La muerte de los trillizos de la paz
Usted me dirá: "No me venga con cuentos; eso lo sacó de una película de Hollywood". Bueno, admitamos que parece la trama destinada a un film, aunque no precisamente para Hollywood, sino más bien para una fábula iraní o un melodrama húngaro. Pero le aseguro que no tiene que ver con el cine ni lo inventé yo: es la increíble y triste historia de Ibrahim Kidasa, un padre palestino que creyó en la paz y que hoy, treinta y dos años después de aquel sueño, llora no sólo por el fracaso del proyecto político, sino por la suerte que corrieron sus hijos.
La historia, en realidad, no acabó (y por eso todavía no sería posible redactar el guión del film), porque los conflictos en el mar por el bloqueo de Gaza amenazan con repetirse, por un lado, y, por otro, porque algunos de los hijos del cándido Kidasa siguen vivos y no se sabe qué irá a pasar con ellos.
Todo comenzó en 1978, año en el que Menahem Beguin y Anwar el-Sadat, con la mediación del entonces presidente estadounidense Jimmy Carter, firmaron acuerdos de paz entre Israel y Egipto, en Camp David. Más o menos por la fecha de la firma del tratado nacieron unos trillizos palestinos que conmovieron a Israel, donde habían visto la luz, porque el padre de los bebes, Ibrahim Kidasa, tuvo la bizarra idea de llamarlos con los nombres de los tres líderes de Camp David: Menahem Beguin Kidasa, Anwar el-Sadat Kidasa, Jimmy Carter Kidasa. Tres recién llegados al mundo se identificaban, así, con tres paladines de la convivencia internacional: era, como declaró entonces el padre a la prensa, "un augurio para una nueva alborada de paz".
Después de aquel auspicioso tratado, en efecto, el premier israelí Beguin recibió el Nobel de la Paz, que compartió con su par egipcio El-Sadat. No mucho después, sin embargo, Anwar el-Sadat introdujo medidas económicas liberales en Egipto contra viento y marea, y la reacción conservadora (que lo consideraba un traidor por su acuerdo pacífico con Israel) no se hizo esperar: el líder egipcio fue asesinado por sus propios guardias -militares islámicos integristas, fundamentalistas cercanos a los shiitas liderados por Khomeini- ante miles de personas, mientras presidía, desde un palco, un desfile por el aniversario de la Guerra de Yom Kipur.
Era octubre de 1981. Diez años después y ya en su ocaso político, Menájem Beguin murió en Jerusalén, sin violencia, pero casi ignorado. En sus últimos tiempos, se había recluido en su casita de la calle Tsémaj y raramente aparecía en público. Fue enterrado sin pompa en el cementerio del Monte de los Olivos, a distancia del panteón oficial del Monte Herlz.
De ahí en adelante, los acontecimientos se desarrollaron paralelamente mal para la familia Kidasa y para la paz internacional. Buena parte de los acuerdos celebrados en Camp David fueron a parar, si no a las llamas de una estufa, por lo menos a cajones de escritorios ministeriales, a esa hojarasca burocrática propia de negociaciones olvidadas.
Con los trillizos Kidasa, a medida que fueron dejando de ser niños, ocurrió otro tanto: Sadat está en la cárcel, Beguin fue asesinado en la calle hace tres meses, mientras que Carter Kidasa tampoco la pasa bien.
"¿Y ahora?, ¿quién podrá ayudarme?", gemía el viejo Ibrahim, llevándose las manos a la cabeza y pronunciando un indirecto SOS similar a aquel que, en la popular serie mexicana, precedía a la aparición salvadora del Chapulín Colorado. El lamento de este palestino -puntualizaba un cable- podría haberse parangonado al de cualquier personaje folklórico, quejoso, de una comedia de ambiente judío, si no fuera porque el fondo de la situación era dramático, al límite del patetismo.
La desgracia acababa de ocurrir (hablamos del 17 de marzo pasado) en la pequeña ciudad israelí de Lod: el joven Menahem Beguin Kidasa deambulaba borracho, como siempre, y molestaba a los transeúntes. En la vereda se cruzó casualmente con un vecino (Naef Radwan, de 21 años) que pasaba por allí con su hermanito menor. Se ignora qué insinuaciones o qué improperios le disparó Menahem al chico como para desencadenar tan dura reacción: el vecino corrió a su casa, volvió con un revólver y acabó con el irresponsable Beguin, borracho y desarmado. La policía israelí rotuló el hecho como un caso banal de gresca callejera. Tal vez, no habría sido más que eso, si no fuera por la irónica alegoría escondida en el background del infortunado joven abatido.
