Dos Guatemalas
U otra posible dicotomía entre la Guatemala de quienes confían en sí mismos, en su capacidad de competir, en su aguante, y la otra, la de los resignados de antemano a cualquier cosa que les sobrevenga, rehenes de un pasado timorato, de escasos logros y de menores expectativas. O sea, la de aquellos que confían en sí mismos, que saben luchar contra la corriente, y la de quienes por inercia se dejan llevar por ella…
Otras versiones se han ofrecido de vivisección del cuerpo de esta sociedad, entre una Guatemala urbana y otra rural, por ejemplo, o esa tan inútil y nociva entre la ladina y la indígena. Dualidades superficiales y en particular obsoletas, a la vista de la actual modernización de nuestro Altiplano occidental (que no todavía a lo largo del “corredor seco” en el oriente).
Guatemala, país de la eterna primavera, de paisaje maravilloso con terremotos y tempestades que ocasionalmente la afean. La estampa fácil, pero ¿no habrá algo más hondo para nuestro futuro?
Ciertamente.
Para empezar, se subestima el impacto de la revolución digital en proceso. Merced a ella, la libertad personal se amplía y consolida, con innumerables promesas de renovación, aunque también de algún que otro ensayo errado. En conjunto, más de positivo que de negativo y para todos.
Se suele olvidar, encima, el factor importantísimo de la juventud, en particular la de aquellos (en incesante aumento), con las ideas claras y carácter emprendedor…
Puedo reducir esos dos perfiles contrastantes al éxito relativo de dos instituciones paradigmáticas en la enseñanza superior: la Universidad privada Francisco Marroquín y la Universidad pública, mucho más antigua, San Carlos. Ambas, como es de esperar, repletas de jóvenes talentosos pero que, llegados al mercado competitivo del trabajo, muestran niveles dispares de productividad, lo que a su turno se traduce para los egresados respectivos en horizontes de abundancia o escasez de oportunidades de ascenso.
La socorrida explicación “clasista” desde la izquierda ideológica nunca ha encajado con la realidad, mucho menos la odiosa hipótesis “racista” que hiciera momentáneamente suya un inmaduro Miguel Ángel Asturias. Entonces, ¿a qué las diferencias?
Quien acude a la Universidad Marroquín ha de pagar de su bolsillo (o del de sus padres) cada onza de saber o de destreza profesional que le sea trasladada. Quien se matricula en la universidad estatal, a la inversa, espera asegurarse ventajas laborales derivadas de un diploma obtenido casi enteramente de gratis, es decir, a cuenta de los demás contribuyentes al fisco (analfabetos incluidos). Y es un hecho conocido que lo gratis se aprecia menos hasta por sus propios beneficiarios… Se abren así dos maneras sutiles de ver y valorar diferentes promesas de vida al ponderar los jóvenes sus posibilidades personales desde tan disímiles vivencias, que acaban por forjar su carácter, lo que a su vez les marcará sus destinos.
La aceptación del riesgo es congénita a la iniciativa privada (lo que los economistas llaman “costos de oportunidad”). La obsesión por la seguridad del ingreso futuro, en cambio, subyace a todo el proceso de una educación pública impartida por meramente asalariados. Tanto la una como la otra moldearán sus decisiones de adultos, llevados unos del aprecio al valor de la libertad individual sin condiciones, u otros de la internalización del valor de la igualdad en el consumo. Pero sucede que, al final, la libertad siempre es más fecunda y proyecta una energía diferenciada y diferenciante, mientras que la igualdad tiende a ser opresiva y se ostenta monótona y gris.
En cuanto al contenido de lo que se aprende, permítaseme empezar en el plano académico superior por ejemplificarlo con una novedosa rama jurídica: el análisis económico del derecho.
(Continuará)
- 23 de enero, 2009
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