La Argentina no puede ser un ejemplo
En las últimas semanas, y más especialmente en la reunión de los países desarrollados del G-20, hubo una gran discusión sobre las políticas más apropiadas para apuntalar la recuperación económica mundial. A nivel global, el mundo está saliendo de la recesión con relativa claridad, con tasas de interés cercanas a cero para aquellos gobiernos y organismos internacionales que conservan credibilidad y acceso al crédito. Esto habilita oportunidades para llevar adelante políticas fiscales expansivas que ayudan a financiar desequilibrios fiscales significativos.
Estas políticas deben ser complementadas por una fuerte oferta monetaria que alivie las dificultades de los mercados crediticios en el mundo. Por eso, la recuperación depende en gran medida de que la Reserva Federal y el Banco Central Europeo puedan expandir el volumen de moneda y de crédito, que es lo que, en última instancia, podría facilitar la expansión del consumo y la inversión.
Pero hay que tener en cuenta que en aquellos países que han hecho uso y abuso de la deuda, o que por su indisciplina o falta de credibilidad, tienen altas tasas de interés en sus bonos públicos, este instrumento no puede utilizarse, pues por su propia definición, endeudarse a tasas muy altas es contraproducente. En ese plano, todos los que discuten estos temas están básicamente de acuerdo.
¿Dónde se encuentran las dificultades, entonces? En primer término, entre las combinaciones de corto y largo plazo. En general, y es lo que enfatizó el presidente de EE.UU., Barack Obama, la combinación adecuada sería mantener un fuerte desequilibrio en el presente para favorecer la recuperación económica y concentrar la normalización fiscal y financiera en el largo plazo. Esto requiere la elaboración de un programa que, en un plazo razonable, alcance a balancear las cuentas fiscales evitando, simultáneamente, que la deuda suba en forma exagerada.
Por otro lado, los europeos muy presionados por la situación de los países del sur de Europa, y obsesionados con la crisis de credibilidad que tiene el euro, están proponiendo una rápida recuperación de los desequilibrios fiscales. Rápida, entendida en el sentido de volver a una dinámica que les permita estabilizar el volumen de deuda en relación con el PBI para 2014/15.
En ningún caso se plantea reducir la deuda, o eliminar los déficits. Lo que se está planificando es evitar que su expansión genere una crisis de credibilidad que lleve al colapso de la moneda propia o, peor aún, de los mercados de capitales, con un deterioro muy marcado de la situación crediticia y de los niveles de actividad económica. En toda la discusión, más allá de cuál es el equilibrio óptimo, lo que no pueden desconocerse son los límites que imponen el endeudamiento, la confianza en los mercados de capitales y el sostenimiento de la moneda.
A todos nos gustaría que la economía creciera a mayor ritmo, de manera de mejorar sustancialmente la situación de los ciudadanos del mundo, y si es posible, hacerlo de la forma más rápida y efectiva. Pero siendo realistas, eso depende básicamente de la oferta y del aumento de productividad que, a su vez, está relacionada con el incremento de capital per cápita, de la tecnología, del capital humano y, esencialmente, de la eficiencia en la asignación de los recursos. Esto no es algo que se manipula simplemente agregando más deuda pública, o generando más déficit fiscal.
En nuestro país, muchas veces esto se plantea erróneamente. No hay un debate entre "ajustadores" y "no ajustadores". Sólo hay una discusión entre los que producen crisis por la inconsistencia de sus políticas, que finalmente son mucho más costosas que llevar adelante medidas balanceadas y congruentes, que permitan la expansión de la oferta al mayor ritmo potencial disponible, y los que critican esta posición.
Y esa confusión, generalmente, procede de una mala lectura de lo que fue la experiencia latinoamericana durante las sucesivas crisis que atravesó. En realidad, hoy América latina tiene menos crisis porque logró déficits fiscales menores de los que tuvo históricamente, porque existe una gran autonomía de sus bancos centrales, porque logró controlar los problemas inflacionarios crónicos y las expansiones monetarias fuera de límite, y, sobre todo, porque en muchos de esos casos (más notoriamente en Brasil, Chile, Uruguay, Colombia, Perú y México) lograron recomponer la confianza de propios y extraños en el valor de su moneda, en sus capacidades de atraer inversiones, y promover y retener la formación de capital humano. La idea de que desconociendo la situación o no respetando los límites de la realidad se puede ir más rápido es falsa. Siempre estas aventuras terminan igual para los que las practican: con aceleración inflacionaria, un desmejoramiento de la actividad económica y, finalmente, con una menor capacidad de la oferta potencial y del nivel de ingresos per cápita.
Es cierto que en las circunstancias actuales América latina está particularmente beneficiada por varios hechos externos, que le permiten mantener un ritmo de crecimiento muy elevado. Se pueden mencionar los extraordinarios precios de las commodities , la baja tasa de interés para los países endeudados y, por último, la irrupción de la demanda en el mercado mundial de China, India y el sudeste asiático, que están creciendo vigorosamente.
Hacemos mal cuando nos queremos convertir en "maestros Siruelas" del mundo. Todavía no se pudieron resolver los problemas de endeudamiento del pasado, vivimos bajo restricciones energéticas sistemáticas, tenemos un estado pavoroso en la infraestructura de subtes, trenes, autopistas y hay una desigualdad social y un nivel de pobreza que hacen palidecer los guarismos de los noventa.
¿Desde qué perspectivas pretendemos, entonces, ser ejemplo de modelo por seguir de un mundo que se sonríe ante nuestras actitudes de cátedra de país exitoso y desarrollado?
El autor es presidente de la Fundación Cívico Republicana y fue ministro de Economía
- 23 de julio, 2015
- 28 de enero, 2025
- 27 de enero, 2025
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