Enemigos I
A las nuevas generaciones. La democracia como forma de gobierno enfrentó tres grandes enemigos durante el siglo XX y todavía, hoy, desafortunadamente, la democracia en Venezuela los enfrenta. Ellos son: el socialismo comunismo, el totalitarismo y la teocracia.
Socialismo – Comunismo:
Quedo muy bien definido, por los hechos, en la historia, que hay una gran diferencia entre lo que el comunismo predica y lo que hace cuando llega al gobierno.
La diferencia es tan grande que nos obliga a preguntarnos si, de hecho, alguna vez será posible salvar la distancia entre la teoría y la práctica. ¿Puede existir de verdad alguna vez el tipo de gobierno comunista que Marx y Lenin soñaron o dijeron que soñaron? Si no es así, ¿el resultado del comunismo será siempre el tipo de sociedad que conocimos a partir de 1917? ¿El que esta en Cuba?
Cuando Marx y Engels trataron de impulsar una revolución del proletariado o cuando Lenin, una generación o dos después, lidero una rebelión real, el ideal por el que luchaban parecía noble a sus seguidores.
El proletariado era o significaba, para ese entonces, los desposeídos de la historia. Argumentaban que siempre habían hecho todo o casi todo el trabajo en la sociedad y habían recibido muy pocos de los beneficios que su trabajo generaba en esa época.
El comunismo partía, según eso, de una afirmación, de una promesa supuestamente razonable: ustedes son la gran mayoría de la sociedad. A partir de ahora controlaran el poder económico del Estado y por tanto recibirán los beneficios económicos que genera. Durante un tiempo poseerán incluso un poder absoluto, tiránico, pero ese poder será utilizado en realidad en beneficio de todos. Al final, muy pronto, según esperamos, el Estado se marchitará, se acabara, y todos gobernaran, en una especie de paraíso, de utopía, en beneficio de todos. Y ese paraíso durará por siempre. Pero en la práctica, en lo real, el Estado no se ha acabado en ninguna parte, mucho menos sus crímenes, su burocracia. Era y es y será una gran mentira.
El comunismo hacía promesas increíbles, fantásticas. La primera parte de lo que decía parecía tener sentido. La segunda parte, sobre ese paraíso eterno, no era en absoluto razonable, pero sonaba bien, atraía y engañaba.
¿Y, que otras cosas hizo en la práctica? ¿Cómo se comporto? Stalin (1879-1953) lo mostró, en Rusia, el primer país comunista. Los kulaks, o campesinos independientes, no siervos, querían continuar siendo propietarios de sus tierras y vender lo que producían con su trabajo en un mercado libre.
Stalin dijo “Eso no es comunismo. El proletariado, actuando como clase, debe ser propietario de todos los medios de producción, vuestras tierras incluidas. Aun así, el cambio os beneficiará; por supuesto no dejamos a nadie fuera del paraíso de los trabajadores”.
Durante un tiempo se permitió a los kulaks que siguieran trabajando de forma independiente. Al final, el soviet decidió que los kulaks debían “desaparecer como clase”.
El exterminio empezó a finales de 1929. Al cabo de cinco años, la mayoría de los kulaks, junto con millones de campesinos que también se opusieron a la colectivización de las tierras de cultivo, habían sido asesinados o deportados a regiones remotas de Liberia.
Cientos de miles de amordazados en los Gulags, la transformación de millones de ciudadanos en siervos, la liquidación física de eminentes científicos y activistas sociales. Esto también es práctica del socialismo comunismo.
Nunca se ha conseguido determinar con exactitud cuántos murieron en el proceso. Según las estimaciones más precisas, se calcula que perdieron la vida unos veinte millones de personas. Esa cifra no incluye a los muchos millones más que murieron de hambre durante los años siguientes, después de que la colectivización destrozara la agricultura rusa.
Ninguna mayoría, no importa lo grande que sea, tiene derecho a matar a los que no están de acuerdo con ella, no importa los pocos que sean. Este es un principio básico de la democracia.
Si el soviet hubiera sido de verdad la mayoría, la decisión de colectivizar la agricultura, si se hubiera llevado a cabo de una forma más humana, pudiera haber llegado a ser considerada aceptable, a pesar de que hubiera necesariamente comportado injusticias para algunos ciudadanos; pero el soviet nunca fue una mayoría real en la Unión Soviética. La “mayoría” de la que siempre se hablo era en realidad una minoría muy pequeña, en ocasiones formada sólo por el propio Stalin.
En teoría, el comunismo se convirtió en la dictadura del proletariado, que debía ser temporal y evolucionar inevitablemente hacia un no gobierno, hacia una especie de anarquía utópica, de todos y para todos.
