Oficio de Santos
La arrolladora victoria de Juan Manuel Santos, no por esperada deja de impactar a América Latina. Colombia, de la mano de Alvaro Uribe, ha derrotado a las Farc y al ELN, pero no ha logrado ponerle punto final a la violencia que esos grupos ejercen. Ya no son una amenaza al Estado, pero tienen capacidad de realizar atentados y secuestros alentados por la mano tortuosa de los narcotraficantes. Uribe los ha arrinconado política y militarmente; no les queda ni un gramo del aura romántica que alguna vez tuvieron. Los colombianos, al votar por Santos, votaron por la política de Uribe, de la cual el ahora Presidente electo fue firme brazo ejecutor. Hereda glorias, pero también retos.
Es alto el costo que ha pagado la sociedad colombiana por su avance contra los paramilitares, las guerrillas y el narcotráfico. Lo ha pagado en vidas; pero también en distorsiones institucionales, la más importante de las cuales es la expansión de las Fuerzas Armadas. La necesidad de su desarrollo ha hecho que esta institución crezca desproporcionadamente y plantee desafíos, algunos de los cuales ya han asomado. Entre éstos se encuentran los relativos a los derechos humanos, como lo atestiguan "los falsos positivos", civiles asesinados para dar impresión de éxito contra las guerrillas. Uribe y Santos dieron paso a las investigaciones pertinentes, pero su ocurrencia muestra la naturaleza de los dilemas que esa sociedad tendrá que resolver.
Los militares colombianos no son golpistas, pero el crecimiento de la institución, así como la fortaleza de su presencia en la sociedad colombiana, plantea contradicciones que requieren un férreo liderazgo civil democrático. Por las funciones que ya desempeñó es posible que Santos tenga las mejores condiciones para ejercerlo después de Uribe, pero es oportuno recordar que ser buen "segundo" de un jefe no hace inevitable ser un buen "primero".
Santos tendrá que aprender el "arte del toreo". A Uribe le correspondió surfear la Ola Rosada en América Latina. No es miembro del exquisito club de los zurdos latinoamericanos y, para añadir sal a la herida, sus vecinos son (Rafael Correa, ya no tanto) de los más estridentes. Una vez que Hugo Chávez se convenció de que la invasión norteamericana a Venezuela no era creíble, escogió como enemigo directo a Colombia, sobre todo después del ataque fulminante a las Farc en territorio ecuatoriano y de la presencia de EE.UU. en siete bases militares colombianas. En ese marco, pareciera que Santos se las podría ver difícil, sobre todo después de que Chávez dijera de él que "en verdad es un mafioso", "el señor de la guerra, el 'pitiyanqui' número uno de Colombia".
Sin embargo, los retrocesos sufridos por los gobiernos más radicales en sus propios países han obligado a la mayoría de éstos a la prudencia, lo cual se une a las tendencias que confirman una región más equilibrada con las elecciones de Sebastián Piñera, en Chile, y de Porfirio Lobo, en Honduras.
La victoria de Santos también fue una votación en contra de la interferencia de Chávez en la política colombiana y éste lo sabe. Por eso no es de extrañar su retroceso en toda la línea; ayer su gobierno procedió a felicitar al triunfador del país vecino, con las evocaciones rimbombantes que encantan al venezolano, como la filiación bolivariana de las dos naciones.
La tentación que hubo de aislar a Uribe y el maltrato recibido en el apogeo de la Ola Rosada ya no serán posibles con Santos. Esta circunstancia lo protege, pero deberá recordar que los liderazgos no se heredan. ¿Podrá construir el suyo?
Carlos Blanco es Profesor del Departamento de Relaciones Internacionales de Boston University
- 23 de enero, 2009
- 11 de marzo, 2025
- 10 de marzo, 2025
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