Menahem Beguin Kidasa vivía como un linyera, molestaba a la gente y acumulaba denuncias del vecindario, datos que los patrulleros de Lod hicieron pesar a la hora de evaluar el episodio, como para desestimar sutilezas ideológicas en los ribetes de aquel crimen. Una vida de vagabundo parecida a la de su gemelo Anwar el-Sadat Kidasa, que fue a parar a la cárcel diez años atrás y sigue allí; en realidad, había sido condenado a tres meses de reclusión por simples peleas callejeras, pero un día se enojó con su compañero de celda y, aun desprovisto de armas, lo mató: nuevo juicio y nueva condena, esta vez prolongada.
Usted dirá: nos queda Jimmy Carter Kidasa; esta historia todavía tiene alguna arista o personaje rescatable. Más o menos, porque hasta ahora el Jimmy en cuestión ha venido sobreviviendo a los embates judiciales, es verdad, pero aseguran que no escapa a los fichajes de la policía por consumos alcohólicos desmesurados.
"Treinta años atrás, estaba convencido de que para mis hijos árabes se abría un horizonte distinto del mío", se lamenta hoy el envejecido padre Ibrahim, agobiado por relaciones internacionales que atraviesan por renovadas crisis.
En medio de esos desajustes, los trillizos Kidasa vivieron con dificultades en la infancia y en la adolescencia; ya adultos, el destino los precipitó a una condición irreversible.
Ibrahim repara en las noticias que se publican en Israel; después del sangriento episodio de la "misión humanitaria" que se dirigía a Gaza, advierte un acentuado desequilibrio, incluso en puntos secundarios en los que el tratado garantizaba convivencia pacífica.
La agencia de prensa Mena, de Egipto, anuncia la reapertura del confín de Rafah con la Franja de Gaza (único punto de pasaje no controlado por los israelíes) para el "libre tránsito humanitario de heridos y enfermos", mientras las denuncias del premier Erdogan sobre el asalto a la nave de su flota agravan las tensiones de Turquía con Israel.
"La relación con países que respaldaban a Israel tambalean, y pensar que hace treinta y dos años -recuerda Ibrahim-, el día en que nacieron los trillizos en el hospital Harofeh, de Tzrifin, los fotógrafos [de la prensa] y las flores celebraban un hecho auspicioso. Yo esperaba para ellos una integración en este país, una convivencia posible. No ha quedado nada de aquello." El viejo palestino, alguna vez vinculado a Al-Fatah, hoy no adhiere a ningún líder, ni israelí ni árabe ("El asesino de Rabin arruinó todo", dice).
Hace tres meses, cuando un chico de 21 años mató en Lod al infortunado Menahem Beguin Kidasa, el cándido padre volvió al hospital Harofeh donde habían nacido los trillizos; de allí retiró el féretro en el que yacía uno de ellos. No había fotógrafos ni flores.
Usted me dirá que, si bien esta historia contiene fuertes ingredientes como para ser llevada al cine, cae en golpes exageradamente melodramáticos. Absolutamente, sí, tiene razón, pero usted debería saber que la realidad supera a la más fantasiosa aventura de ficción o, como en este caso, al más sensiblero culebrón televisivo.
Avancemos un poco más. En estos días, Ibrahim Kidasa vuelve de visitar la tumba de su hijo Menahem Beguin; la artrosis le dificulta su marcha y la tristeza le desmorona el alma. La nostalgia por una paz abortada, también. Entra en un bar y se sienta a tomar un café; las imágenes del televisor le muestran operativos en alta mar de naves que se dirigen a Gaza y otras que le salen al paso. En otra mesa, un parroquiano alarmado lee en voz alta las amenazas del Guía Supremo de Irán: el ayatollah Ali Khamenei ofrece escolta armada a las brigadas pacifistas que reintenten romper el bloqueo de la Franja. Entonces, el viejo Ibrahim, el cándido palestino que de golpe ha resuelto no soñar más con una alborada de paz ni entrever un futuro auspicioso para ninguno de sus desventurados hijos, baja la mirada, paga su café, se va a su casa y cierra puertas y ventanas.
© LA NACION
- 1 de noviembre, 2024
- 4 de noviembre, 2024
- 22 de marzo, 2016
Artículo de blog relacionados
El País, Montevideo Washington – Los inmigrantes latinoamericanos representan el 53 por ciento...
15 de agosto, 2006- 30 de diciembre, 2014
ABC MADRID. – No se sabe, a una semana de las elecciones presidenciales...
22 de noviembre, 2009- 3 de diciembre, 2007