La izquierda democrática frente al régimen de la revolución cubana
Por Guillermo Lousteau
Que queda, hoy, de los vientos de libertad que barrieron con la dictadura batistiana en 1959? A cinco décadas de la instauración de un régimen revolucionario con vocación de dominación total, que controla de manera prácticamente absoluta la asignación de recursos humanos y materiales, éste no sólo ha anulado completamente las libertades civiles y políticas, sino que ha fracasado, incluso aun para la mirada más benévola, según sus propios parámetros de desarrollo, igualdad y justicia.
Esta pregunta y esta afirmación podrían ser un lugar común y repetidas hasta el cansancio. A menos que provengan de un representante auténtico de la izquierda democrática latinoamericana, como es el caso de Claudia Hilb.
Hilb es profesora de teoría política en la Universidad de Buenos Aires, con estudios de posgrado en sociología y ciencias políticas en París, autora de numerosos textos publicados en la Argentina y en el extranjero. Acaba de publicar en Buenos Aires su último libro “Silencio, Cuba”, preguntándose por el carácter escandaloso del silencio de la izquierda latinoamericana respecto del régimen político cubano.
“Para quienes hemos participado –dice- de una u otra manera del entusiasmo revolucionario de los años sesenta o setenta y nos identificamos hoy como demócratas de izquierda, parece sorprendentemente difícil fijar una posición pública frente al régimen político cubano. Nuestra condena, agrega, del carácter autocrático, antilibertario, antidemocrático y represivo de dicho régimen debería haberse hecho oir de manera estentórea desde hace largo rato”.
“Silencio, Cuba” es un alegato demoledor para el gobierno de los Castro. Principalmente, por provenir de quien proviene. No es el caso usual de alguien que militó en la izquierda y que ha evolucionado hacia otra posición: Claudia Hilb sigue siendo una militante académica de la izquierda, de una izquierda democrática, como ella dice. Y es precisamente por eso, que su testimonio es tan valioso y eficaz.
Es importante asumir que el libro está especialmente dirigido a esa izquierda latinoamericana que guarda un silencio cómplice y vergonzoso, cuando no su apoyo explícito a un régimen político de control total que, pese al fracaso económico, ideólogico y social, se rehúsa al cambio. También para estos destinatarios, este libro es un golpe difícil de asimilar.
Es posible que la vieja resistencia anticastrista no encuentre nada novedoso en los hechos y las descripciones de Hilb. Pero con toda seguridad, el análisis y el enfoque le significarán un gran aporte, porque están realizados desde el más estricto rigor académico, sin diatriba ni retórica.
Claudia Hilb tiene la singular característica de conjugar un profundo conocimiento teórico con su inquietud por los hechos reales, lo que le permite encuadrar a éstos en el marco teórico adecuado, para su mejor comprensión. A pesar de su aparente simplicidad, dado ese marco teórico, la lectura requiere el conocimiento de ciertos parámetros propios de la sociología o de la ciencia política.
Así, su estudio pone el origen de la revolución cubana, en el voluntarismo de Guevara y su constructivismo. Es decir, la creencia de que es posible moldear a la sociedad desde el poder, como una construcción social, que daría origen al “hombre nuevo”, el hombre sin egoísmos ni vicios: sólo virtud. Sobre esta virtud se consolidaría la tan declamada igualdad. Pero cuando esa virtud no existe, la adhesión revolucionaria desaparece y es reemplazada por el terror. Eso es lo que ha ocurrido en Cuba. No es que el proceso viole los derechos humanos, sino más grave aún, no reconoce siquiera la existencia de esos derechos, tal como son sostenidos universalmente.
El gran aporte teórico de “Silencio, Cuba” es demostrar que la aparición de ese terror y el absolutismo, con la consiguiente desaparición de la libertad, no es un efecto casual, sino que son inseparables. La concentración de poder no es el resultado indeseado de una política de igualación, sino un componente esencial. Por eso, no se puede aceptar la posición de la izquierda que sostiene defender la igualación de condiciones que la Revolución impuso, pero se opone a la violación de derechos por parte del castrismo, ya que son inescindibles. Nunca fueposible cumplir los fines revolucionarios sin apelar a la tiranía. Revolución y concentración del poder es el callejón sin salida de la lógica revolucionaria, que se aplica a otras revoluciones similares del siglo XX, como la soviética y la china y que podría extenderse a las del siglo XXI, como la chavista. El afán constructivista, la pretensión de moldear desde arriba lo social, va unido de manera indefectible a la convicción de que debe ser omnipotente.
