Cuidado con el legislador sin nada que perder
El considerable capital político de Barack Obama, ganado el día de las elecciones de 2008, está dilapidado. Rentablemente, mire usted por donde, en la implantación del programa altamente ideológico del Obamacare, la reforma financiera y un estímulo casi multibillonario que transformará de forma significativa al país. Pero dilapidado no obstante.
No queda mucho con lo que rematar sus ambiciones socialdemócratas. Esto tendrá que aguardar al mandato renovado que vendría con una segunda investidura.
Es por ese motivo, como sugería la semana pasada, que no es probable que suceda nada de importancia legislativa relevante en los próximos dos años y medio. A excepción, como apunta el columnista Irwin Stelzer, de un vacío constitucional: un Congreso formal reunido en sesión plenaria entre las elecciones de este noviembre y la constitución del Congreso 112 el próximo enero.
Importantes Demócratas ya están considerando esto como forma de tramitar aún más medidas de izquierdas de las que muchos de sus miembros ni siquiera se atreven a hablar, no digamos implantar, en vísperas de unas elecciones en las que se enfrentan a la reacción popular generalizada contra los elementos ya implantados de la agenda Obama-Pelosi-Reid.
Esa reacción se va a expresar el día de las elecciones y se traducirá, como esperan actualmente la mayoría de los Republicanos y los Demócratas, en importantes derrotas Demócratas. Aún es posible que los Republicanos propensos a los patinazos la fastidien. Cuando el legislador más veterano del Comité de Comercio y Energía de la Cámara se disculpa públicamente ante la corporación que provocó la peor marea negra de la historia
norteamericana, es sabido que los Republicanos son capaces absolutamente de lo que sea.
Pero suponiendo que las elecciones van como se proyectan actualmente, las reformas posteriores de Obama no tienen ninguna posibilidad de prosperar. Menos por el hecho de que una Legislatura quemada, haciendo honor a las desequilibradas mayorías Demócratas de noviembre de 2008, se compondrá de docenas de legisladores Demócratas que han perdido la reelección (además de los que se jubilan). Entonces pueden votar a favor de lo que haga falta — incluyendo legislaciones que hoy evitan a medida que se acercan las
legislativas y sus escaños corren peligro — porque no tienen nada que perder. Se van al paro. Y ganarse el favor de Obama hasta puede mejorar las perspectivas de, digamos, un destino diplomático en alguna soleada isla caribeña.
Como informa John Fund en The Wall Street Journal, los Senadores Jay Rockefeller, Kent Conrad y Tom Harkin ya están considerando lo que podrían tramitar a través de una legislatura de tránsito. Entre los puntos relevantes que se consideran está la instancia de autorización sindical, la armonización presupuestaria a través de considerables subidas
tributarias, y la legislación de cambio climático que implica fuertes impuestos y regulaciones a las emisiones.
La instancia sindical, que en la práctica elimina el derecho al voto secreto en el espacio laboral, es el deseo más acariciado por un movimiento sindical al que Obama está muy agradecido. Las subidas tributarias importantes, incluyendo probablemente un impuesto sobre el valor añadido, se incluirán sin duda en las recomendaciones de la comisión
de deuda del presidente, que convenientemente presenta sus conclusiones el día 1 de diciembre. Y los impuestos a las emisiones serían la versión más novedosa de la legislación de intercambio de emisiones que no ha logrado superar en repetidas ocasiones el trámite del Congreso actual — pero los legisladores sin posibilidad de reelección suficientes en una sesión quemada pueden cambiar de opinión y votar para darle la máxima prioridad.
Es un entorno rico en objetivos. Lo único que se interpondría a los Demócratas sería la vergüenza, un bien que escasea de forma crónica en Washington. Aprobar en una Legislatura de tránsito una legislación relevante tan impopular que los Demócratas no tuvieron oportunidad de tramitarla en una legislatura regular — tras sufrir importantes derrotas Demócratas que representan la retirada del mandato concedido de forma
implícita en 2008 — sería una soberbia violación del reglamento democrático elemental.
Puede que la vergüenza inhiba a los Demócratas. Pero no es algo en lo que confiar. No les impidió tramitar a toda prisa una reforma sanitaria que la opinión pública no quiso por medio de maniobras de "conciliación legislativa" y sin un solo voto Republicano en ninguna de las cámaras — algo de lo que no hay precedentes en la historia estadounidense en el caso de una reforma de tamaña magnitud y alcance.
¿Cómo evitar entonces un congreso de trámite y fuera de control? Planteando la cuestión ya — aplicando el sistema democrático de control que es la voluntad popular antes de que se esfume la mañana tras las elecciones. Todo legislador en ejercicio debe ser preguntado públicamente lo siguiente: En caso de que usted pierda en noviembre — una contrariedad
remota y profundamente deplorable, pero aún así no inconcebible — ¿promete respetar la voluntad del electorado y, en cualquier sesión de tránsito del Congreso, negarse a aprobar todo menos la legislación más rutinaria imprescindible para mantener el normal funcionamiento de la administración?
Los Demócratas podrían, por supuesto, hacer la promesa hoy y romperla mañana. Llámeme ingenuo, pero no puedo creer que estén tan faltos de integridad.
© 2010, The Washington Post Writers Group
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