Venezuela: La revolución podrida
La “revolución bolivarista” está igual que los contenedores de Pdval: podrida por dentro y pestilente por fuera. Y es que por donde quiera que se ponga la lupa se encuentra la misma descomposición. Venezuela es un país en escombros que ni los altos precios del petróleo consiguen amortiguar la situación de crisis humanitaria que se multiplica.
En salud, brotan las viejas endemias y aparecen nuevas enfermedades, y medicinas esenciales brillan por su ausencia. En educación, disminuye la matricula estudiantil y se canibalizan las universidades. En servicios públicos, continúan los apagones y cortes de luz, amén de la contaminación hídrica y el racionamiento focalizado de gas y gasolina.
En alimentación, prosigue la carestía, la escasez y el desabastecimiento, que ahora se sabe están directamente relacionados con la negligencia gubernativa y criminal del abandono de contenedores de comida, que montan a más de 70 mil toneladas en lo que se ha podido detectar en tan sólo las recientes semanas. En infraestructura, la incuria campea y las contadas obras en marcha se tienden a paralizar.
En inseguridad, ya es oficial que Caracas sea la capital más violenta del hemisferio occidental, y el número de homicidios en Venezuela supera al de Colombia, que tiene 70% más de habitantes que nosotros, y hasta rebasa al de Estados Unidos, cuya población es 10 veces mayor que la venezolana. Cunden los secuestros, el narcotráfico y las más variadas expresiones de las mafias internacionales.
En economía, la recesión se profundiza y la inflación se dispara; la deuda pública se acerca a los 100 mil millones de dólares, 4 veces más que en 1999; el valor del bolívar se derrite frente al dólar y junto a él la capacidad de compra del salario y las pensiones. Y hasta se hipotecan los yacimientos de petróleo como aval de más y más deuda externa. No hay inversiones productivas y el corralito de los dólares amenaza con extenderse a los bolívares.
Y en política, ni se diga. La república ha sido desplazada por la satrapía. Todas las libertades se encuentran condicionadas, y el estado de indefensión es la regla cuya única excepción es el porte de una boinacolorá. Las inhabilitaciones se reproducen y el acoso a los medios independientes se redobla.
En fin, no hay hueso sano en la armadura nacional, y la respuesta del régimen del señor Chávez no es otra que la de radicalizar el proceso de cubanización del Estado y la sociedad venezolana. La Cuba castrista es el (mal) ejemplo a seguir y no se escatiman esfuerzos en esa nefasta dirección. Ni siquiera importa que la soberanía esté tan vuelta añicos como la vigencia de la Constitución.
En Miraflores los cubanos mandan y los venezolanos acatan. Para Cuba se van miles de millones de dólares que buena falta hacen aquí. Los pareceres de Fidel o Raúl son órdenes para la “revolución bolivarista”, y hasta el propio señor Chávez ya habla con modismos y acentos habaneros, acaso consecuencia natural de la convivencia con sus “protectores”.
La revolución está podrida hasta la raíz, y lo más grave es que muchos no se dan o no se quieren dar cuenta.
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