El Salvador: El enemigo dentro
Nadie discute que son problemas graves, problemas que tienen agobiada a la población, y que necesitan atención urgente. Pero hay un elemento que no se menciona, que no sale en las encuestas y que talvez porque nos hemos habituado tanto a él pasa casi inadvertido. Sin embargo este factor nos está dañando tanto como todos los mencionados y que de continuar hará que cada día se haga más difícil la convivencia.
Se trata del desinterés por los demás, de la falta de preocupación por lo que le ocurre al otro, del egoísmo que se va apoderando de las personas y que determina que el destino de los demás cada vez importe menos. Es triste decirlo, pero los salvadoreños a veces damos la impresión de que nos odiamos unos a otros, de que nos alegramos del mal ajeno y de que vemos al semejante como a un enemigo.
Basta un pequeño incidente en cualquier parte para que podamos ver cómo se despierta la agresividad, cómo surge la actitud de que "aquí yo soy el que importa y todos los demás se pueden ir al carajo".
Lastimosamente cada vez se observa con mayor frecuencia que muchas personas, lejos de ayudar a otras, intentan perjudicarlas; muchas veces sin ningún motivo, o motivadas por un afán de desquite de origen impreciso. Como que alguien, no importa quien, tuviera que pagar por los problemas que tenemos.
Van desapareciendo la amabilidad y la cortesía, la buena voluntad se va volviendo cada vez más rara. Muchos se regocijan de las penas ajenas y se sienten mal si a otro le va bien.
Nos vamos haciendo individualistas. Sólo importamos nosotros. En nuestro círculo caben pocos. Nuestras familias, algunos amigos y se acabó. Los otros pertenecen a ese mundo de los extraños, de los que son culpables de antemano, de los que no hay que fiarse y mucho menos ayudar. Un mundo de pequeños círculos, cada vez uno menos accesible al otro.
Lo grave del caso es que el fenómeno se va haciendo general. Ya no son sólo ciertos grupos de amargados y malintencionados, que siempre ha habido en todo tiempo y en todo lugar, ahora esta tendencia va tornándose predominante, volviéndose más la regla que la excepción.
La gente se queja de los criminales, de los que hacen mal intencionalmente y a quienes no les importa el sufrimiento que producen. Pero, sin que se den cuenta, la conducta de muchos, en lugar de alejarse de la que tienen los que hacen mal, va pareciéndose cada vez más. Dañar a alguien sin necesidad y dejar pasar la oportunidad de ayudar cuando es posible acarrea parte de la responsabilidad de lo que pasa.
Si esta tendencia continúa va a ser difícil que sobrevivamos como sociedad y que heredemos a nuestros hijos un país mejor del que recibimos. Todos debemos hacer un examen de conciencia, rechazar la indiferencia y la mala sangre, y volver a ser lo que por mucho nos caracterizó: una nación de personas accesibles y tratables, en donde la buena voluntad sea la regla.
El autor es médico psiquiatra y columnista de El Diario de Hoy.
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