Hacia el comunismo
En un discurso del 2004, Chávez dijo lo siguiente: “¿Es el comunismo la alternativa? ¡No! No está planteado en este momento. Nadie sabe lo que ocurrirá en el futuro, el mundo se va moviendo. Pero, en este momento sería una locura, quienes se lo plantean no es que están locos, no. No es el momento”. El momento parece acercarse.
En el 2006 anuncia que su objetivo era implantar en el país el socialismo, y ya antes había dicho que Venezuela iba hacia el mismo “mar de la felicidad” de Cuba. En el 2010 se ha declarado marxista y ha ordenado a todos sus seguidores que deben leer el Manifiesto Comunista. Obviamente, en Venezuela no estamos, “por ahora”, en un sistema comunista, pero Chávez, como Hitler, tiene la característica de decir lo que quiere hacer, aun cuando muchos de sus opositores no se lo quieren creer. Hitler, en Mi Lucha, publicada en 1924, dijo: “Debemos lanzarnos a una última y decisiva lucha con Francia… Francia debe ser aniquilada y después ha de empezar la gran marcha hacia el Este.” Chamberlain, Daladier y Stalin no quisieron creerle, y lo pagaron caro.
La necrofilia ideológica (Moisés Naim dixit) de Chávez, por las ideas muertas del comunismo, son cada día más evidentes, tanto en sus palabras como en sus actos. El desconocimiento de la separación de poderes en los hechos, pero también en las declaraciones oficiales; la transformación de las Fuerzas Armadas en guardias pretorianas del régimen y milicias de partido, obligadas a repetir grotescamente el lema necrófilo y ridículo: “Patria, socialismo o muerte”; el creciente aumento de las expropiaciones de industrias y tierras, el acoso a los medios de comunicación independientes, la usurpación de funciones y presupuestos de los gobernadores y alcaldes de la oposición y la persecución de sus líderes son una evidente muestra de que el objetivo final es el monopolio permanente del poder, sin posibilidad de alternativas y la instauración de una economía estatizada y colectivista, que viola claramente la Constitución vigente. Además, la confiscación de los poderes de los municipios se quiere hacer a través de la creación de comunas, verdaderos soviets, sin autonomía fiscal ni política, y por tanto, absolutamente dependientes del poder central dominado por Yo-el Supremo, o Vozd, así llamaban a Stalin, palabra rusa que se traduce en alemán como Führer. El führerprinzip, la voluntad absoluta del caudillo, impera en Venezuela. Un caudillo, por cierto, cuya megalomanía ha llegado a niveles delirantes. Recientemente ha declarado, sin ruborizarse, que la caída de la revolución “bolivariana” en Venezuela tendría mayores consecuencias en el sistema internacional que el derrumbe del comunismo en la Unión Soviética y sus satélites.
Otra característica típica del totalitarismo comunista es la creencia mesiánica e historicista de que la Historia tiene un libreto que lleva ineluctablemente hacia la sociedad comunista, sin clases, sin Estado, un verdadero “reino feliz de los tiempos finales” del milenarismo medieval. El logro de ese bien absoluto justifica cualquier sacrificio. ¡Qué importa sacrificar una generación o dos, si nos espera el paraíso terrenal para la eternidad! Ahora bien, la realidad muestra sin demostrar. Los prusianos eficientes de la Alemania comunista no lograron hacer funcionar el sistema, y los cubanos han subsistido, a duras penas, por los subsidios soviético y venezolano. El petróleo ya no es suficiente. ¿Quién va a subsidiar a Venezuela?
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