Guatemala: Los nuevos migrantes
Es dramático que en un país pobre como el nuestro las personas de escasos recursos decidan ir a buscar oportunidades a Estados Unidos, como ha ocurrido de manera masiva en los últimos 20 años. El colmo es que hemos llegado a decir que nuestro principal producto de exportación son los migrantes. Y, ciertamente, son más de un millón de guatemaltecos los que se han ido a buscar suerte al Norte, casi siempre en condiciones sumamente hostiles. Ahora, sin embargo, empieza a darse una corriente que está muy emparentada con el fenómeno antes descrito, pero que analizándolo despacio nos sugiere una arista de nuestra realidad que debería llevarnos a un punto de reflexión.
Me refiero a la idea de abandonar el país por parte de miembros de las clases medias y medias altas. Es decir, gente que no tiene problemas de ingreso ni de exclusión social. Gente que se alimenta bien, que paga colegios caros para sus hijos y que se da algunos gustos como vacaciones en el extranjero o automóviles del año cada cierto tiempo. He escuchado a muchas personas pertenecientes a ese segmento de la población averiguando qué países pueden darles albergue en condiciones medianamente decorosas. Mencionan Canadá y Australia. Y quienes ya perfilan sus destinos allende nuestras de fronteras piensan en dejar el país sencillamente porque están hastiados de tanta violencia, y ello, con todo lo que conlleva, los hace perder su fe en el futuro aquí.
Y hago constar, por si las dudas, que no intento hacer distinción entre una emigración y otra, sólo por asuntos de clase. No es que haya gente superior a otra en cuanto a esto. Tan terrible es que un guatemalteco pobre se vaya a exponerse a sitios tan inhóspitos como Arizona para alimentar a su familia, como que un profesional sin empleo se vaya de aquí por razones similares. Pero cuando en una sociedad la gente a la que le va bien decide irse porque no soporta que las extorsiones no se detengan, que se roben 6 mil automóviles al año o que cada vez sea más común ver a los demonios motorizados robando celulares a punta de pistola en los semáforos, es de considerarlo.
Un amigo mío, asalariado de muy buenos ingresos, me dice que está dispuesto a jugársela en Australia porque no quiere que sus hijas, ya casi a punto de entrar en la Universidad, vivan ese peligro permanente que Guatemala representa. Y cuando dice “jugársela”, se refiere al hecho de empezar de nuevo, pese a que aquí goza de un alto nivel de vida.
A partir de lo anterior, ¿hacia dónde puede llevarnos esta situación de inseguridad? Le cuento: conozco la historia de un empresario europeo que fue asaltado en plena zona 10 y a plena luz del día. Su susto fue tan grande que pidió ser trasladado de país, lo que, de refilón, hizo que la empresa para la que trabaja meditara si valía la pena seguir en operaciones aquí en Guatemala. Imagínese si, viendo que esto no mejora, muchas compañías prefirieran emigrar también. Ya una encuesta hecha pública esta semana por la Cámara de Comercio habla de que el 92.6% de los empresarios percibe que la violencia ha subido en los últimos seis meses.
El liderazgo serio del país debe tomar en cuenta esta situación. Y eso, idealmente, debería incluir a la oposición política. Lo decepcionante es que, lejos de ello, lo que se nota en sus discursos es una lamentable demagogia. Insisto: el síntoma de que hasta la gente a la que le va bien esté dispuesta a irse huyendo del país implica que aquí, ya ni siquiera con el privilegio de las oportunidades, dan ganas de quedarse.
- 23 de julio, 2015
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