Claudia Hilb describe ese proceso a través de la concentración del poder en el movimiento estudiantil, en el sindical, en la política y en las vanguardias culturales.
En Cuba se superponen progresivamente el Poder y la Ley, que en cualquier régimen democrático están disociados. La palabra del líder es la ley absoluta y determina quién es revolucionario y quién, no. El es la revolución.
El fracaso económico ha llevado en Cuba a la desaparición de la sociedad civil y de los valores personales. La necesidad de supervivencia ha creado una doble moral, aceptada por todos. Una, de uso público, que implica los gestos de pertenencia a la revolución. La otra, de uso privado, crea mecanismos que cruzan la legalidad para sobrevivir. El cubano que se moviliza a la plaza el 26 de julio es el mismo que roba los bienes de su empresa para venderlos en el mercado negro; el funcionario que organiza los repudios a los disidentes, vende los permisos de salida, y el mismo que denuncia a los exiliados, vive de las remesas de sus parientes en Miami. Todos participan de estas conductas ilegales y todos saben que todos saben. La sociedad civil ya no existe en Cuba.
La promesa de la Revolución cubana era realizar el sueño de una sociedad igualitaria liberada de la dominación de unos hombres por otros. En función de ese sueño, concitó la adhesión inicial, que se fue deshilvanando al surgir la naturaleza opresiva del régimen político. Pero, aún en el caso de que fuera posible desinteresarse de la abolición de la libertad en aras de conseguir una sociedad igualitaria, el derrumbe de Cuba y su resultado final impiden siquiera esa disculpa, ya que Cuba es hoy la sociedad más desigualitaria de América Latina.
Los índices de desarrollo social de Cuba en 1959, muestran al país entre los 4 primeros lugares de la región, con Chile, Uruguay y Argentina. Hoy, 5 décadas más tarde, compara con Haití o El Salvador. Luego de los primeros años de atisbos de igualitarismo, la economía se derrumbó y librada a sus propias fuerzas muestra un balance igualitario indefendible: desigualdades irracionales, diferenciación creciente en el sistema de salud, nivel bajísimo de subsistencia. La desigualdad que alcanzaba una relación de 4.5 a 1 en 1989, 829 a 1 en 1995, llegó a medir 12,500 a 1 en el 2002. En el 2001, el 10% superior de la población obtenía 199 veces lo que obtenía el 10% inferior, según los datos de Carmelo Mesa-Lago. La pobreza se ubica, en 1995, en el orden del 65% y el 13% sufre de desnutrición. Ya no hay argumentos atendibles para 50 años de dominación absoluta.
Como he dicho antes, este trabajo es demoledor para los Castro. Pero lo es mucho más para la izquierda democrática de América Latina, a quienes va dirigido. Porque como dice Claudia Hilb, “poco queda, a 50 años, de la promesa de una sociedad en que la vida había de mostrarse en toda su dignidad de libertad, de justicia, iguales para todos. Nada queda del aliento emancipatorio que conmovió en 1959 a tantos cubanos y a tantos otros que soñaban con un mundo mejor y más justo. Nada queda de la esperanza. Queda una igualdad de condiciones maltrechas y de bajísimo piso, el temor y el conservadurismo, el cinismo cotidiano de una doble moral que sanciona el fracaso irreversible de una utopía que se propone el sueño imposible de moldear la materia humana para fabricar una sociedad ideal de hombres iguales. Aliento la esperanza de que el pensamiento progresista latinoamericano abandone por fin su silencio vergonzoso, cuando no su apoyo explícito al régimen de dominación total surgido de la Revolución Cubana”.
Bienvenida a la lucha, Claudia.
Guillermo Lousteau Heguy Interamerican Institute for Democracy
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