiones (que han sido, ni más ni menos, las grandes ideologías/cosmovisiones del s.XX). En el momento en que se da vía libre a la diversidad, se consolida el escepticismo, fruto simplemente de constatar que no confluimos espontáneamente en un mismo ideal de bien o de vida. Por eso sostengo que, si la modernidad/postmodernidad es la moneda, una cara podría ser la desintegración y la fragmentación (la inseguridad ontológica de Giddens), pero entonces otra cara será la libertad personal (la autonomía) y, con ella, la diversidad. Emanciparse es responsabilizarse y ello siempre tiene dos caras.
Sólo uno de los componentes de la modernidad/postmodernidad es “liberalismo”, y “liberalismo” no es un término sustantivo: hay que rellenarlo. Es uno de esos rellenos uno de los “causantes” de la desintegración/fragmentación: lo que la gente haga con su libertad no es “culpa” del marco regulatorio que permite la libertad: lo que los occidentales posiblemente sentimos acerca de los grandes ideales estáticos del s.XX (desafección, escepticismo, incertidumbre) no es “culpa” de que, por fin, podamos tener libertad de pensamiento y acción. El contenido es contingente con respecto al marco, e inevitable con respecto a la exacerbación de la modernidad (del uso de la razón). Racionalismo y liberalismo son dos componentes, aunque relacionados, diferentes de la modernidad (otros podrían ser: globalización, pervivencia del Estado-nación, núcleos de individualismo, núcleos de comunitarismo/nacionalismo…) y que, además, tienen que relativizarse.
Giddens sostiene (en “Consecuencias de la modernidad”) una tesis parecida.
En las sociedades premodernas, lo que cuenta es la fiabilidad localizada: la confianza proviene de las relaciones de parentesco, de la comunidad local, de la tradición y de las cosmologías (dice “religiosas” pero habría que incluir las pseudo-religiosas como decía); mientras que los riesgos provienen de la naturaleza, de la violencia humana y de la “pérdida de la gracia divina” y otras supersticiones.
Por el contrario, en las sociedades modernas, la fiabilidad se ubica en los sistemas abstractos (sobre todo en los sistemas expertos que he comentado de ciencia, técnica y burocracia): la confianza proviene de las relaciones personales, y el riesgo de las “amenazas de la violencia humana proveniente de la industrialización de la guerra” y del “riesgo de carecer del sentido personal de la vida, derivado de la reflexividad de la modernidad aplicada al yo”.
Como vemos, estas características de la modernidad/postmodernidad, que ofrecen ventajas y desventajas, no son imputables al liberalismo; establecer la equivalencia “modernidad = liberalismo = individualismo = desintegración” es de una simplificación atroz. La modernidad es mucho más y mucho menos que liberalismo.
Si bien es cierto que sin el marco de convivencia más o menos liberal, no puede darse el atrevimiento de la desmitificación, también es cierto que podría no haberse dado. ¿Por qué se ha dado? Podríamos, haciendo uso de la libertad, haber desembocado en otro tipo de planteamientos: por qué estos y no otros es una cuestión inacabada que, según creo, comienza a explicarse explicando el retroceso del platonismo.
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