Argentina: Del centro a la izquierda
De Pino a Pinedo. La sociedad empieza a observar esto con simpatía: el amplio y colorido arco opositor, de la izquierda al centro democráticos, ha empezado a subrayar sus coincidencias. Comprende que son más fuertes los rasgos que lo unen que los matices que lo fragmentan. Sería un buen obsequio a la patria en esta bicentenaria celebración.
En efecto, semejante actitud pone en marcha un proceso con altas posibilidades de tomar las riendas de la Nación y conducirla hacia el despegue que reclama. La Argentina es como un corcel brioso al que le han atado las patas. Debe ser liberada su potencialidad mediante una dirigencia noble, práctica, sensata y visionaria. Entonces, el corcel iniciará un galope que lo llevará a las más altas cimas en poco tiempo.
En otro artículo subrayé un proverbio alemán: "¿Qué sentido tiene correr cuando estamos en la carretera equivocada?". La Argentina corre desde hace años por la carretera equivocada. De lo contrario, no se podría entender cómo un país provisto de tantos recursos naturales y humanos, y bendecido por la ubicación geográfica, se ha empequeñecido tanto en el concierto mundial. ¿Cómo puede gritar la Presidenta que el aumento de las villas miseria es una prueba de nuestro progreso?
La incipiente concertación política que anima al arco opositor puede ayudarnos a salir de la mala ruta y encaminarnos hacia la buena. Para ello, es preciso tener en cuenta tres aspectos cardinales. Uno, por quién ha votado la ciudadanía el 28 de junio. Dos, cómo se pueden ganar las elecciones de 2011. Tres, planificar una gobernabilidad brillante a partir de 2013.
El 28 de junio la mayoría no votó por determinados candidatos, sino contra la modalidad tanática que consume nuestro presente. Contra la inseguridad, contra la obstinada inflación, contra la confrontación estéril y contra una anomia en aumento, impúdicas maniobras que afectan la libertad de prensa, uso arbitrario de los fondos públicos, corrupción cada vez más desembozada, humillaciones al federalismo, aislamiento internacional, intromisión en la Justicia, extorsiones al sector productivo, y así en adelante. La mayoría votó contra todo eso. Que es mucho y muy grave. Pero no brindó un voto espectacular a ninguno de los candidatos opositores. Los más destacados recibieron un caudal respetable, pero insuficiente para desplegar las banderas de una alternativa exclusiva.
En consecuencia, la mayoría electoral esperó que las diversas denominaciones, abrazadas por numerosas coincidencias, tomaran en conjunto el control del Congreso e iniciaran un cambio. No ocurrió. Y se produjo un relativo desaliento. Pero la ciudadanía no suele tener en cuenta que las elecciones sólo se han hecho para renovar la mitad del Parlamento, y que fueron exageradamente anticipadas, porque el Ejecutivo temía ?con razón? que a fin de año iba a perder por un margen mayor aún. Dicho de forma clara, el "nuevo" Congreso sólo empezó a funcionar en marzo. Y sin ser renovado en su totalidad, porque entonces el oficialismo habría quedado reducido a una minoría más pequeña aún.
Intentó diluir su derrota con una metralla de iniciativas buenas, mediocres o robadas. El Poder Legislativo, para respetar las normas de la democracia, no puede actuar con la misma celeridad que el Ejecutivo. No obstante, al advertir el malestar de la opinión pública por su lentitud, está aumentando la creatividad, perseverancia y el deseo de construir un solo bloque, como quiere la mayoría de la nación. No es fácil, pero respondería al anhelo expresado en las urnas. Y la sociedad, como dije, lo vería con entusiasmo.
El arco opositor coincide en defender los valores sustanciales de la democracia, el federalismo, la seria inserción internacional, hacer previsibles y estables las normas económicas, estimular la inversión, combatir la corrupción, dar más fuerza e independencia a la Justicia, desalentar la demagogia, terminar con el capitalismo de amigos, combatir la anomia, gastar con responsabilidad y eficiencia. Por todo esto ha votado el país el 28 de junio pasado.
¿Cómo ganar las elecciones de 2011? Pues pactando las sólidas bases de un programa común, que será respetado por todos los partidos integrantes de esta concertación política. Cualquiera que sea la denominación que obtenga más cantidad de sufragios en 2011, el resto deberá comprometerse a brindarle su apoyo y sus nutrientes. También el pacto debe incluir todo lo que no se deberá hacer, sobre la base de los repudios actuales. Sería un compromiso de honor, suficientemente firme como para que se confíe en él.
No es el momento para hablar de candidaturas. De ninguna manera. Esa tendencia equivale a poner el carro delante del caballo, satisfacer narcisismos inconducentes, embarrar la cancha. Primero debe instalarse la concertación y el programa. Sólidos, excitantes y llenos de mística. Un limpio mapa del camino correcto. Después, sólo en mayo o junio del año próximo, se celebrarían las internas que determinarán la fórmula presidencial. No hará falta que esté constituida por figuras de mágico carisma, sino provista de la necesaria honestidad y vocación para asumir el momento vibrante que espera a la República. En Chile, la Concertación no apeló a figuras carismáticas en las primeras gestiones de la democracia recuperada. Ni Alwyn ni Frei irradiaban un halo mesiánico, sino la voluntad gris de servir a su nación. Recién el presidente Lagos tuvo más carisma. Y Bachelet padeció momentos bajos que remó con humilde perseverancia hasta irse con el amor de su pueblo. Ninguno pidió la reelección. Tampoco en Uruguay, otro de los vecinos que nos rodean y ojalá nos contagien con su ejemplo.
Además, la fortaleza de una concertación tan vasta y plural como la que ha empezado a fraguarse promete contar con el aporte de una inteligencia que en la Argentina de nuestros días es despreciada y mantenida al margen. Ahora prevalece una mediocridad maciza, que no deja ingresar el talento ni la racionalidad, sino el fanatismo y la obsecuencia. Pronto se generaría una borocotización al revés, o sea que muchos dirigentes atados al carro del actual poder se transvasarían a la fuerza que nace y no la frenaría ninguna piedra. Esta fuerza genuinamente democrática y progresista podría alzarse con el 70 por ciento de los votos, por lo menos.
Más importante aún es el tercer punto: la gobernabilidad a partir de 2013. Es probable que la actual gestión deje un país más devastado del que ahora conocemos. Con altísimo déficit, enorme inflación, cero inversiones, gran desconfianza internacional, más escándalos de corrupción y una monstruosa inseguridad, entre otros males.
Sigo pensando que una buena administración de sólo medio año conseguiría desatar las patas del brioso corcel. Pero para ello deberán adoptarse medidas seductoras y eficaces. Conciliar el esfuerzo con la perspectiva de resultados visibles. Comunicar en forma transparente y objetiva. Instalar a los mejores en los diversos timones de la administración pública. Reinstalar la eficiencia, el optimismo y la esperanza. Tomar como modelo a los países serios y exitosos. Recuperar los valores que cimentaron la grandeza nacional.
Vuelvo, entonces, a proponer que la alborada que nace con esta concertación política sea saludada como un maravilloso regalo al Bicentenario de la Patria. Un regalo que apuesta al futuro. Y producirá buenos frutos. © LA NACION
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