Perdidos en Venezuela
Iban muy bien. Si hasta estaban limpiando el centro de la ciudad, que es precisamente lo que los vecinos esperan de una alcaldía. Pero se perdieron.
Parece que circulaban por la Alameda Araujo, y al doblar por el Bulevar Venezuela se distrajeron en el primer semáforo, el de la entrada a la colonia San Francisco. Usted sabe, la esquina donde siempre asaltan.
Según otras versiones venían demasiado rápido por el Bulevar del Ejército, cuando al tomar el paso a desnivel en curva que sirve de empalme, lo que perdieron fue el control.
Lo concreto es que no resisten el nombre de Venezuela. Se ponen nerviosos al pronunciarlo. Y quieren cambiarlo con argumentos infantiles: nos dicen que en su momento no se habría seguido el reglamento de la ordenanza reguladora. Como si los usos y costumbres no existieran.
O nos instruyen, como si un argumento leguleyo fuese el punto en discusión, que desde 1998 la alcaldía puede hacer el cambio de nombre "de oficio". Olvidan que existe otro oficio, más importante que el de recitar reglamentos. Me refiero al de pensar con criterio.
Confunden a Venezuela con su actual presidente, y eso está mal. Pero además niegan que ese sea el motivo que los impulsa al cambio de nombre, lo cual está aún peor. Ambas cosas, la que está mal y la que está peor, son simplemente una burla a la inteligencia de la gente.
Se equivocan si creen que así honran al coronel Castellanos, un héroe que salvó miles de vidas durante la Segunda Guerra Mundial. Ese generoso salvadoreño se sentiría ofendido al verse utilizado en esta torpe batalla pseudo-ideológica.
Una batalla que, para peor, está perdida de antemano: los capitalinos se seguirán refiriendo al Bulevar Venezuela. Quizás, por ejemplo, para contar que les robaron en el semáforo. Usted ya sabe en cuál.
Es paradójico, porque no cuesta imaginar al coronel Castellanos negándose a darle la espalda a Venezuela en estos momentos: sus méritos, precisamente, radican en haber apoyado a quienes estaban en problemas. Y borrar a Venezuela del mapa (oficial) capitalino es darle la espalda. Innegablemente.
Siendo benevolentes, hasta sería comprensible que, estando Venezuela en tierras sudamericanas, su nombre tenga en Centroamérica un significado menos relevante que el que tiene en Sudamérica. Aunque realmente las epopeyas bolivariana y sanmartiniana no debieran resultarles ajenas a ningún latinoamericano.
Lo que no es razonable en absoluto es que, habiéndose bautizado con el nombre de Venezuela a una importante arteria de San Salvador, se haga un cambio de denominación justo ahora, de manera súbita. Una sobreactuación innecesaria que alimenta la confrontación de opereta.
Venezuela fue cuna de Simón Bolívar, uno de los libertadores de Sudamérica, con quien el general San Martín, libertador de la Argentina, Chile y Perú, tuvo un recordado encuentro en Guayaquil. Estamos hablando de la historia de América Latina, no de las extravagancias de circunstanciales mandatarios.
De todos modos, ninguna extravagancia sorprendería a Bolívar, quien al final de su vida (murió en 1830) sentía haber estado "arando en el mar", pues a las batallas de la independencia les siguieron sangrientas guerras civiles.
La historia de Bolívar nada tiene qué ver con el libreto inventado que Chávez vende, manipulando la memoria del prócer caraqueño con comparaciones anacrónicas, refutables por cualquier escolar sudamericano. Vende ese libreto porque es funcional a sus despropósitos. Y porque encontró compradores.
Durante parte de mi niñez, curiosamente, mis padres vivían en el número 2192 de la calle Bolívar, de Mar del Plata, Argentina. Bolívar era mi calle, y yo era un escolar sudamericano. Imposible no sentir un particular rechazo ante las citadas manipulaciones de la historia.
Debiera ser motivo de seria reflexión que en El Salvador tengan clientela los libretos inventados por mandatarios desvariados. También debiera serlo la decisión de la alcaldía de borrar del mapa (oficial) capitalino a Venezuela: están descartando la historia, no el libreto inventado. Sin sonrojarse. Y encima de oficio.
Hasta la próxima.
El autor es ingenier, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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