Santos: La victoria primero, administrarla después
Si a estas alturas alguien creyera en las encuestas, y si alguien quisiera gastar un peso en ordenar alguna, muy cerca del ciento por ciento contestaría que cree ya elegido a Juan Manuel Santos. Antanas Mockus nunca logró entender quiénes eran sus seguidores. Tal vez por eso cometió la más grave equivocación de su equívoca carrera política en aquellas horas de ocaso que siguieron a las elecciones del domingo 30 de mayo. Porque entre los tres y medio millones de votantes, una gran mayoría era de gente que quería sinceramente un nuevo estilo de hacer política, más equilibrada, más transparente, más ecuánime. Y a un grupo así no se le podía dar un espectáculo así.
Nadie dejó de comprender el fenómeno de aquellas horas cenicientas y en la mañana del 31 ya no era cuestión de saber cuántos se sumarían al tren de la victoria, sino la técnica con que se produciría el abordaje. Fue primero el Partido Conservador del Directorio, una estructura disciplinada que hace rato se sabía perdida con una causa imposible. El Partido Liberal había quedado sin sentido, grogui como dicen en boxeo, después de la paliza a la que tan innecesariamente se había expuesto. Ahora parece que hasta César Gaviria se irá por el mismo sendero, dejando al pobre de Rafael Pardo sin aliento ni para irse donde Mockus. Fue una extraña manera de decantamiento liberal, pues que se fue casi entero para donde nunca debió faltar, dejando atrás apenas la impedimenta que lo agobiaba. Nadie echará de menos a Piedad Córdoba en la nueva alianza.
No podía faltar a la cita Germán Vargas Lleras. Después de una semana de extrañas reflexiones, terminó por hacer lo que cualquiera en su lugar hubiera hecho desde el primer momento, con mejores resultados. Y para completar la faena, ni siquiera el Polo Democrático pudo sumarse a la deprimida causa de Antanas Mockus. En una de esas curiosidades de nuestra política, el Polo se dedicó a poner condiciones para entrar a un sitio donde nadie quería recibirlo.
La suerte está echada dirán muchos, mientras nosotros recordamos que en política como en tauromaquia pasan las cosas más extrañas y que las bestias heridas antes de morir lanzan cornadas de muerte. En la tarde amarga de Linares, Islero, que así se llamaba el toro, mató a Manolete en su última embestida. Pero no estamos para profetizar desgracias. El triunfo de Santos no parece peligrar.
Sin embargo, estamos notando en el ambiente ciertos aires triunfalistas que sobremanera nos preocupan. Y no necesariamente porque Mockus le gane a Santos, sino porque Santos gane en medio de una peligrosa abstención, de esas que se dan cuando muchísimos coinciden en que no hay para qué gastar el esfuerzo de ir hasta las urnas. Una votación lánguida sería casi tan peligrosa como una derrota. Porque si Santos tendrá más de un problema administrando el hambre de tantos aliados, se quedaría sin margen de maniobra si la votación fuera pobre. Por donde llegamos al punto en que la única manera de salvar y comprometer a Santos, ambas cosas a la vez, es votando por él con frenesí. Si Santos llega a la Presidencia de la República con más de 9 millones de votos, es dueño de su destino y tendrá en sus manos las riendas de la política colombiana. Con 5 o 6 millones de votos sería la víctima de su propia alianza y su gobierno tendría el colorido y la asimetría de un traje de arlequín.
Santos no puede ganar a medias. Su triunfo debe ser contundente, pleno, categórico. Y la clave de ese triunfo no la tienen los partidos, ni los grupos, ni los parlamentarios. La tenemos los ciudadanos que necesitamos la madurez política para entender que es con un caudal inmenso de votos como Santos podrá reclamar íntegra la victoria y, sobre todo, ejercerla con autoridad y con grandeza.
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