En la práctica, el comunismo siempre ha sido, en todos los países en los que ha existido (es decir, en todo país que se ha definido a sí mismo como comunista) la tiranía brutal de una muy pequeña minoría sobre la enorme mayoría de sus ciudadanos o súbditos.
Sólo en sus últimos estertores, como por ejemplo en Checoslovaquia en diciembre de 1989, cuando su gobierno comunista se disolvió ante los ojos del mundo, ha reconocido jamás un régimen comunista que su tiranía era temporal, como Marx y Lenin habían dicho que debía ser.
Y puesto que, de hecho, el pueblo no ha reinado jamás en ningún Estado comunista, no existía ninguna razón por la que un gobierno comunista debiera abandonar jamás su posición de poder absoluto y tiranía a menos que se produjera una revolución.
En las tiranías comunistas del siglo XX, la revolución pareció siempre casi imposible, pues la minoría dirigente ejercía un control total no sólo sobre la economía en todos sus aspectos sino también sobre la policía y el ejército.
¿Cómo podría jamás la gente levantarse, rebelarse, y gobernar por sí misma en esas circunstancias?
Pero la gente, el ciudadano, el pueblo, lo logró, en Alemania Oriental, en Hungría, en Checoslovaquia, en Rumania… También en China trataron de rebelarse. Y en varias partes de la Unión Soviética en 1989 empezó la lucha por la independencia. Y nada pudo detenerles. La poderosa maquinaria del gobierno, con todos sus policías y soldados, con todos sus censores y sus terroríficas leyes y jueces, demostró tener los pies de barro. Cuando el sol empezó a brillar (toda la gente se fue a las calles), la coraza que rodeaba al tirano se fundió y reveló que estaba desnudo y solo.
El resto de los pueblos de todos los demás países comunistas del mundo vieron lo que estaba pasado. Lo mismo sucedería en sus naciones. Y el comunismo dejara definitivamente de ser una forma de gobierno viable, probablemente en los inicios del siglo XXI, salvo excepciones.
¿Hay algo que lamentar en el manifiesto fracaso del ideal comunista?
Quizá sí. El ideal, para sus seguidores, no era menos noble porque la práctica fuera universalmente brutal y cruel. Las tiranías comunistas no funcionaron económicamente y por ello tarde o temprano habían de caer.
La colectivización de la agricultura, por ejemplo, simplemente no es una forma inteligente de organizar el cultivo de la tierra. Pero la idea de que los desposeídos del mundo por fin debían empezar a recibir una parte de los beneficios que generaba su trabajo es una idea que tiene un sonido llamativo, atrayente, aunque sea usado como un instrumento demagógico, un capta inocentes en manos socialistas, comunistas.
Y las democracias, con gran contenido socialista, social, como los socialdemócratas, así lo tomaron de los comunistas. Algunos dicen que aprendieron de los comunistas, otros, que son comunistas disfrazados y, de igual manera, sus gobiernos han terminado en rotundos fracasos.
La idea de que hombres y mujeres deben ser tratados igual, recibir y tener las mismas oportunidades económicas, en la que Lenin insistió mucho, también es atrayente. Pero esa es, de tiempo muy atrás, una bandera liberal tomada, usurpada e izada por los comunistas de un tiempo a esta parte.
Los gobiernos comunistas del siglo XX tuvieron su gran oportunidad. Llegaron al poder en países en que el pueblo siempre había estado sometido a un gobierno injusto y tiránico. (Esto no fue así en Europa Oriental. Allí, los soviéticos impusieron el comunismo entre gente poco dispuesta a aceptarlo y que quería la democracia.)
La mayoría de esos pueblos querían ser libres, pero su idea de la libertad era un tanto ingenua. Les engañaron, estafaron y defraudaron sus amos comunistas, que sí sabían lo que era la libertad y ocultaron este conocimiento a su gente.
Pero aun así, esos pueblos acabaron aprendiendo sobre la libertad, sobre la democracia. El conocimiento de la libertad y de la democracia es hoy como el aire. Esta en todas partes y este país que lo ha respirado, en parte, y experimentado, en parte, durante cierto tiempo esperamos que no vuelva atrás.
Al final tenemos una esperanza bien fundamentada de que la libertad y la democracia volverá a ser nuestro sistema de gobierno y de vida.
“Hay comunistas que sostienen que ser anticomunista es ser fascista. Esto es tan incomprensible como decir que no ser católico es ser mormon”. Jorge Luis Borges (1899-1986) Escritor argentino.
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