La mentira principal
Del infinito inventario de cobas, embustes, falseamientos y manipulaciones del discurso oficialista y, en especial, de la verborrea presidencial, resalta una mentira que precede y ampara a todas las demás: la de identificar a cualquier noticia u opinión negativa sobre el desempeño gubernativo como una mentira en sí misma.
En la guerra comunicacional que la revolución bolivarista sostiene en contra de la sociedad venezolana, la premisa básica es ésa: toda crítica, por nimia que sea, se tendrá por falsa aunque sea cierta, y todo crítico, por veraz que sea, será descalificado bajo el pretexto que sea, y mientras más ultrajante, mejor.
Según semejante patrón de definitivo corte totalitario, la “revolución” es perfecta y por tanto sólo caben las “observaciones” que el propio señor Chávez tenga a bien hacer, desde luego que con el habilidoso propósito de descargar sobre sus subordinados las responsabilidades por los desmanes que se derivan de su control hegemónico del poder.
Para el régimen imperante, la opinión pública no es el ámbito natural para la discusión libre de los asuntos nacionales, sino el campo de tiro donde deben enfilarse las baterías mediáticas con el fin de imponer la versión roja de la realidad y, sobre todo, con el objetivo de desacreditar política y personalmente a los disidentes o contrarios de la “verdad revolucionaria”, comenzando por el conjunto de medios de comunicación no adscritos a la línea miraflorina.
De allí que, por ejemplo, jamás se acepte debatir sobre los méritos de una denuncia -tipo la maleta argentina, la corrupción barinesa o el escándalo de Pudreval, sino que las respuestas siempre se refieran a descalificar al tema de raíz, identificándolo como parte de una conjura conspirativa y, muy de vez en cuando, se muestre a algún chivo expiatorio como para dar la impresión que se toma medidas correctivas.
Y no se trata de un guión relativamente reciente, sino que ya en marzo de 1999, a las pocas semanas de haber asumido la presidencia, el señor Chávez empezó a proclamar la supuesta existencia de una “campaña mediática nacional e internacional” en contra de su gobierno. Ese expediente ha sido y es manoseado sin cesar, hasta el punto de que cualquier medio y vocero no oficialista es, de por sí, sospechoso de golpismo, terrorismo, desestabilización o inculpaciones afines.
El paraguas más vistoso de la guerra comunicacional, entonces, es el de que toda verdad no oficial debe ser tratada como una mentira de intención malsana. No importa su validez intrínseca, su flagrancia, su soporte probatorio, nada importa sino su demolición propagandística apelando hasta a los más surrealistas vituperios.
La mentira principal es la fuente de todas las demás. Es la mampara mediática que escuda a la revolución podrida. De ella surge como cascada todo el rimero de falsedades que a diario envenenan la buena fe de millones de venezolanos. En esto, como en otros menesteres, el señor Chávez demuestra ser discípulo aventajado de Fidel Castro, acaso la mentira viviente más longeva de la comarca.
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