El regreso del faraón
Cuando en febrero del 2008 Raúl Castro asumió oficialmente los controles del Estado dijo que estaba consciente de que "Fidel es insustituible'' y que sólo el Partido Comunista de Cuba podía ser digno heredero de su hermano.
Dirigiéndose a la Asamblea expresó que consultaría a Fidel "las decisiones de especial trascendencia para el futuro de la nación''; agregó "asumo la responsabilidad que se me encomienda con la convicción de que, como he afirmado muchas veces, el comandante en jefe de la revolución cubana es uno solo, Fidel, es Fidel''.
Castro fue muy cuidadoso al implementar la sucesión. La condujo desde su propio lecho, aún al borde de la merecida tumba dispuso de la herencia totalitaria y determinó con eficiencia quienes mantendrían la pax castrista en la isla. Su indiscutible talento para imponer su voluntad y sobrevivir entre sus pares, alcanzó la cota más alta cuando dispuso sin la menor disidencia que su hermano fuera el heredero.
Raúl ha hecho su trabajo. La sucesión ha sido exitosa en lo más importante, la conservación del poder, pero la nación depende cada día más de la ayuda extranjera, el descontento ciudadano está en punto crítico, y la imagen de la revolución se ha deteriorado por completo, un conjunto de factores que han activado una alarma que ha obligado al Máximo Líder a una salida a escena que en su opinión traerá la calma.
El presente difiere sustancialmente de aquel 31 de julio del 2006. El país se ha hundido aun más en la desesperanza. La crisis del modelo político vigente, que nunca satisfizo a la mayoría de la población, ha aumentado. La corrupción se ha extendido en todos los organismos del Estado. La crónica ineficiencia y baja productividad se han acentuado. El régimen está agotado, lo que puede llevar a una juventud que ha perdido la esperanza de un futuro mejor, asumir el protagonismo que le ha sido negado en las últimas generaciones.
Todos estos factores nutren la lógica conjetura que al interior de la dictadura hay sectores que promueven cambios graduales que les posibiliten mantener un rol decisivo en el país, situación de la que deben estar conscientes Raúl y Fidel Castro y que sin dudas no es de su agrado.
Esa realidad es la que ha determinado el que Raúl, las haga o no, haya admitido la necesidad de realizar reformas estructurales en la economía y también avanzar en temas sociales que por décadas han sido postergados.
La obcecación de la aristocracia moncadista dirigida por los Castro impidió que en las perennes crisis del totalitarismo cubano se efectuaran reformas claves en el aspecto económico que hubieran hecho posible una mejor vida ciudadana y el fin de una economía parásita, que en el presente es subsidiada por Venezuela y elexilio.
Por supuesto que los imprescindibles cambios políticos no son considerados. Los moncadistas los rechazan, sentimiento que comparten con la supuesta corriente reformista. Una cosa es liberar presos y otra erradicar la convicción en la nomenclatura de que el pluralismo político, la libertad de expresión y el respeto a los derechos humanos son fundamentos esenciales de la sociedad moderna.
La visión de todo o nada ha puesto al régimen en el despeñadero. La situación, en extremo delicada, puede facturar el sistema, pero también impulsar una explosión social de graves consecuencias para el país, y en particular para la dirigencia revolucionaria.
El regreso de Fidel Castro cuatro años después de su ausencia y el hecho de que se haya producido en días próximos al aniversario del ataque al cuartel Moncada implica un mensaje que a la vez que se nutre del mito de la Sierra Maestra, sirve para transmitir la confianza de que si la situación llega a ser desesperada el comandante está de vuelta para llevar la nave a puerto. Fidel es el emblema del totalitarismo insular, el capataz al que hasta ahora ninguno de sus siervos le ha discutido el mando y personificación precisa de que todo sigue igual.
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