La escuela, los padres y los hijos
¿Es la doble escolaridad una solución que beneficia fundamentalmente a los hijos o a los padres? Por un lado, es evidente que la cantidad de información que la escuela trasmite hoy en día requiere de una dedicación que difícilmente podría cumplirse fuera del aula.
Por otro lado, también resulta claro que cuando ambos cónyuges trabajan (como generalmente ocurre) los colegios brindan un ámbito de contención que suple de algún modo esa ausencia contribuyendo indirectamente al desarrollo familiar.
Sin embargo, la realidad muestra que a las ocho horas que los chicos pasan en el colegio se suman otras que a diario deben consagrar al estudio o a la realización de tareas que no fueron realizadas o completadas durante las clases. Con la agravante de que estas tareas requieren más y más de la colaboración activa de padres u otros parientes que, de regreso de sus respectivos trabajos, tienen que ponerse a dibujar, pintar, calcular o memorizar nombres de batallas y planetas a la par de sus hijos para que puedan cenar e irse a dormir temprano.
La pregunta que se impone es la siguiente: ¿no es demasiado todo esto? ¿Cuánto tiempo libre les queda a esos niños para jugar o desarrollar habilidades artísticas o deportivas que no les sean necesariamente impuestas? Es más, quienes los recibimos ya adultos en la universidad, y a la luz de la alarmante desinformación con que llegan, solemos preguntarnos si esa dedicación horaria al colegio, aparte de ser excesiva, merece verdaderamente la pena.
Días pasados leí en La Nación, de Buenos Aires, una nota firmada por Jorge Fernández Díaz en la cual éste y otros problemas ligados a la educación de los más jóvenes se plantean con inusual crudeza. En la nota se da cuenta de una supuesta conversación mantenida por el autor en el transcurso de la cual su interlocutor le dice: “… Con el verso de que los padres tienen que involucrarse, el colegio dispone arbitrariamente de nuestras horas. No les enseñan a estudiar a los chicos, y descuentan que después de la doble escolaridad, nosotros [los padres] nos sentaremos con ellos al estudiar horas tras horas, haciendo de maestros sustitutos. Todo para que no fracasen en los exámenes. Porque si fracasan ellos, fracasamos nosotros. ¡Nosotros, que pagamos el salario de los profesores! ¿Te das cuenta? Nos hacen ver la primaria y la secundaria todas de vuelta…”
Quítese a este razonamiento esa dosis de crudeza o aun de ironía implícita y se tendrá algo muy próximo a la realidad. Políticas educativas, exigencias venidas de los respectivos ministerios o secretarías, determinaciones de los propios colegios… Las responsabilidades son compartidas seguramente. Mientras tanto, los niños resultan ser los más afectados como también el progreso conocimiento que, a diferencia de la información, no es mensurable en términos cuantitativos.
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