El bucle que no cesa: la exhumación de Bolívar y la ruptura con Colombia
Madrid. – En el norte de América del Sur hay dos líderes que mantienen una relación difícil, por no decir complicada. Los lazos entre Álvaro Uribe y Hugo Chávez son, cuanto menos, tirantes. Sabida es la afición del comandante paracaidista por emularse con el gran libertador y también sabidas son las desavenencias históricas entre el venezolano Simón Bolívar y el colombiano Francisco de Paula Santander, a quien precisamente Chávez acusa de ser uno de los responsables, al menos intelectual, del asesinato de Bolívar. Como si se tratara de una historia helicoidal, con constantes ritornellos, los dos últimos acontecimientos protagonizados por el tándem Chávez – Uribe parecen retrotraernos al origen de los tiempos, o al menos a la época del nacimiento de las repúblicas latinoamericanas, cuyos bicentenarios estamos celebrando.
De esta forma, podríamos preguntarnos por los vínculos existentes entre el anuncio del presidente Uribe de la presencia de campamentos de las FARC en Venezuela (a la que se sumó la esperada y posterior amenaza del presidente Chávez de cortar las relaciones bilaterales) con la exhumación de los restos de Bolívar ordenada por el gobierno venezolano. Si bien ambos hechos presentan algunos problemas de cronología, hay una serie de hilos conductores que permiten relacionar al uno con el otro, aunque las tramas formadas desaconsejan hablar de conspiraciones y motivaciones ocultas. Todo es público, o casi, y en gran medida se juega a la luz del día.
La exhumación de Bolívar o el ataque de Chávez
Pese a haber amenazado con ello en numerosas oportunidades, finalmente el presidente Chávez cumplió con su palabra de exhumar los restos del libertador. Según su dramática y emocionada explicación se trata de averiguar si realmente Bolívar fue asesinado y, en caso afirmativo, determinar por quién. Pese a la audacia del proyecto, al que lamentablemente se han sumado algunos académicos españoles probablemente amantes del espectáculo y de los focos mediáticos, este paso es uno más en el proyecto chavista de reescribir la historia, para ponerla al servicio de la revolución bolivariana. El ritual militar que acompañó la apertura del féretro fue acompañado por una extraña danza de decenas de personas congregadas en la cripta, ataviadas con sus blancos uniformes, más propios de la guerra química o bacteriológica que de un acto de reparación histórica .
En abril pasado, el gobierno venezolano emitió un decreto ordenando la inmediata restitución de los archivos de Bolívar y de Francisco de Miranda al “poder popular”, ya que ambos “representan la base ideológica de la revolución bolivariana”. Como escribí en esa ocasión, se trataba de “rescatar la memoria histórica que durante tanto tiempo le ha sido hurtada al pueblo venezolano por razones políticas y contrarrevolucionarias” . Las justificaciones al respecto de políticos, intelectuales bolivarianos e historiadores del régimen no tienen desperdicio y hablan claramente de las motivaciones políticas, “revolucionarias”, de la medida.
En esta ocasión, al objetivo anterior, la reescritura de la historia, se une la cercanía de las elecciones legislativas de septiembre próximo, en las que Hugo Chávez y su proyecto bolivariano se juegan mucho. Estos comicios encuentran a Chávez y a su Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en una situación bastante más incómoda que en oportunidades anteriores. Y no sólo como consecuencia de la crisis económica y del desabastecimiento de alimentos y energía, sino también por la convergencia de la oposición que permite hablar de un proyecto unitario, aunque haya grupos no gubernamentales que permanezcan al margen. De ahí las prisas de Chávez, que lo están llevando a cometer algunos errores de bulto.
La denuncia de los campamentos de las FARC o el ataque de Uribe
Como se preveía, las líneas de continuidad entre Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos no son tan evidentes y son más bien endebles. El fuerte respaldo electoral obtenido en la segunda vuelta le ha permitido a Santos apostar por una línea propia, no dependiente de su predecesor. Esto se ha visto en la elección de su futuro gabinete, comenzando por la que será su ministra de Exteriores, María Angela Holguín, o el del propio Juan Camilo Restrepo, tenaz opositor a las reelecciones de Uribe.
Para Santos, la normalización de las relaciones con Ecuador y Venezuela es fundamental y de ahí sus esfuerzos por invitar a su toma de posesión a comienzos de agosto próximo a los presidentes Correa y Chávez. Todo iba por el buen camino hasta que Uribe, a través de su ministro de Defensa, hizo público lo que era un clamor popular: en Venezuela están refugiados altos jefes de las FARC, con casi un millar y medio de combatientes irregulares, establecidos en campamentos permanentes.
Si esto se sabía, ¿por qué Uribe lo explicitó a tres semanas escasas del fin de su mandato? En este punto son numerosas las teorías. Algunas hablan de un intento de condicionar las relaciones con sus vecinos desde la óptica de la confrontación, un punto relacionado con su deseo de dejar marcado su territorio y de rebelarse por lo que estima “apaciguamiento” de su sucesor con el enemigo principal de la patria. Otras, algo más rebuscadas, apuntan a una acción coordinada entre el presidente entrante y el saliente y la posibilidad de que se quiera subir la negociación con Chávez, ubicándolo frente a una realidad muy compleja.
De todos modos, y con independencia de las motivaciones, Chávez sabe de los deseos de Santos de normalizar la relación. Y sin embargo, entró al trapo que le tendió Uribe. Vuelta a hablar del complot para asesinarlo (una vez más, como habría supuestamente ocurrido con Bolívar el complot de los colombianos y la oligarquía, a la que se une el imperialismo) y de la necesidad de mantener alta la soberanía nacional. Y si amenazó nuevamente con patear el tablero fue porque su conducta es coherente con su estrategia electoral. Aquí es donde Chávez y Uribe confluyen y se muestran mutualmente funcionales. Cada uno sirve para reafirmar los objetivos del otro. Chávez podría haber llegado a Bogotá una vez que Santos asumiera su cargo, dejando de lado la necesidad de saludar a Uribe, pero no actuó de ese modo. Optó por la vía dramática, por la amenaza violenta, por la salida más grotesca. Los réditos que uno y otro obtengan en el futuro no tardarán en ser conocidos y puede ser que la cosecha sea más magra de lo que ambos esperan.
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