‘Les jeux sont faits’
El Tiempo, Bogotá
Las visibles distancias que se advierten entre el presidente Uribe y Juan Manuel Santos me parecen obvias. No provienen de astucias sino de sus inevitables diferencias de carácter. Y en un sistema como el nuestro, el carácter del Primer Mandatario es el elemento sustancial que configura su política.
Lo he advertido muy bien en estos días releyendo un libro mío, hoy casi olvidado, que se titula Los retos del poder y que traza los perfiles de Lleras Restrepo, Misael Pastrana, López Michelsen, Julio César Turbay, Belisario Betancur y Virgilio Barco. Ninguno de ellos se parecía a su antecesor. Tampoco su política de gobierno.
En el carácter de Uribe y en el de Santos advierte uno calidades a veces opuestas, acompañadas de riesgos. Las calidades de Uribe son excepcionales, de ahí el alcance de su gestión y la popularidad que conserva. A su lado, durante una gira dominical que realizó por varios municipios de Antioquia cuando era gobernador de ese departamento, advertí muy pronto su obsesivo empeño por comprobar en cada uno de ellos los resultados que se había propuesto. No echaba discursos. Pedía cifras. Desde entonces, y al revés de nuestros políticos tradicionales, era evidente que lo que pensaba lo decía y lo que decía lo hacía.
De esa encarnizada voluntad de lograr lo que se propone, de informarse de todo y de sondear problemas en las más remotas regiones, se impuso una calidad muy suya de líder fuera de lo común. Nos dio seguridad, golpeó al fin a la guerrilla, abrió el país a la inversión extranjera y puso en marcha programas sociales. No se permitía descansos y era capaz de recibir el nuevo año en un batallón de Alta Montaña.
¿Cuáles han sido los riesgos de ese mesiánico carácter suyo?
Los mismos que en Los retos del poder yo le señalaba a Carlos Lleras: "En su universo no hay sino un planeta rey: usted mismo". Tal es también el signo de Uribe. Su afán de intervenir y liderar en todas las áreas del poder ha hecho que sus ministros sean vistos como viceministros. Los menos dóciles (un Junguito, un Fernando Londoño o una Marta Lucía Ramírez) desertaron. La pugna suya con la Corte Suprema de Justicia produjo fallos arbitrarios y vengativos de los magistrados contra funcionarios o senadores cercanos al Gobierno. La búsqueda de una segunda reelección (para Uribe única garantía de poner a salvo la seguridad democrática) tuvo como precio manejos y ofertas en el Congreso duramente criticados por la oposición. Y con Chávez, en vez de transacciones, sólo quedó la alternativa de denunciar internacionalmente el apoyo y abrigo dado por él a los terroristas de las Farc y del Eln. Sí, el carácter de Uribe no admite concesiones.
El de Juan Manuel Santos muestra rasgos diferentes. Hábil jugador en el tablero político, concilia, busca apoyos y sabe, sin duda, cómo lograrlos. Conoce bien a Chávez. No duda que este, por culpa de sus extravíos ideológicos, ve con buenos ojos a las Farc.
Pero piensa también que invitándolo a un diálogo puede obtener que esta simpatía se mueva en zona subterránea y las puertas del comercio entre los dos países vuelvan a abrirse. Tecnócrata, sabe delegar y armar un vistoso gabinete ministerial.
¿Riesgos? Existen. ¿Buscará arreglos con una Corte Suprema de Justicia que aspira a disponer de un fiscal manipulable? ¿Dejará con ello que la guerra jurídica siga haciendo de las suyas? ¿Quedará vivo el clientelismo? Son los riesgos de un carácter transaccional como el suyo. Pero tampoco olvidemos que, como buen jugador de póquer, Juan Manuel es capaz de golpes audaces. Ya sabremos qué nos depara su gobierno. Por lo pronto, la apuesta de los colombianos está hecha. "Les jeux sont faits", dicen los franceses.
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