De José y Simón…, a Hugo y el Diego
Don José y don Simón, tal como los caracterizó José Ignacio García Hamilton en sus libros, eran nada menos que José de San Martín, el padre de mi patria, y Simón Bolívar, un caraqueño a quien las autopsias no dejan descansar en paz ni siquiera 180 años después de fallecido.
La realidad es que don Simón, quien en vida fuese un distinguido visitante de los salones más elegantes de Europa (cuesta imaginar a don Hugo en ese papel), lleva diez años sin descansar, revolviéndose desconsoladamente en su tumba. ¿La autopsia delatará que hubo veneno? Sin dudas el hombre está envenenado…, de ver cómo lo usan.
Mientras tanto, en ciudad gótica, doña Cristina (Cristina I, emperatriz de Buenos Aires), envió a Caracas a su súbdito favorito, el Diego, para que cual torpe monigote hiciera el papel de triste bufón de don Hugo en la televisiva ruptura de relaciones internacionales decretada con Colombia (¡había que gambetear y escaparse, Diego!).
Todo sea en eterno agradecimiento por las valijas voladoras, las que aterrizaban en Buenos Aires llenas de billetes del imperio, ¿recuerda, doña Cristina?
A diferencia de don José y de don Simón, que sólo se vieron en Guayaquil, don Hugo y el Diego se frecuentan desde hace tiempo, siendo uno de sus más memorables encuentros el ocurrido en 2005 en Mar del Plata, mi ciudad natal, en ocasión de la Cumbre de las Américas. Ellos organizaron la "contracumbre", con la necesaria venia de don Néstor (Néstor I, por entonces emperador y actualmente primer caballero de la Argentina), en el estadio de fútbol.
Ese lugar, donde se juegan los torneos de verano de Argentina, me es particularmente familiar: allí, antes de que construyeran un estadio para el mundial 78, recibía las clases de gimnasia del colegio. Corría 1974, el año que murió Perón.
También el año en que un chiquilín de mi misma edad (el Diego, ¿quién más?), se consagraba en los Juegos Infantiles Evita, con Los Cebollitas, de Argentinos Juniors. Ya la rompía el pibe. Me refiero a la pelota, en singular. Ahora lo hace en plural.
Don Hugo y el Diego, referentes "ideológicos" de estos tiempos devaluados, nada heredaron de don José ni de don Simón. Eso sí, don Hugo es venezolano. Y el Diego (obvio) es argentino. La historia se repite…, ahora como historieta.
El Diego, cuyas proezas con la pelota quedarán para siempre en mi profundamente futbolero corazón albiceleste ("¡barrilete cósmico!, ¿de qué planeta viniste?", inmortalizó un conocido relator), no es ejemplo de nada. Para eso estamos los padres. No nos hagamos los distraídos.
La droga y otros vicios le quemaron las neuronas. Y no tuvo estudios que lo sacasen de la ignorancia. Es un tonto útil. Un patético títere.
Tan patético como los que se rebajan al nivel intelectual de un títere, enojándose con sus estupideces. Hay que enojarse con los dirigentes deportivos que lo ponen en lugares que le quedan grandes. Con los políticos, no sólo argentinos, que lo usan. Y con la mediocridad de nuestras sociedades, que lo toman en serio. ¿No nos gusta reconocerlo? Tampoco en esto nos hagamos los distraídos.
Finalmente, en eso de inventar guerras como cortinas de humo, don Hugo no está siendo nada original: propone exactamente lo mismo que Videla y Pinochet, cuando en 1978 llevaron a la Argentina y a Chile al borde de una guerra por el canal de Beagle. Propone también lo que concretó Galtieri, cuando en 1982 le declaró la guerra a Inglaterra por las islas Malvinas.
La vieja y repetida película de guerra. Antes "de derecha", ahora "de izquierda". Siempre de autoritarios. Siempre de mierda.
Hasta la próxima.
El autor es ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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