Argentina: El país de las oportunidades perdidas
Millones de argentinos celebraron esta semana el bicentenario con desfiles, recitales, un majestuoso Teatro Colón recién restaurado y una embellecida Avenida 9 de Julio transformada en paseo. Caminando por Buenos Aires, uno veía cintas albicelestes en las solapas, poleras y gorros con los colores patrios, camisetas de la selección nacional de fútbol. Las banderas abundaban en postes y balcones. Había ánimo festivo y relajado.
Mientras los ciudadanos se daban tiempo para el patriotismo, una vez más sus líderes dejaban escapar una ocasión para mostrar grandeza.
La Presidenta Cristina Fernández hizo un desaire a los militares y al arzobispo de Buenos Aires al no asistir al desfile de las Fuerzas Armadas ni al Te Deum en la catedral. Tampoco fue a la reinauguración del Teatro Colón, luego que el alcalde de la capital, Mauricio Macri, tuviera duras palabras hacia el ex mandatario Néstor Kirchner, de quien sospecha está detrás del juez que lo investiga en un caso de escuchas ilegales. Por último, la Casa Rosada no invitó al vicepresidente Julio Cobos, distanciado de los Kirchner, a la cena del 25 de mayo, porque, según el jefe de gabinete presidencial, no supo "en carácter de qué" convidarlo.
El bicentenario era una fecha propicia para superar la polarización política. Pero la Casa Rosada y sus adversarios no estuvieron a la altura. No debe extrañar: Argentina es el país de las oportunidades perdidas.
Para los festejos del centenario, Argentina vivía "su hora más gloriosa", como señala el título de un libro del poeta y ensayista Horacio Salas, quien describe los sueños de grandeza de los argentinos de 1910: querían tener edificios de cien pisos de altura, calles de 500 metros de ancho, plazas y monumentos fastuosos. Hoy, en cambio, las maravillosas construcciones del siglo pasado conviven con aceras rotas que son un peligro para cualquier tobillo. Existe lo que el periodista Mariano Grondona identifica como un "malhumor nacional". Pese a que el 82% de los argentinos está orgulloso de su nacionalidad, sólo el 30% cree que sus hijos vivirán mejor.
Es una postración de la que están muy conscientes. Un rápido vistazo a lo que dicen y escriben de sí mismos deja al descubierto la nostalgia por un pasado esplendoroso que parece irrecuperable y la angustia por un presente inquietante: "Lo que devora hoy a la Argentina es el espacio vacío entre lo que dejó atrás y lo que aún no ha encontrado", afirma el filósofo Enrique Valiente Noailles en el diario La Nación; "por haber sido lo que fuimos y ser lo que somos, la Argentina nos duele", añade el historiador Alejandro Poli Gonzalvo en el mismo medio.
Quizás ese malestar sirva para explicar por qué una sociedad frustrada busca atajos donde no los hay. Una y otra vez, los argentinos se dejan seducir por líderes que prometen la restauración nacional. Una y otra vez salen desencantados.
Ese ciclo de auge y decadencia se encarna hoy en los Kirchner. Según Cristina, ella es la Domingo Faustino Sarmiento del siglo XXI; de acuerdo a Néstor, el actual es "el mejor gobierno de toda la historia patria".
Sus detractores tienen la opinión opuesta. El escritor Marcos Aguinis describe el legado K: "inseguridad, obstinada inflación, confrontación estéril, anomia en aumento, impúdicas maniobras que afectan la libertad de prensa, uso arbitrario de los fondos públicos, corrupción cada vez más desembozada, humillaciones al federalismo, aislamiento internacional, intromisión en la justicia, extorsiones al sector productivo y así en adelante".
Desde la elección de Néstor en 2003, los Kirchner fueron construyendo un aparato que los hizo casi omnipotentes. En su libro El dueño, el periodista Luis Majul opina que "nunca, en toda la historia de la Argentina, un Presidente tuvo más poder político y económico que Néstor Kirchner". En lugar de preocuparse, los argentinos lo aplaudieron y eligieron a su esposa en 2007. Las cosas comenzaron a cambiar con la crisis del campo de 2008 y las legislativas de junio pasado, en las que el kirchnerismo sufrió una derrota humillante. Hoy muchos ex partidarios se muestran desilusionados, hastiados: "¿Qué les pasó?", pregunta en un libro el periodista Ernesto Tenembaum, quien votó por Kirchner, pero ahora afirma que, como en la Cenicienta, "la carroza se convirtió en calabaza".
Los Kirchner simbolizan otra oportunidad perdida para Argentina. Aunque los festejos del 25 de mayo revitalizaron al gobierno y Néstor está repuntando en las encuestas (Cristina usó el martes un gorro con la leyenda "Kirchner Presidente 2011"), su liderazgo confrontacional y autoritario no representa una solución para un país que ya tarda demasiado en darse cuenta de que la vía para recuperar la grandeza extraviada demanda sacrificios y renuncias.
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