El acertijo afgano
El Presidente Obama estaba plenamente justificado al destituir al General Stanley McChrystal. La ofensa motivo de la destitución no llega al nivel de insubordinación — no era ningún MacArthur minando la estrategia de guerra del comandante en jefe — pero fue una muestra de irrespetuosidad lo bastante grave para que el presidente y la cúpula civil entera le relevaran justificadamente de su puesto.
Además, elegir a David Petraeus para relevar a McChrystal fue el mejor medio posible de minimizar el trauma que conlleva cada cambio en la cadena de mando, y de reafirmar que la actual estrategia va a seguirse con igual vigor.
La administración espera que Petraeus pueda reproducir su milagro de Irak. Esto incluye a los Demócratas que, cuando Petraeus prestaba testimonio ante el Congreso acerca del incremento de Irak en septiembre de 2007, le acusaban de exigir "la suspensión voluntaria de la incredulidad" (palabras de la Senadora Hillary Clinton) o se negaron a votar a favor de la resolución del Senado que condenaba el vergonzoso anuncio "General Betray Us" publicado en prensa (el Senador Barack Obama).
Sin embargo, dos relevantes factores distinguen al incremento afgano del iraquí. El primero es la alarmante debilidad e ineptitud – por no hablar de la corrupción – del gobierno central afgano. Una de las razones de que la ofensiva estadounidense en Marja haya vacilado es que no hay "un gobierno afgano capaz" de imponer autoridad en el territorio que el ejército estadounidense sanea.
En Irak, el Primer Ministro Maliki, después de muchas muestras contradictorias, demostró con el tiempo que sabía ejercer de líder nacional competente en lugar de sectario cuando atacaba el bastión de Moqtada al-Sadr en Basora, se enfrentaba al Ejército del Mahdi en las restantes ciudades importantes del sur y llevaba la lucha hasta Sadr City dentro del propio Bagdad. En Afganistán, por el contrario, el Presidente Karzai corteja públicamente a los talibanes, indicando que ya está buscando la forma de minimizar consecuencias.
Pero más allá de la indecisión en Kabul, hay indecisión en Washington. Cuando el presidente de los Estados Unidos anuncia el incremento afgano y, a renglón seguido, anuncia la fecha en que comenzará la retirada estadounidense, los afganos – del presidente a la clase baja — toman nota.
Justo la semana pasada, el jefe del gabinete de la Casa Blanca Rahm Emanuel reiteraba que julio de 2011 es una fecha fija. Y el Vicepresidente Biden se muestra inflexible en que "en julio de 2011, va a ver mudarse a mucha gente. Puede apostar".
Bien, la clase sofisticada de Washington puede interpretar este baile como simple amago político de decantarse hacia la izquierda por parte de Obama — otro caso más de un presidente que se enfrenta a unas legislativas difíciles y a su propia reelección mientras intenta aplacar al electorado. No se toman muy en serio esta fecha de retirada.
El problema reside en que los afganos no son igual de sofisticados a la hora de interpretar las maniobras internas estadounidenses. Este tipo de matices de Washington no tiene traducción al pastún. Ellos reciben noticias de una fecha de salida estadounidense y piensan en lo que les pasará a ellos cuando los americanos se marchen. Los talibanes seguirán presentes, y lo que les falta en popularidad — sólo el 6% en las encuestas — lo compensan en terror: Cuando vuelven a una aldea, ajustician sin piedad, y públicamente, a los "colaboradores".
El incremento tuvo éxito en Irak porque la población local fue testigo de un despliegue masivo de tropas estadounidenses destinado a brindarles seguridad, lo que les animó a facilitarnos información de Inteligencia, lo cual nos ayudó a rastrear a los malos y matarlos. Esto, como era de esperar, condujo a una sensación de seguridad más generalizada entre la población local, más Inteligencia facilitada, más éxitos expulsando a los malos y en adelante un virtuoso ciclo mientras seguridad y confianza e Inteligencia local se alimentaban entre sí.
Pero eso dependió de una aceptación más generalizada por parte de los iraquíes de que el presidente estadounidense era implacable — célebremente obstinado, se negaba a fijar cualquier fecha de salida y estaba decidido a sacar adelante el incremento. Lo que los críticos del Presidente Bush consideraban tozudez, los iraquíes lo interpretaban como constancia.
Lo que los afganos escuchan del actual presidente estadounidense es un incremento con fecha de caducidad. Al afgano que se enfrenta a una decisión de vida o muerte del bando al que apoyar se le puede perdonar por creer que lo que Obama dice es lo que Obama pretende hacer. Puede estar equivocado, pero de ser así, ¿por qué no desmiente Obama esa falsa impresión? Ni siquiera tiene que rechazar la fecha de julio de 2011, simplemente tiene que decir que es la fecha límite — pero sólo si las condiciones sobre el terreno lo permiten.
Obama ha tenido todas las oportunidades del mundo para anunciar eso. No lo ha hecho. Durante su anuncio de destitución de McChrystal en la Rosaleda, volvió a negarse directamente a hacerlo.
Si fuera Karzai, o un aldeano de Marja, también buscaría la forma de minimizar consecuencias.
© 2010, The Washington Post Writers Group
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