Hungría como paradigma

 

Los inversores descuentan que tienen que recuperar la inversión en unos pocos años porque asumen que los términos de los contratos no serán respetados. Si quería subrayar su compromiso con la ortodoxia fiscal, Viktor Orbán tenía mejores maneras de hacerlo; si consideraba comprometida la solvencia del país por los excesos de su antecesor, no era cuestión de denunciar sino de presentar ajustes.

 

Pero el problema no es Hungría, como antes no era Grecia, sino Europa. Un área que los inversores consideran cada vez más un país emergente. Una zona del mundo donde las razones políticas priman sobre las realidades económicas, donde los tiempos necesarios para adoptar reformas son incompatibles con las exigencias de los mercados de capitales, donde la población vive en su castillo ideológico ajena a la realidad de la globalización, y donde los políticos han perdido la costumbre de decirle a la ciudadanía lo que no quiere oír. Hay mucho inversor que considera que el euro está moribundo precisamente porque los políticos lo están utilizando para evitarse el trabajo sucio de poner en orden sus sistemas financieros domésticos, en sus cuentas públicas nacionales, para esconderse tras la protección externa.

 

Los inversores se han vuelto tan incrédulos que ya solo confían en el bono alemán, al que distinguen con sus preferencias por encima de cualquier otro, incluso del francés. Europa se está refugiando en las reuniones del Ecofin y del Consejo con un discurso ideologizado que intenta meter miedo a los mercados. Corre el riesgo de que le den la espalda.